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¿Qué nos dice sobre el amor distópico este episodio de 'Black Mirror'?

¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo.

Immanuel Kant


I. Las coordenadas "fantasmáticas”

Es posible que “Hang the DJ” sea el mejor episodio en la cuarta temporada de Black Mirror, probablemente una de las series más notables de los últimos años y que, con todo, en esta nueva entrega no llegó en tan buena forma como la habíamos conocido. Si se tratase de un fichaje deportivo, podríamos pensar que su paso a Netflix no ocurrió sin consecuencias para su desempeño. A lo largo de este texto se harán algunos comentarios al respecto.

Por ahora ocupémonos sólo de “Hang the DJ”, una interpretación del funcionamiento de los sistemas para encontrar pareja en línea pero al estilo Black Mirror, esto es, con ese giro que al menos hasta la temporada anterior pretendía ser crítico sobre el efecto de la tecnología en la existencia humana. Si este es un episodio destacado es porque emplea también una de las virtudes más notables de la serie: su capacidad de armar poco a poco el rompecabezas de la distopía, con un manejo admirable tanto del suspenso como de la distribución de los elementos narrativos necesarios para que el espectador llegue al conocimiento final de ese factor inquietante de la historia. 

El episodio cuenta el funcionamiento de “El Sistema” a través de Amy y Frank y los vaivenes de su relación. Al principio, como espectadores podemos tener la idea de que el Sistema es tan sólo la app o el programa con que dos personas antes desconocidas se encuentran, de inicio sólo con un primer contacto virtual y eventualmente en una cita a ciegas. Todo, desde el “match” inicial hasta el tiempo de relación (que va de horas a años completos), está determinado de antemano a partir de los cálculos de un algoritmo y la información recabada en cada uno de los encuentros.

Poco a poco descubrimos más. Al Sistema también pertenece un dispositivo que los usuarios llevan siempre consigo y en el cual reciben toda la información que necesitan. Para dudas puntuales pueden ponerse en contacto con una “coach”, también a través del dispositivo, que se hace presente siempre que se pregunta por ella. Como en Her (Spike Jonze, 2014), esta coach es sólo una voz, femenina, y como en dicha cinta aquí es también un programa informático, incapaz de entender la complejidad o, mejor dicho, la singularidad de las emociones humanas según se presentan en circunstancias subjetivas.

El Sistema tiene reglas específicas, que no se limitan al funcionamiento de la app sino que se extienden a la conducta de los usuarios, hacia ellos mismos y hacia los demás, de ahí que haya también guardias encargados de vigilar y sancionar su cumplimiento.

La siguiente pieza es más o menos lógica. Todo esto tiene que ocurrir en un lugar. En efecto: el Sistema es también un espacio, con situación geográfica y características físicas. Un lugar suntuoso, con reminiscencias de spa, de hotel de lujo o residencia exclusiva, pero también de cárcel y centro de confinamiento, tal y como demuestra el muro inmenso que lo circunda.

La última vuelta de tuerca en esta revelación gradual de la naturaleza del Sistema ocurre en los momentos finales del episodio, cuando Amy y Frank deciden cruzar el muro para vivir su amor libremente pero, para sorpresa del espectador, llegan a otra estancia del Sistema. 

Con reminiscencias de The Truman Show (Peter Weir, 1998) y algunos momentos de la trilogía Matrix (hermanas Wachowski, 1999-2003), se descubre una especie de “limbo” informático en donde Amy y Frank existen como unidades de información. La historia que acaban de vivir fue la milésima simulación montada por el algoritmo de las afinidades y los encuentros, una puesta en escena presumiblemente diseñada a modo a partir de la información personal de ambos y que el Sistema necesita para arribar a un coeficiente de afinidad del 99.8% entre sus perfiles.

No se trata, entonces, de personas “reales” dentro de la realidad ficticia del episodio, sino de copias digitales de sí mismas, un poco como en el primer episodio de esta misma temporada, “USS Callister”, o como en “San Junipero”, uno de los mejores episodios de la temporada anterior y en el cual es inevitable pensar mientras se ve “Hang the DJ”. 

En la secuencia final, la vista de ese back end de data pura cambia a un bar donde Amy y Frank, con teléfono móvil en mano, se descubren mutuamente por medio de una app que los identifica con el porcentaje de afinidad mencionado. 

