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Apolo fue misteriosamente asociado con la peste, tanto con aquel que la produce como con aquel que la elimina, con el veneno y con la medicina

Apolo es un dios complejo, irreducible a la mera luminosidad solar y al orden (o mesura) que algunos le han atribuido, sobre todo influenciados por una lectura superficial y errática de la obra de Nietzsche o del mundo clásico en general. Apolo es también el dios de la posesión, de la fiebre, del delirio profético y de las ninfas; el dios que destruye con su flechas y con sus rayos; es también el dios de la peste, de las enfermedades siniestras; el dios asociado con los roedores, las serpientes, los cuervos (¿acaso también con los murciélagos?) y con el dragón vigilante, el ojo de la fuente, el ojo que todo lo ve. Apolo es, por supuesto, el dios de la medicina - con sus flechas curativas y padre del mismo Esculapio,- pero también el dios de la más volátil enfermedad; es aquel que hiere y aquel que cura, como reza el oráculo que pronunció el dios para Teleto: O trosas iásestai, citado por Roberto Calasso en su texto La locura que viene de las ninfas. Locura o posesión febril que viene, por añadidura, de Apolo, cuya vida y culto está vinculada inextricablemente con las ninfas. "La Ninfa y la Dragona son guardianas y depositarias de un conocimiento oracular que Apolo viene a sustraerles", escribe Calasso.

Uno de los múltiples epítetos de Apolo es Apolo Smintheus, "el dios ratón". Homero lo usa al principio de La Ilíada, que famosamente comienza con la peste que el dios dirige en contra de los griegos. Durante la Guerra de Troya, el atrida Agamenón rapta a la hija de Crises, el sacerdote de Apolo. Sumido en la deshonra, Crises implora la ayuda del dios, llamándolo "Smintheus".  Apolo responde desatando una peste sobre los griegos, en la que primero empiezan a morir los animales y luego los hombres que caen heridos como por flechas invisibles. Esta peste ha sido objeto de diversas interpretaciones, acaso como la primera, o al menos una de las primeras menciones de una epidemia en la historia. Frederick Bernheim y y Anne Adams Zener concluyen en un artículo publicado en Transactions of the American Philological Association: "No hay duda de que Apolo Smintheus era el dios de la peste bubónica y posiblemente, por extensión, de todas las pestilencias severas." Apolo es el "dios que controla a los roedores y que puede causar no sólo pestilencia sino inanición y muerte en la batalla." Hay otro ejemplo clásico que menciona que los troyanos estaban siendo mermados por la inanición debido a que ratones estaban comiéndose sus cultivos. Se pide entonces la ayuda de Apolo en Delfos y éste les ordena que sacrifiquen en honor a Apolo Smitntheus, quien reduce la población de ratones. Apolo Smintheus es tanto el  dios ratón como el dios destructor de los ratones. Se le representa en ocasiones pisando un ratón o sosteniéndolo en la mano. Es posible que los griegos hayan asociado a los roedores con las enfermedades contagiosas. Pero la conexión es más compleja pues los mismos ratones, quienes se creían eran insuflados por la tierra, estaban conectados con los poderes proféticos que eran también vistos como vahos emanados por la tierra. Tenemos aquí la constante dualidad de Apolo, el dios que cura, con la medicina y la música, el dios de Pitágoras y de Platón, pero quien es también el dios que hiere y enferma, el dios de la fiebre y de la profecía que no están sujetas a la razón y al metro.

