Se atribuye a Heráclito, "el enigmático", por uno de sus fragmentos recopilados, la famosa frase de que una persona no puede bañarse en el mismo río dos veces, puesto que el río y la persona no son los mismos. Heráclito, la historia de la filosofía nos diría, se opone a Parménides, para quien el cambio es imposible, pues todo es uno; por el contrario, Heráclito defendía que todo es múltiple y todo es flujo, no existe nada permanente y todo está mutando, el uno en el otro.
El escritor francés Gaston Bachelard hizo un bello comentario a esta frase: "no se puede bañar dos veces en el mismo río porque en su más íntima profundidad el ser humano comparte el destino del agua fluyente". Esto es, el ser humano es también río. "El tiempo es un río; pero yo soy ese río", dijo famosamente Borges.
El río es la principal metáfora del cambio y el agua de lo inasible, de lo que se escapa, de lo que no puede asirse permanentemente. Pero lo que nos dice Heráclito y su casi contemporáneo, el Buda, es que todas las cosas son así, nada tiene una sustancia fija y permanente. El Buda fue más allá de lo que enseñó Heráclito (cuya filosofía es emblemáticamente oscura) y negó incluso la existencia inherente del alma y de las cosas. Esto no significa que no exista el mundo o el ser, que sean nada. Significa justamente que están cambiando, que no son permanentes, que dependen de otra cosa, de causas y efectos, y que todo es así. Así podemos notar que todas las partes de las que estamos hechos, de las cuales aparentemente surge la sensación del yo, están cambiando constantemente (ya nuestras células y átomos no son los mismos que teníamos cuando nacimos). Por ello es una ilusión creer que somos los mismos, que somos siempre una identidad fija, un yo separado: una persona que siempre es la misma, antes y después de entrar al río. El Buda y sus discípulos enseñan que aferrarnos a nuestro yo, algo que nos parece tan natural y hondamente arraigado, es una ilusión, un error cognitivo inmemorial, la fuente del sufrimiento que caracteriza este mundo cambiante, como una rueda que gira sin parar: el samsara.
Si notamos que no somos los mismos, entonces la experiencia de entrar al río puede ser fresca y maravillosa. Pues justamente queremos entrar al río para dejar nuestras cuitas, nuestros atavismos, nuestros más onerosos hábitos autorreferenciales, pues éstos no nos permiten ni siquiera entrar al río una vez y experimentar el presente: el agua que fluye y el momento de la conciencia que fluye... Pues estamos siempre enclavados en la inescapable solidez de nuestro ego y sus proyecciones. Si se abre la posibilidad de que siempre somos otros, de que estamos surgiendo a cada instante, entonces la experiencia cobra una luz nueva y más fresca. Se abre la posibilidad de que surja en el siguiente instante un yo más libre y ligero y que experimentemos el río de una manera menos dualista. Acaso, como intuyó Borges, notando que nosotros también somos el río, pero eso que creemos que somos, como por ejemplo ser alguien llamado Borges, es sólo un concepto.
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