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Con 2 historias diferentes, estos episodios de la serie "Black Mirror" exploran un síntoma muy característico de nuestra época: creer que podemos con todo

Este artículo contiene descripciones detalladas de la serie Black Mirror

Con ser una serie distópica, el amor también es un tema que ha sido explorado en Black Mirror. En sus tres temporadas podemos señalar al menos dos capítulos que se ocupan del amor de pareja en su relación con la tecnología: “Be Right Back”, primer episodio de la segunda temporada, y “San Junipero”, cuarto de la tercera.

En “Be Right Back” una mujer, Martha, se enfrenta al dilema de aceptar convivir con una copia digital de su joven esposo, Ash, fallecido en un accidente automovilístico; en medio de su duelo, Martha contrata el servicio de una compañía que ofrece mantener el contacto con seres queridos difuntos a partir del historial de conversaciones e intercambios que se realizaron en vida en medios digitales. Con esa información, la compañía crea un perfil virtual que responde de la misma manera que la persona fallecida. Cabe mencionar que el servicio evoluciona de intercambiar mensajes de texto con la persona fallecida a llamadas telefónicas y, finalmente, tener en casa un clon sintético de esta misma, que responde como lo haría la persona que conocimos, como si no hubiera muerto.

En “San Junipero” el desarrollo narrativo es mucho más sutil. Al principio sólo vemos a una joven tímida, Yorkie, que asiste por primera vez a un centro nocturno; no lleva la ropa adecuada, no sabe bailar, no se mueve con fluidez. Por azar se encuentra con otra, Kelly, que es justo lo contrario, alguien que baila, bebe, disfruta de la música, atrae hombres. Y también por ese mismo azar ambas terminan simpatizando entre sí al grado de dormir juntas e incluso enamorarse. Conforme avanza el episodio cambia la temporalidad histórica en que suceden los hechos; los atuendos, los hábitos, la música, todo brinca de década en década, desde 1980 hasta los años 2000, porque en realidad esa no es la realidad. Las protagonistas y todas las personas que las rodean tienen su conciencia en un mundo virtual en que todos son jóvenes, un mundo de vacaciones perpetuas en la playa, liberado del dolor físico y del envejecimiento; en la realidad, la mayoría están muertos, muchos otros son ancianos, enfermos terminales a los que les queda poco tiempo de vida y otras situaciones afines. Su conciencia está en esa “nube” virtual y hedónica donde pueden ser jóvenes para siempre. Una de las mujeres se enfrenta al dilema de morir honrando la memoria de su esposo y, como él, rechazar este servicio, o morir físicamente pero permanecer en San Junipero y continuar con el romance iniciado.

Como vemos, ambos episodios tienen como elementos comunes el amor y la tecnología, y también la muerte, sí en su sentido real, definitivo, pero también en un sentido simbólico, aquel que podríamos encontrar en su asociación con la finitud: de nuestra vida, de nuestros sentimientos, de las relaciones. En las dos historias, los personajes principales no pueden aceptar que algo termina: la vida de su pareja, por consiguiente la relación que sostenían, su propia juventud, las posibilidades de vida que tenían bajo otras circunstancias. Todo llega a su fin, eventualmente, pero por alguna razón, las personas en ese mundo distópico no saben qué hacer con ello, como si se tratara de una noción indescifrable, inadmisible.

Con todo, es posible que ese no sea el problema por el cual ambos capítulos nos apelan, nos dicen algo de nuestra época y situación. Si por algo Black Mirror es una buena serie, un buen producto cultural, es porque su creador ha percibido atinadamente algunos de los síntomas más característicos de este momento histórico, esas circunstancias en que se condensan nuestras contradicciones, esas paradojas ante las cuales nosotros tampoco sabemos cómo actuar, en buena medida porque las tenemos tan cercanas que muchas veces, aunque nos afectan, ni siquiera tenemos conciencia de ellas.

En este sentido, cabría pensar que una noción amplia y general como la finitud esté ocultando, en su obviedad, algo más fino y casi exclusivo de nuestra época. Con cierta astucia podríamos considerar que tanto Martha en “Be Right Back” como prácticamente todas las personas que “viven” en el paraíso virtual de “San Junipero” tienen problemas para lidiar con la finitud pero en un sentido mucho más doméstico de esta, cotidiano y asible: el no poder. Esas personas no pueden no poder.

En nuestra época existe cierta obligación a poder. A nuestro alrededor el discurso dominante nos asegura que podemos con todo, y más que esto, nos lleva a creer que podemos con todo, y si no podemos es porque no nos esforzamos lo suficiente, además de que vivimos ese no poder como un fracaso.

Tanto en la situación de Martha como en la de los habitantes de San Junipero lo sencillo sería decir que no son capaces de “dejar ir”, ese motto que en nuestros días está en los labios de tantas personas, como si fuera la llave mágica que remedia todos los conflictos emocionales. Y aunque quizá sea así, eso no sucede únicamente por voluntad, sólo porque un día decidimos “dejar ir” y, entonces, al instante siguiente somos capaces de olvidar que alguien murió, o sólo por eso ocurre que dicha partida ya no nos afecta.

Porque, por otro lado, tampoco se trata de eso. No poder poder es, en buena medida, engañarse en al menos un aspecto: no dar a ciertas circunstancias el lugar que tienen en nuestra vida, no reconocer la manera en que están configurando lo que somos y nuestra experiencia de vida. El fin de una relación en “Be Right Back” o el envejecimiento y sus consecuencias en “San Junipero”, por ejemplo. ¿Por qué creeríamos que estamos obligados a poder con ello? ¿No es más liberador reconocer que hay ciertas circunstancias con las cuales no podemos? La muerte, por ejemplo, nuestro propio envejecimiento, el azar, la fatalidad, la distancia insalvable que nos separa del otro.

Un segundo acierto en estos dos capítulos de Black Mirror es la sensación que dejan en el espectador de que eso que se acaba de desplegar ante sus ojos no es amor. Puede ser muchas cosas, pero definitivamente no es amor, el cual requiere de ese reconocimiento del no poder para después poder ser, a su propia manera.

 

Para complementar: "No poder poder", de Byung-Chul Han, en La agonía del Eros.

 

Twitter del autor: @juanpablocahz