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Sólo tienes que hacer ese sacrificio

Quizá aún más que ser más ricos, las personas desean ser más inteligentes -aunque esto quizá ya está en duda en nuestra época-. La inteligencia parecería ser la virtud más alta en nuestra sociedad -de nuevo, acaso porque el dinero no es celebrado abiertamente- y se supone que es la clave para ser exitosos y felices. Más allá de que esto puede discutirse, es indudable que a la gran mayoría de las personas les gustaría ser más inteligentes.

Existe una noción más o menos difundida de que la inteligencia es algo que se tiene de fijo y que, acaso, sólo se pierde un poco con el desgaste del tiempo en las neuronas. Pero esta noción de inteligencia es una muy limitada y cercana a la idea de que el IQ es la divisa fundamental del intelecto, algo que fácilmente puede ponerse en entredicho. La inteligencia en su definición más amplia y más auténtica es la capacidad de resolver problemas, de adaptarse a condiciones, aprender (y recordar) nuevas cosas y de comunicar lo que se sabe y, sobre todo, de entender la realidad. Así pues, la inteligencia no es algo fijo, sino algo en perenne construcción.

Dicho eso, más que tomar nootrópicos, e incluso que hacer ejercicio -lo cual es ciertamente muy bueno para el cerebro- lo que más puedes hacer para contribuir a tu propia inteligencia es simplemente renunciar al entretenimiento o al menos regularlo de una manera estrictamente social y quizá terapéutica, con serias limitaciones. Es cierto que una parte de nuestra inteligencia es genética, pero la parte restante, que es la que podemos aumentar, depende de a qué le dediquemos nuestra atención y cómo la cultivemos. El mundo moderno es una enorme máquina de entretenimiento; lo que Debord llamó la "sociedad del espectáculo" se ha convertido en un masivo circo de entretenimiento digital, en el que la principal fuente de la economía actualmente es la atención humana, que es capturada por infinitos productos que buscan sólo entretenernos un rato. De Facebook a Netflix, la ocupación del tiempo está dominada como nunca antes por el entretenimiento. Y esta industria del entretenimiento vive de hacernos adictos, del confort y la dopamina que genera en nosotros.

Surge, por supuesto, la pregunta sobre qué es y qué no es entretenimiento. Pues ver un video de YouTube de algún tema interesante, como puede ser el apareamiento de los faisanes dorados, podría calificar como entretenimiento pero también como una suerte de cultivo, propio de una mente curiosa y omnívora. Igualmente, cómo trazar la línea en el caso de algunas películas o novelas, habiendo algunas que obviamente resultan experiencias enriquecedoras para el espíritu, al ser obras de arte y demás, mientras que otras claramente sólo tienen la función de distraernos. Es evidente que la línea no es del todo clara y en algunos es subjetiva. Pero podemos decir que el individuo debería saber distinguir cuando está viendo algo solamente para entretenerse, para matar el rato, el ennui existencial, o cuando tiene una intención de aprender y cultivar su mente. Asimismo, existen ya modos bien fáciles de identificar cuando la persona es arrastrada por la marea de los algoritmos a seguidillas cuasinarcóticas (binges) de entretenimiento en lugares como Instagram, YouTube o Netflix. Y es que en general, todo lo que se haga en estos medios -aceptando a regañadientes alguna salvedad- es puro entretenimiento.

Lo que no es entretenerse es todo lo que nos presenta un reto intelectual, lo que nos hace pensar, lo que nos hace cuestionarnos la realidad, lo que nos hace ver la diferencia, lo que permite sentir la auténtica belleza y el misterio del mundo. De nuevo, esta no es una definición científica, pero el individuo fácilmente debe saber qué es para él eso -que no es entretenimiento- que lo desafía y que lo hace crecer intelectualmente, y debe buscarlo.