La reencarnación es una creencia dominante en muchos países asiáticos, lo cual significa que una importante parte del mundo cree que la existencia no consiste en una sola vida, en una progresión lineal del nacimiento a la muerte. Se concibe, particularmente en religiones como el budismo y el hinduismo -pero no exclusivamente-, la existencia como un ciclo sin principio pero con un posible final. Esto es lo que se conoce como el samsara, la peculiar forma de entender el mundo en términos de atadura (y sufrimiento) y liberación.
En el budismo, pese a que se niega la existencia de un alma o de un sí mismo independiente, se considera que la mente tiene continuidad, no emerge de la materia, sino que ella misma engendra el cuerpo que habita. El budismo enfrenta un problema pues al negar la realidad independiente de la persona, no es fácil entender qué es aquello que persiste, qué es aquello que transmigra y sufre en el samsara, aquello que acumula mérito y que finalmente logra liberarse y convertirse en un buda o en un arhat. La solución que tiene a esto es que, debido a un error cognitivo, a una confusión tan vieja como el mundo, la mente misma se confunde y asume la identidad de una persona separada de la realidad e independiente. Esta es una ficción, pues el llamado sí mismo o alma no puede encontrarse en ninguna parte cuando se hace un análisis del todo y las partes. Lo que existe, en todo caso, es simplemente karma (pura acción, pura energía cognitiva sin una identidad real). El karma es a veces equiparado con un viento o una energía, es la energía de la mente que no reconoce su propia naturaleza y encarna en el samsara, tomando cuerpos en mundos. El cuerpo mismo y todas las circunstancias del individuo no son más que karma, esto es, la cristalización de todos los actos mentales de un flujo o continuum mental. Un debate más complejo, que divide a diversas escuelas tiene que ver con si la mente -o la conciencia primordial- existe en sí misma o está también vacía.
Ahora bien, si consideramos plausible la noción de que la mente no tiene un principio y no es un subproducto de la materia, un fenómeno emergente, y tomamos una postura idealista (la cual en mayor o menor medida subyace a todas las escuelas budistas, pues consideran que la mente es lo fundamental), entonces debemos notar un hecho que será, así, evidente: nuestro cuerpo y actualidad son el resultado de nuestros pensamientos. Se dice en el Dhammapada que la mente precede a todas las cosas. Un popular dicho en la tradición kagyu del budismo tibetano dice: "Si quieres saber qué hiciste en tus vidas pasadas observa tu cuerpo en este momento". Esta sería la forma de entender, si no exactamente qué hicimos, pues entender el proceso de fruición de cada acción es algo mayormente insondable (o solo cognoscible para un buda), sí tal vez cómo fuimos, y darnos una idea general de nuestras virtudes y vicios. Tal vez incluso de entender algo así como la línea temática existencial que vamos acarreando desde tiempo inmemorial, nuestras taras, trabas y tareas incompletas. Aunque el cuerpo es solo una coagulación de la mente, precisamente por ser una función de la mente, en él yace la historia de nuestra "evolución" (o involución) en el laberinto circular del samsara.
La frase anteriormente citada prosigue así: "Si quieres saber cómo serás en el futuro [en tu siguiente encarnación] observa tu mente en este momento". Lo cual es una especie de admonición o llamado hacia el comportamiento virtuoso, bajo el entendido de que es la mente la que cincela nuestra vida y nuestro cuerpo futuro.
Por último, resulta relevante notar que tanto para el hinduismo como para el budismo, la reencarnación tiene una connotación mayormente negativa, a diferencia de lo que se entiende en el new age que ha cooptado diversas tradiciones. Reencarnar no es una de las bondades de la existencia, pues esta es por naturaleza insatisfactoria; es una forma de cautiverio. Existen numerosas formas de existencia, en un universo inmensamente vasto, y bien podemos reencarnar de una forma poco feliz y complemente inadecuada para alcanzar la libertad. O, como ha dicho Chögyam Trungpa: "No eres tú quien reencarna, reencarnan tus hábitos negativos".
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