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Una amplia selección de las "Las Rubaiyatas", la obra cumbre de la poesía del vino

Dreaming when Dawn’s Left Hand was in the Sky 

I heard a Voice within the Tavern cry, 

"Awake, my Little ones, and fill the Cup

Before Life’s Liquor in its Cup be dry".

Rubaiyat (versión de Fitzgerald)

La poesía dedicada al vino y a los espíritus es fecunda y en diversas tradiciones constituye un género en sí misma (khamariyat, en el misticismo islámico). El poeta celebra la vida, participando en su esencia, la cual se concentra en el vino (la sangre de la vida, sustancia divina). Pero entre toda la pléyade de poetas y escritores disolutos que se han consagrado a la alabanza del vino -su jovialidad, su misticismo y también sus abismos- nadie ha cantado a la vid como Omar Khayyam. Ni Baudelaire, ni Li Po, ni Bukowski, ni ningún otro. Las Rubaiyatas de este poeta persa -que podría ser muchos poetas- han generado fascinación y controversia desde que Edward Fitzgerald las vertiera al inglés, en versos inmortales, en 1859. Existe un añejo e indecidible debate sobre si Khayyam era un escéptico hedonista o un místico sufí (yo me inclino por lo segundo). De lo que no hay duda es de que su amor por el vino es excelso y desbordado, y sus versos están inspirados. Hay que decir, sin embargo, que entre la tradición sufí el vino es el vino -pues hay que participar plenamente en toda la existencia: beber de la creación- pero es también, sobre todo, una metáfora del amor. El místico tiene su propia religión y accede directamente a su dios en la vida. Escribe Khayyam:

Y tú, escéptico delante de la ternura,

impermeable al sentimiento,

aprende esta verdad:

 

La vida es amor,

¡y sólo amor!

Recordemos otros versos para beber, de un poeta irlandés, que muestran la coemergencia  del vino y el amor:

Wine comes in at the mouth

And love comes in at the eye;

That’s all we shall know for truth

Before we grow old and die.

I lift the glass to my mouth,

I look at you, and I sigh.

(W. B. Yeats, Drinking Song)

En verdad que es así. De los ojos inflamados y de la roja boca nace el amor y, también, el canto que lo celebra. Una sustancia única es la alegría que fluye por la sobreabundancia de Alá (o como se le quiera llamar). Amor y vino no son dos. Canto y vino no son dos. Amor y canto no son dos. Esto es lo que sabe el santo que bebe (a) dios. El santo es santo porque ve todo puro. Y esa pureza, ese no encontrar nada malo es ya una embriaguez radiante, una libertad alucinante. Así, nuestro poeta nos dice que las tabernas están llenas de "hombres perfectos" y si observamos con "ojos abiertos, sin prejuicios" veremos bondad y belleza en los lugares más bajos. El poeta sufí se acerca a la no-dualidad, no rechaza nada, y participa en la zambra existencial, que después de todo es lo que la divinidad fermenta. El vino es la obra de la aurora, la sangre del verano. Cuando Él lo vertió sobre el mundo lo infundió con los verbos del Sol, ¡con los nombres divinos, con los nombre eternos!

En pleno cénit,

el Sol irradia

la fulguración de sus rayos.

 

El creador del día

echa su vino dorado

en la copa cincelada de las estrellas.

 

¡Bebe, compañero,

con el corazón transportado de júbilo,

el zumo de la uva

que exaltará tu voz,

en los primores de la elocuencia!

¡Embriágate!

 

Bebe el zumo fermentado

por el anunciador de la aurora

en la bodega de los tiempos.

¡Entonando himnos de amor,

él lo vertió

en el corazón de los días!

Sin más comentarios, dejemos que nuestro poeta hable y alcemos los vasos y brindemos, ¡la eternidad está en el instante, el amor en la copa! ¡Levanta la copa, caro lector, con Omar Khayyam, profeta del vino y de la alegría que llega como un gran sorbo divino!

6 (fragmento)

¡Compañero!

¡Aprovecha

esos instantes fugaces

para hundirte en las delicias de la vida,

para desvanecerte 

en las delicias del amor!

 

En cuanto a ti, 

siervo,

¿por qué vives cavilando,

por qué te atemoriza

la problemática resurrección

anunciada

para un cierto día del mañana?

 

Trae la copa,

pues la noche

pronto

llegará a su fin...

7 (fragmento)

Si estoy embriagado,

según mis detractores

por haber bebido

el vino de los magos,

lo estoy.

 

20 (fragmento)

¡Bebe vino, amigo!

 

La vida,

a la cual la muerte sucede,

es digna de ser vivida,

pero sólo puede ser bien vivida

entre la serenidad del sueño

y el éxtasis de la embriaguez.

 

26 (fragmento)

¡Compañero!

¿Exiges que yo me arrepienta de beber,

de embriagarme?

¿Pues no lo sabes?

Alá lo quiso...

¡Tenemos, fatalmente, que hacer

lo que estaba escrito!

 

¿No te diste cuenta,

todavía, de que el vino es espíritu,

de que él crea, educa, embellece

modela al verdadero hombre?

27

Bebe vino, 

prenda de vida eterna,

¡único fin y razón de la existencia!

 

Ves, ¡es la aurora del amor!

Se abren las rosas 

y el céfiro

nos embriaga con sus aromas.

¡Es la estación de los placeres!

 

Mira 

¡cómo todos deliran 

en la euforia

de este momento excepcional!

 

Se feliz un instante,

pues la vida, amigo,

no es más que este instante.

 

32

Renuncia a todo

en este mundo

-fortuna, honores, poder.

 

Desvía tus pasos

de todo camino

que no te conduzca 

a la taberna.

¡Nada pidas

ni desees

sino vino, canciones, música, amor!

 

Noble y hermoso mancebo,

coge el odre,

empuña la copa.

 

¡Bebe!

pero ¡cuidado!

¡No seas frívolo,

no hables en vano!

41 (fragmento)

Si bebes vino,

lo harás en rueda de amigos

o apretando en los brazos

a una niña risueña,

toda alegría y llena de gracia,

rosadas las mejillas,

los ojos tiernos...

 

47

Solamente en las tabernas

encontraréis 

placer y tranquilidad.

Solamente en las tabernas

veréis

hombres desinteresados e íntegros,

hombres perfectos.

 

Si observáis de ojos abiertos,

sin prejuicios,

con alma libre,

veréis pureza,

veréis bondad

hasta en los más impíos

de los frecuentadores de la tabernas.

 

Borracho ya,

entré ayer en la taberna.

 

Allí estaba un anciano

beodo también,

equilibrando en la espalda

su tonelito de vino.

 

Manteniéndome

a duras penas de pie,

lo interpelé:

¡Oh jeque,

en que estado de te encuentro!

Ahora en el ocaso de la vida,

¿y no tienes vergüenza de Alá?

 

Sonriendo mansamente,

me repuso el anciano,

mientras acariciaba el tonel:

 

A Alá, el Magnánimo,

debemos la maravilla que ves.

De Él proviene 

toda esta abundancia.

Bebe y calla...

 

89

¡Ahogadme en vino,

compañeros!

 

Mi pálido rostro ambarino,

hacedlo color del rubí.

Y, al fin de que, 

al morir,

mi cuerpo sea ungido,

¡sumergidlo en el líquido sin igual!

 

Impregnado de vino

mi ataúd,

decoradlo,

en los umbrales de la taberna,

con festivas ramas

de la vid más bella y lozana. 

 

Traducción de Las Rubaiyatas de Christovam de Camargo

Ilustraciones de Edmund Dulac

 

Twitter del autor: @alepholo