Cabe mencionar, por ultimo, que en el pub suena de fondo una canción de The Smiths, “Panic”, de cuya letra el episodio toma su título y que a su vez evoca otra cinta, 500 Days of Summer (Marc Webb, 2009), en donde dicha banda es un motivo recurrente e importante a lo largo del filme. A esta referencia cabría agregar además otras tres que se encuentran en otros momentos del episodio: Annie Hall (Woody Allen, 1977), cuya influencia se percibe en las secuencias de Frank practicando tenis y, sobre todo, en la “experiencia extracorporal” que Amy tuvo con una de sus parejas y cuyo relato es calco de una escena emblemática de la cinta de Allen; del mismo director, Match Point (2005), de donde parece provenir la soledad con que Frank enfrenta su "tragedia"; e Inception (Christopher Nolan, 2010), que se deja ver cuando Amy pregunta a Frank si recuerda cómo llegó al Sistema, si recuerda su vida antes de estar ahí (casi la misma pregunta que Cobb hace a Ariadne para que se dé cuenta de que ambos están dentro de un sueño). 

The Truman Show, Matrix, Inception500 Days of Summer, Annie Hall, Match Point. Por un lado, las películas de ciencia ficción para decir: así se entiende ahora la realidad. Por otro, las películas de amor para decir: así se viven ahora las relaciones de pareja. Her como bisagra entre ambos géneros. Estas referencias cinematográficas son también las coordenadas culturales, ideológicas y especialmente generacionales de “Hang the DJ”. 

Y ahí, bajo esas reglas y en ese espacio, ocurre esta historia de un “match” perfecto.

 

II. El dominio del Amo

De las relaciones amorosas y de pareja en nuestra época se ha dicho que se caracterizan por su fugacidad. En comparación con otros momentos de la historia, parece ser que ahora no hay la misma disposición para el compromiso, el largo aliento y la carrera de fondo que había antaño. Esto puede ser cierto, pero tampoco parece sencillo explicar por qué. También cabe la posibilidad de que se trate de un fenómeno limitado a cierto tipo de sociedades o de personas, que comparten algunas características como sujetos históricos. 

Entre otros elementos, esa fugacidad podría deberse a cierta manera infantil con que ahora se experimenta la vida, dicho esto en un sentido amplio y no peyorativo. Hay mucho del modo de ser propio de la infancia que ha encontrado expresión en la vida de quienes hoy son ya adultos y que integran ese sector de la sociedad a donde se dirigen categorías inventadas por el mercado como “millennial” u otras parecidas. 

La elevada percepción de sí y por contraste la poca conciencia del otro, la irresponsabilidad sobre los actos y la vida en general, la idea de que alguien más se hará cargo, la compulsión al goce, cierta terquedad para no aceptar la finitud de la existencia y acaso algunos otros rasgos que, en mayor o menor medida, parecen formar parte de la subjetividad de esta época, es decir, se trata de un punto de la cultura de donde manan sujetos con esas características y a su vez es alimentada por estas subjetividades, en un proceso que no siempre es sencillo clarificar o mirar en sus orígenes, aunque sí en sus efectos.

En una sociedad como en la que vivimos, todo es susceptible de convertirse en mercancía. Por eso productos como Facebook, WhatsApp o Tinder han tenido tanto éxito comercial: en la superficie porque responden a una necesidad del mercado, como se dice en ciertos ámbitos, pero sobre todo porque  al ofrecerse como objetos de deseo pretenden llenar una falta. En el caso de esas subjetividades, la falta que se formó como resultado de los cuidados y las recompensas constantes: la necesidad de sentirse mirados. 

Las personas de una generación anterior que crecieron olvidadas o abandonadas por sus padres, que se criaron en la precariedad de condiciones o con un mínimo de comodidades (porque esas fueron sus circunstancias), engendraron y criaron después a sujetos a quienes, en su engañosa intención de evitar repetir el pasado, situaron en las condiciones materiales y emocionales opuestas: rodeados de atención y validación, alejados de las negativas y los problemas, siempre bajo el ala protectora de la figura tutelar. 

El tiempo pasa, sin embargo, y el niño inevitablemente se convierte en adulto. Al menos por su edad y socialmente. ¿Pero es en realidad un adulto? Una persona incapaz de hacerse responsable de sí –de sus actos, de sus decisiones, de sus omisiones, de sus palabras–, ¿puede considerarse un adulto?