Esta misteriosa ambivalencia queda plasmada en la relación entre Apolo y las ninfas, la fuente misma de la posesión, de la particular fiebre de Apolo. Las relaciones entre Apolo y las ninfas son harto frecuentes y complicadas, ambivalentes, movidas por el delirio erótico y el engaño. En algunas narraciones se habla de que Apolo crece alrededor de las ninfas, siendo su hermana misma la líder de las ninfas, Artemisa Korythalia. El dios es instruido en la adivinación y en los poderes mánticos por las Trías, las tres ninfas asociadas con la miel, que para los griegos eran fuente de inspiración poética y profética. Se dice que solamente cuando habían libado miel, "las muchachas-abeja" producían palabras verdaderas. Y en algunas versiones son ellas quienes le instruyen en el arte de la arquería. Lo primero que le ocurre a Apolo cuando desciende a la tierra es encontrarse con la ninfa Telfusa, quien lo dirige hacia el lugar que será Delfos para que funde su culto. Ahí Apolo, engañado por la ninfa, se encuentra a Pitón, a quien mata. Luego Apolo destruye la fuente que es la misma Telfusa y se apropia de su nombre. Él mismo es víctima de una flecha (de Eros) y persigue salvajemente a la ninfa Daphne, quien huyendo del dios se convierte en un laurel (la planta asociada con el culto a Apolo). Son demasiado numerosas las historias y las conexiones entre Apolo y las ninfas para incluirlas aquí. Quizá habría que mencionar solamente que Sócrates, cuyo dios era Apolo, se deja poseer por las ninfas y en un estado febril  -mas lúcido- de ninfolepsia pronuncia en El Fedro el famoso discurso en el que alaba a la posesión como la forma suprema de conocimiento.

Quizá lo anterior ha sido una introducción un tanto intrincada y excéntrica para llegar al punto -más conciso- que se quiere que hacer aquí. ¿Será Apolo el dios que regresa, el dios de la peste que sacude ahora al planeta? Quizá esto es sólo un mito, una forma de encontrar sentido a una situación en la que no interviene ningún factor teleológico (ni teológico). Pero también es posible que los mitos sean en cierta forma más reales que los hechos, como una especie de rumor de fondo que siempre existe y del cual surgen todos los fenómenos particulares de la existencia como olas sobre un océano insondable. Como dice Salustio de los mitos: "estas cosas nunca ocurrieron, pero siempre son." Los mitos al ser campos casi inagotables de significado pueden ser interpretados de tal manera que se active un factor vivencial -como símbolos vivientes- y sean encarnados como una experiencia de transformación, de una manera arquetípica, eso es, como una irrupción de sentido numinoso, incluso en el extremo de la desolación o la muerte (o quizá precisamente por traer a la luz ese extremo que no puede ser reprimido permanentemente). Quizá en este caso el enigma que puede resolverse tenga que ver con la noción adumbrada anteriormente sobre la relación entre la herida y la cura, o entre el veneno y la medicina, o entre el fuego que calcina y destruye y entre la luz que armoniza y nutre. Otra historia, quizá relevante para este acertijo, aparece prominentemente en el Antiguo Testamento, los judíos en su éxodo por el desierto son victimizados por serpientes. El remedio apotropaico que encuentra Moisés, siguiendo la orden de Yahvé es alzar una serpiente de bronce sobre una asta. Cuando la serpiente muerde a un hombre, éste debe mirar hacia la serpiente de bronce y de esta manera se hará inmune a su mordida. Extraño remedio que vuelve a enfatizar esta noción homeopática o hasta alquímica del veneno como la medicina o de la herida que cura (¿y es "a través de la herida que entra la luz", la luz de Apolo?). ¿Qué es lo que transforma el veneno en medicina? Tradiciones como la alquimia o el budismo tántrico señalan que es la sabiduría, eso es, el encarnar una vision espiritual y moral, libre de errores conceptuales y apegos egoístas, la cual permite resignificar todos los fenómenos. O, por usar una metáfora común a las dos tradiciones, pasar el metal impuro de los fenómenos comunes por el fuego purificatorio, dejando así sólo el oro, la medicina filosófica.  

Si es que creemos que existe sentido tejido en la naturaleza misma -o que la historia misma avanza con algún tipo de espíritu embebido en su proceso- entonces es posible ver una manifestación oracular, que crece hasta su punto más vehemente (¿para oídos sordos?).  Y, sin embargo, en esta invocación a Apolo queda por responderse ¿qué es lo que pide el dios de la peste? ¿quién comprenderá la venida del del dios y podrá ver la luz que ilumina las tinieblas?

@alepholo