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'El último avatar de Quetzalcóatl': vida y enseñanzas de Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl

Libros

Por: Joaquín C. Bretel - 09/24/2021

Frank Díaz ha publicado una notable obra sobre la fascinante e inspiradora vida de Ce Ácatl Topiltzin, el "último avatar de Quetzalcóatl" y seguramente el más brillante de todos los pobladores de la tierra de Anáhuac (que hoy llamamos México).

Los quinientos años de la caída de México-Tenochtitlán  han servido como ocasión para recuperar no sólo la “visión de los vencidos” sino el arte de vida de los pueblos que viven en lo que hoy llamamos México. La memoria histórica tiene sentido sobre todo en tanto que permite actualizar y transformar el presente. De otra manera, fácilmente se convierte en un formalismo exangüe. En este difícil trance en el que se encuentra la civilización occidental moderna, que claramente ha fracasado en crear una cultura sustentable, resulta natural y hasta urgente voltear hacia el pasado y “desenterrar los huesos” de la civilización pasada para sembrar una nueva.

Uno de los más notables esfuerzos recientes para recuperar lo más elevado y esencial de las antiguas culturas mexicanas es El último avatar de Quetzalcóatl, del escritor Frank Díaz. El libro narra la vida de Quetzalcóatl o de quien Díaz llama “su último avatar”, Ce Ácatl Topilitzin. Díaz asegura que existe cuantiosa y contundente evidencia sobre la vida de Ce Ácatl (en el libro utiliza la ortografía fonética: Seakatl), incluyendo detalladas descripciones sobre su nacimiento, su infancia, sus familiares, su ascenso al poder y su exilio, sus reformas y enseñanzas o las profecías de su retorno. Es indudable que el material historiográfico que se tiene sobre este (último) Quetzalcóatl histórico, pese a ser objeto de una campaña de supresión, es más extenso y detallado que el que se tiene sobre muchos otros personajes religiosos, santos, profetas o semidivinidades.

Parte de la confusión y el descrédito que ha sufrido Quetzalcóatl se debe, según Díaz, a que su vida encarna aspectos del “mito del héroe solar”, mismos que comparte con figuras como Jesús, Osiris, Krishna, Buda y otros personajes histórico-universales. Esto llevó a que algunos académicos desconfiaran de la legitimidad de los relatos, códices, inscripciones y demás documentos históricos. Pero, más allá de las misteriosas vías que puede tomar el espíritu, existe una explicación perfectamente plausible, si se toma en cuenta que las similitudes que se observan en los mitos pueden tener una matriz común que se remonta a la prehistoria. Esto es evidenciado en el hecho de que culturas separadas hace miles de años observan las mismas historias en las mismas zonas del cielo. Los investigadores han hallado asombrosas similitudes en los relatos sobre Orión (generalmente representado como un cazador) o las Pléyades (las sietes hermanas) en culturas tan distantes como los aborígenes australianos, la india védica, los antiguos griegos, pueblos africanos y amerindios. Una reciente investigación teoriza que los mitos en común de estas constelaciones podrían tener más de cien mil años

Ninguna otra historia tiene tanta fuerza en la tierra que los antiguos llamaban Anáhuac como la de Quetzalcóatl. La historia de Quetzalcóatl es compartida por numerosos pueblos mesoamericanos y conjuga una rica gama de símbolos y enseñanzas que mantienen una vitalidad inmarcesible. Como todas las grandes historias religiosas de la humanidad, concentra aspectos simbólicos y arquetípicos en torno a una figura histórica de carne y hueso. La historia de Quetzalcóatl, escribe Díaz:

no era una historia más, sino la historia que fundamentaba el modo de vida. Las resonancias morales de esa historia prueban la trascendencia espiritual de los antiguos mexicanos, desmintiendo la acusación de salvajismo que les hizo la Colonia.

La plena significación de la figura de Quetzalcóatl ha sido opacada y marginalizada por ciertos prejuicios académicos, por no hablar del casi sistemático desarraigo que las culturas prehispánicas han sufrido, a diferentes intensidades, en los últimos quinientos años. No hay ataque más terrible al alma de un pueblo que desposeerlo de sus dioses y, más aún, de los conocimientos tradicionales, de las culturas mentales que lo acercaban a lo que consideraba sagrado y que regulaban su vida moral. Pero gracias a la labor de Díaz y otros antropólogos e historiadores, sabemos que la esencia de este conocimiento se mantiene viva (pero, en todo caso, la tarea de recuperarlo y actualizarlo es urgente).