La infantilización de ciertas subjetividades puede considerarse una expresión de esa oposición entre Amo y Esclavo que, según Hegel, es el inicio de la historia humana y, según Alexandre Kojève, es una relación indisociable de la constitución del ser humano como sujeto deseante. Para hacer realidad su deseo, el Esclavo no tiene otra opción más que “luchar a muerte” contra el Amo, salir del mundo del Amo y comenzar entonces la construcción del mundo propio. Decir de ciertas subjetividades que son infantiles es decir que viven aún bajo el dominio del Amo, pues no han querido tomar para sí la responsabilidad de romper con éste.

Por eso es difícil que en esas subjetividades pueda florecer el amor: porque se trata de sujetos que viven aún en el mundo de la sujeción. Esto es, sometidos a la repetición de su goce, en la espera de que el amor se presente bajo la forma en que lo conocieron estando bajo ese dominio, en esa misma forma y con esas mismas directrices. Creyendo que esa es la única forma posible –y permitida– del amor.

De ahí la falta de tiempo actual para la tarea del amor, que en el fondo es impaciencia o aburrimiento porque éste no toma la forma conocida. El sujeto que no ha descubierto que puede inventar el amor, que es necesario construirlo y resignificarlo cada día, vive ansioso o deprimido porque nunca se presenta bajo la forma en que lo espera, o se resigna cuando llega lo más parecido posible a eso conocido y aceptable.

De ahí también la dificultad para entregarse al flujo impredecible del amor. A la falta de tiempo para el amor (es decir: para la vida), se suma además la reticencia al riesgo, la obsesión por querer tener el control, el miedo a lo incierto, a la ignorancia, a lo desconocido, al error; en una palabra: al vacío. El vacío de un mundo en el que nada existe y que el sujeto podría llenar con lo que quiere ¿Pero sabe qué quiere?

Así viven esas subjetividades, agobiadas por las cargas que el Amo les impuso: la carga del Tiempo, la carga del rendimiento, de la productividad, del cansancio, la exigencia y la persecución de un Ideal; tanteando siempre para encontrar de qué asirse, con miedo de caer y lastimarse y que les duela, buscando la mirada de papá o de mamá, su asentimiento, la confirmación de que lo están haciendo bien y que están haciendo lo que está permitido.

¿Puede existir el amor bajo el dominio del Amo? 

 

III. El malestar, una vía hacia el amor

El Sistema quita a Amy y Frank, y a todas las personas que lo aceptan como un procedimiento para encontrar pareja, su responsabilidad como sujetos deseantes. En ese sentido, son tratados como “menores de edad” con respecto a su deseo, es decir, como personas que por no poder decir qué desean, se les impone entonces un deseo: tanto en la forma como en el fondo, tanto en el objeto del deseo como en la manera en que éste tiene que ser deseado. El Sistema lo decide todo: desde el platillo que cada uno comerá en la primera cita hasta el tiempo que deben permanecer juntos. Y nada puede ser contravenido. 

A primera vista podría parecer que la historia de Amy y Frank es entonces la historia de una rebelión contra el Sistema. Amy en especial es quien se muestra más en desacuerdo con sus reglas. A lo largo del episodio mantiene un escepticismo casi cartesiano contra la realidad entera del Sistema, el cual toma forma tanto en su teoría sobre el funcionamiento de éste como en su duda metódica de por qué no es posible hacer que una roca salte contra la superficie del agua ni más ni menos de cuatro ocasiones. Es ella quien se aburre primero del paso en serie de las relaciones que se le proponen. Finalmente, es ella también quien toma la determinación de escapar.

Esos son los efectos de su malestar y su desarrollo que culmina en la fuga, ¿pero cuál es su origen? Su inconformidad con el Sistema, claramente, ¿pero por qué? ¿Por qué es casi un lugar común que, en la adolescencia, los jóvenes se “rebelen” contra el sistema? ¿Por qué surgen movimientos contraculturales al margen de la cultura dominante? ¿Por qué la gente se deprime por la suerte que le tocó pero también hay quien decide rechazarla y construirse una propia?

En breve, porque el deseo es subjetivo y porque por más que en una etapa de nuestra vida se nos diga qué y cómo desear, eventualmente nos damos cuenta de que eso no es lo que deseamos. Que no es eso lo queremos para nuestra vida. (Qué decisión tomemos después de darnos cuenta, es otra cosa).

“Debió ser una locura, antes del Sistema”, dice Amy en la habitación de la casa adonde llega con Frank, en su primer encuentro; una opinión en la que él coincide. Inmediatamente después Amy admite que, aún así, la situación es incómoda; Frank vuelve a estar de acuerdo. Más tarde, una vez que el arco narrativo está por cerrarse, el motivo vuelve. Cuando ambos se encuentran para despedirse, Amy pregunta a Frank cómo se sintió él la primera noche que pasaron juntos, a lo que Frank responde: “a salvo, feliz, cómodo”. 

Siguiendo la terminología de los manuales psicológicos, podría decirse que Amy y Frank son “personas inseguras”, cada cual a su manera. La inseguridad emocional (lo que sea que eso signifique) parece ser, de hecho, el punto de encuentro entre ambos. Y un poco la prueba de ello es que, no sin cierta emotividad, al final uno frente al otro son más o menos la misma persona que eran al principio, en su primer encuentro, al menos en lo esencial, en lo que importa. Después de tantos meses, después de tantas relaciones, después del hastío, la monotonía y la experiencia del placer sensual, hay algo de la inseguridad de cada uno que resuena en el otro y que en el otro encuentra compañía. La inseguridad es el síntoma que les permite estar juntos. 

¿De dónde, entonces, el malestar? No es sólo que el Sistema, en su control obsesivo y su omnipresencia, sofoque. No es sólo que el Sistema diga qué y cómo desear (esto es, a quién y bajo qué condiciones). Acaso la fuente más profunda y más auténtica de malestar sea que el Sistema cree la ilusión de que la falta puede ser llenada y, paralelamente, que dicte con qué y cómo hacerlo.

El mejor ejemplo de esto es la serie de parejas por las que pasa Amy después de su primer y breve encuentro con Frank, la mayoría de los cuales tiene características físicas comunes: hombres jóvenes o de mediana edad, musculosos, seguros de sí, diestros en el sexo, “viriles” y hasta un poco exóticos, multiculturales. Son, por así decirlo, hombres en toda forma, el estándar de lo que se supone es un hombre en la sociedad occidental contemporánea. 

El mensaje del Sistema es claro: tu inseguridad necesita seguridad. Tu falta puede ser reparada. Ese vacío puede ser llenado.

Irónicamente, esos hombres son también todo lo opuesto a Frank: poco o nada atlético, un tanto torpe en su comportamiento y sus palabras, indeciso, con cierto aire tierno o ingenuo… y con quien al final Amy decide escapar para vivir su relación sin reglas de ningún tipo.

La atracción entre Amy y Frank inicia y termina en la inseguridad o, mejor dicho, en una pregunta en torno a ésta. Sobre todo en Amy parece ser origen y causa, falta y deseo: una energía doble que provoca su malestar frente al Sistema pero también su impulso por escapar de éste. 

Esta podría ser una forma de la pregunta subjetiva de Amy: ¿es que no es posible amar desde la inseguridad? 

Y es la elaboración de esta pregunta, los actos que surgen de ella, la reflexión propia ante las experiencias derivadas de éstos, el aburrimiento ante las respuestas insatisfactorias y la determinación de defender las respuestas propias, lo que lleva a Amy a tomar la decisión de escapar del Sistema.

El deseo es un dios bifronte: su otro rostro es la falta.

 

IV. Las piedras contra el agua

Al jugar, Amy descubre los límites del sistema. Es como si en la repetición de su juego, trivial en un inicio, hubiera encontrado la prueba de lo que siempre supo: el Sistema es un lugar limitado.

Pero todos los lugares son, en ese sentido, limitados, y aquellos que carecen de coordenadas (como el limbo de data pura a donde llega con Frank después del escape), son “no-lugares”, estancias en un sentido literal del término: sitios donde es posible estar, pero no ser.

Dicho entonces con más precisión: con su juego Amy descubre que el Sistema es un lugar cuyos límites ella no puede aceptar porque, supone, no es ahí donde su deseo podrá realizarse. 

Su deseo de, por ejemplo, vivir en una relación con Frank sin que el tiempo importe.

 

V. El señuelo del amor

¿Amy y Frank escapan del Sistema? En la última secuencia del episodio, ambos descubren la presencia del otro en el mismo bar gracias a una app, que les indica su nivel de afinidad a partir de la fantasía que es la historia de este episodio: la fantasía del escape. 