La obra de Díaz, una reedición aumentada de un popular libro publicado hace cerca de veinte años, se sirve de las siguientes fuentes: Acosta, Mendieta, Torquemada, Ixtlilxóchitl, Motolinia, La Serna, Fernández de Oviedo, Tezozomoc, Durán, Hernández, Chilam Balam, Leyenda del Tepozteco, Leyenda del Rey Kong, Leyenda de Xochimilco, Códice Matritense, Códice Florentino y Códice Vaticano A. A partir de estas fuentes canónicas y orales, tomando cierta libertad narrativa para presentar una historia que intenta hacerle justicia poética a la riqueza literaria de las fuentes, Díaz reconstruye la vida y las enseñanzas de Ce Ácatl. Presenta una figura que se puede comparar con los grandes maestros espirituales de la historia de la humanidad, pero que a la vez es única: producto específico de los colores, tonos y sabores de Anáhuac. Díaz sostiene que Ce Ácatl Quetzalcóatl sobresale por ser el más humano de los seres divinos. Fue un hombre que experimentó la condición humana en todas sus dimensiones, que erró y pecó, pero que logró transformarse a sí mismo, enarbolando el importante principio del merecimiento (masewalistli). Existía la creencia de que los dioses habían sido seres humanos y habían alcanzado la divinidad —o un estado de total plenitud de conciencia y energía— a través del autocultivo. Es decir, practicando un arte de vida, aplicando el conocimiento a todos los aspectos de la existencia.

Ese conocimiento relacionado a Ce Ácatl y al linaje de los Quetzalcóatl —ya sea entendido como un linaje de avatares o como una institución sacerdotal— puede agruparse en lo que los antiguos pobladores del Anáhuac llamaron “la toltequidad”. Este término, como también resulta evidente en Sahagún o más recientemente en León Portilla, no está limitado a la asociación con una etnia sino que nombra un estado de desarrollo cultural y espiritual que se vincula con Quetzalcóatl. El tolteca es, de acuerdo con la cita que hace Díaz de los informantes de Sahagún (Códice florentino):

El individuo maduro [que] tiene un corazón firme y un rostro sabio […] Experimenta el mundo, por sí mismo conoce lo que hay en el Cielo y en la región de los muertos. La divinidad mora en su corazón y diviniza con su corazón las cosas.

 

El tolteca es, entonces, el individuo que trasciende los dogmas y hace del conocimiento la sustancia de su propia experiencia en el mundo.

El ideal del hombre de conocimiento —o filósofo— que se tenía entre los toltecas o en sus continuadores, los poetas sabios del mundo náhuatl, merece destacarse. Es a la vez eminentemente práctico y artístico, como evoca la palabra tolteca. Tolteca es quien hace o fabrica, específicamente quien hace cosas buenas y bellas. El sabio no vive en la torre de marfil del pensamiento discursivo; se le reconoce por sus actos y sus logros en el mundo. Transforma su vida en flor y canto. El sentido de la existencia es estético, la vida debe transformarse en una obra de arte para darle solidez a nuestros actos e “ilumina[r] la realidad con los colores de las flores”. Al crear, el artista se une a la misma divinidad que “pinta” el mundo con los colores brillantes de las aves, con el jade y la turquesa de la tierra, con la luz de las estrellas del cielo, siendo una misma energía, unitaria y dual a la vez, masculina y femenina, que se expresa en la belleza fugitiva de la vida, en constante movimiento, dinámica e inasible.

Díaz plantea que Quetzalcóatl logró establecer un reino idílico en Tula. Construyó un palacio -el templo de los Cuatro Rumbos- comparable con el templo de Salomón. Instituyó reformas como la abolición de la esclavitud animal o la escuela gratuita para todos. Hizo de Tula la gran capital de Mesoamérica, la nueva Tollán, la ciudad del esplendor y el conocimiento, centro de un renacimiento cultural. Desarrolló tecnología en materia de transporte y alimentos —incluyendo la producción de deliciosas nieves y vinos—. Basó la educación en el arte, el canto y la música, y en principios de convivencia armónica con la naturaleza. Propagó una visión de una sociedad equitativa e incluyente que parece haber anticipado algunos de los avances recientes en materia de igualdad económica y de género. Se alcanza a atisbar algo así como un modelo político y espiritual para la vida contemporánea de absoluta vigencia.

Esto parece ser lo esencial que se desprende del libro de Díaz. En Quetzalcóatl tenemos una figura heroica, capaz de proveer indispensable inspiración tanto política como espiritual. Y se trata de una figura que, quizá por haber sido relativamente abandonada y olvidada, hoy resulta más fresca y menos desgastada, ideal para el espíritu de nuestros tiempos. Una figura así, que engloba lo celeste y lo terrestre, lo divino y lo humano, lo mítico y lo histórico, no se puede inventar, es una expresión invaluable de la vida misma. Y parece decirnos, como suele ocurrir en los grandes procesos de cambio, que la vía hacia adelante pasa a través de la recuperación del pasado, de los tesoros espirituales que son el alma de un pueblo.

El libro está disponible en la siguientes plataformas: 

Amazon: El último avatar de Quetzalcóatl

Gandhi: El último avatar de Quetzalcóatl

El SótanoEl último avatar de Quetzalcóatl

Sanborns: El último avatar de Quetzalcóatl


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Imagen de portada: Curiosmos