A la luz del desarrollo de la historia, hay elementos para suponer que estas fantasías se diseñan a modo, a partir de los datos personales recolectados y reordenados por el algoritmo de esa app. Son, en ese sentido, fantasías que cumplen las expectativas de los usuarios, que satisfacen su goce y los mantienen cómodos, dentro de las “coordenadas fantasmáticas” conocidas, dentro de lo que cada uno espera encontrar en el Otro para obtener amor. En otros términos: son fantasías que los mantienen dentro del dominio del Amo.

El otro ejemplo de salida del Sistema que se presenta en el episodio es la boda a la que asisten Amy y Frank poco después de su primer encuentro, cada uno con su respectiva nueva pareja. Según se ve, la fantasía de los dos que se casan es esa: convocar a una boda, tener una fiesta, pronunciar un discurso y, sobre todo, mostrar a los demás que incluso ellos pudieron encontrar a su “media naranja” gracias al Sistema –ellos, en cuyas palabras y actitud se da a entender que nadie creería que encontrarían pareja, menos aún su “pareja ideal”. 

La boda es una celebración del acto de obediencia. El discurso que la novia pronuncia es en realidad un elogio al Sistema: "Tengan fe en el Sistema, porque funciona", dice para rematar sus palabras. Pero también pudo decir: "Sigan las reglas y serán recompensados" y el mensaje sería el mismo. Si se mira con detalle, el entusiasmo o la felicidad de la pareja no mana sólo de su relación o de su boda, sino también de cierto goce perverso por mostrarse obedientes, por satisfacer las expectativas del Amo: se sienten bien porque el Amo está complacido.

Más allá del recurso narrativo de metaficción empleado en el episodio (y que, dicho sea de paso, Charlie Brooker sabe usar muy bien), quizá esa sea la razón por la que no es posible decir que el pub sea el último nivel de realidad para Amy y Frank. Eso quisiera el espectador, que Amy y Frank hayan escapado del Sistema para vivir su relación tan libremente como sea posible. Pero no parece que haya elementos suficientes para llegar a esa conclusión. Si el resultado de su encuentro y de su “match” fue la milésima representación de una fantasía a modo, diseñada por un algoritmo, no parece factible que esta sea la historia de una rebelión contra el Sistema. Al final todo podría ser la simulación de una app para mejorar la autoestima de Frank, o que el bar sea para ellos la primera de sus simulaciones necesarias para llegar al 99.9% o al 100% de afinidad que el algoritmo requiere para anunciar el “ultimate match”. Cómo saberlo.

Sin embargo, la paradoja de necesitar una fantasía para experimentar la realidad del amor y el deseo es que en la fantasía misma se encuentra la posibilidad de salir de ésta. El señuelo del amor puede conducir también a la salida del laberinto de la repetición.

¿En qué consiste el señuelo del amor? Cuando estoy enamorado, amo a alguien a causa del “objeto a” en él, a causa de lo que “en él [es] más que él mismo”, en síntesis, el objeto del amor no puede darme lo que demando de él ya que no lo posee, dado que, en lo más íntimo, se trata de un exceso. Lo que define al amor es esta discordancia o brecha básica (elaborada por Lacan a propósito de la relación de Alcibíades con Sócrates en el Banquete de Platón): el amador [erastés] busca en el amado [éromenos] lo que a él le falta, pero, como lo expresa Lacan, “lo que a uno le falta no es lo que está escondido dentro del otro” —de este modo, lo único que le queda por hacer al amado es realizar una especie de intercambio de lugares, cambiar de objeto a sujeto del amor, en síntesis: devolver amor. 

(Slavoj Žižek)

 

VI. El triunfo de la muerte

Black Mirror fue una serie que llamó la atención desde su primera temporada en la televisión pública inglesa porque la distopía de sus historias dejaba al espectador con un amargo sabor de presente, como si esa pesadilla hipotética pudiera ocurrir en cualquier momento o, peor aún, como si supiéramos que ya está ocurriendo o que está en proceso inevitable de hacerse realidad. 

No es el caso de los episodios de esta cuarta temporada, que ponderados con suspicacia podría decirse que han sido esterilizados, procesados y empaquetados para consumo inofensivo del gran público, del que se cree que no puede ser perturbado con sacudidas críticas. O quizá sí, pero sólo un poco: lo necesario para seguir durmiendo pero no lo suficiente para despertar.

 

VII. Amor: términos y condiciones de uso

El Amor es trabajo que transforma el mundo, o no es.

 

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Twitter del autor: @juanpablocahz