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La generosidad es una de las perfecciones que constituyen a un ser humano iluminado o bodhisattva; esta la forma más sabia de practicarla

En todas las tradiciones religiosas, la generosidad juega un papel de primera importancia. En el cristianismo, la virtud principal teológica es la caridad, un término que significa sobre todo amor (agape) a Dios y a los demás como si fueran uno, y que hoy en día tiene la connotación de las donaciones u obsequios que hacemos a los demás por compasión. En las religiones de la India, la generosidad es tenida con especial estima, particularmente porque en todas ellas se tiene en cuenta el karma y la generosidad es una forma de erradicar el karma negativo, una forma de virtud purificadora, casi una tecnología de la liberación.

En sánscrito el término dana significa tanto el regalo o donación que se hace como también la virtud de la generosidad. Dana es, de hecho, la primera de las seis perfecciones (paramitas) o cualidades esenciales de un bodhisattva dentro del budismo mahayana, y como tal debe practicarse en el camino hacia la budeidad. Las enseñanzas del Buda Shakyamuni (Gautama) pueden resumirse en el entendimiento de que las acciones virtuosas producen resultados virtuosos o, en otras palabras, la compasión produce felicidad. Es por ello que en el mahayana la mente búdica, llamada bodhicitta, es a veces utilizada como sinónimo de la compasión. Podemos decir que la generosidad es la forma activa de la compasión.

Desde los tiempos del Canon Pali, se dice en el budismo que existen tres formas esenciales de practicar la generosidad: dando cosas materiales, dando protección amorosa (lo cual puede ser material o inmaterial) y la forma superior, que es brindando sabiduría o dharma. Esto lo podemos comparar con la parabola de Jesús en la que se habla sobre la superioridad de enseñar a pescar sobre dar unos pescados. En este caso la sabiduría que se brinda está ligada fundamentalmente al conocimiento de aquello que permite liberarse del sufrimiento de manera sostenida, por lo cual los regalos materiales son los menos valiosos. Desde la perspectiva del que da, se habla de que es siempre mejor cuando un regalo es dado en persona y que lo que se da sea preparado, creado o conseguido por la misma persona, ya que esto genera más mérito. Y, por supuesto, lo esencial es que la intención del regalo no sea egoísta (en la intención está el karma). Aquí existe un tema fino, pues se puede caer en el hábito de dar muchos regalos y demás con la motivación principal de acumular mérito, sabiendo que dar produce beneficios personales. Al hacer esto, aunque se puede acumular karma positivo se crea un obstáculo para la iluminación, ya que se genera apego a ese mismo acto de dar y se reifica la generosidad. Es por ello que la forma suprema de practicar la generosidad es el desapego, el cual nace de la sabiduría. La sexta y última de las perfecciones es la sabiduría, y sin ella se puede aumentar el bienestar y acumular mérito en general pero no se podrá alcanzar el estado libre de la mente de un Buda.

La práctica de la generosidad no sólo tiene como motivación la erradicación del karma, sino sobre todo el debilitamiento de los venenos mentales (kleshas) u oscurecimientos que impiden ver la realidad tal como es y residir en el estado natural, que para el mahayana, y con más énfasis aún en el vajrayana, es la mente búdica. Al dar vamos destruyendo la ambición, el odio pero, sobre todo, la ilusión de que somos personas sólidas y separadas e incluso que los objetos tienen una realidad independiente. La práctica de la compasión conlleva naturalmente la vacuidad; la vacuidad es para el mahayana el sello de la sabiduría. Se habla de vacuidad en el sentido de que todas las cosas dependen una de la otra y no tienen una existencia inherente independiente; son siempre relativas. Así, es en este relacionarnos --la relación básica es dar-- que entendemos la realidad y entramos en consonancia con ella. 

El Buda enseñó que la forma perfecta de la generosidad es el desapego, el no agarrarse de las cosas y los conceptos. Este es el sendero de la libertad. De otra forma el dar como prerrogativa genera deseos y el deseo es la raíz del sufrimiento, debido a que el mundo es impermanente. Si damos a alguien algo porque queremos que nos quiera, si damos algo porque queremos querernos (queremos, en nuestra mente, ser dignos de nuestro propio amor) o si damos algo a alguien porque sabemos que esto es bueno y queremos liberarnos del sufrimiento, incluso en esto, estaremos generando apego y estaremos yendo en la dirección contraria de descubrir la ausencia de existencia inherente de nuestro ego. Paradójicamente, la motivación más alta para dar y en general para cualquier acto es la no motivación, la pura espontaneidad de la mente libre y sin apego. El budismo mahayana sostiene que la naturaleza humana es esencialmente buena, sabia y compasiva (una inocencia original, a diferencia de un pecado original), así que cuando se eliminan los obstáculos que impiden que reluzca esta naturaleza, la generosidad brota sin necesidad de hacer un esfuerzo (esto es entendido de la misma manera en el taoísmo con la noción de wu wei). En otras palabras, si uno práctica el desapego en todo momento, lo cual significa no aferrarse a las cosas condicionadas y no formar avidez o aversión ante objetos, personas o sensaciones (lo cual no significa abandonarse a la marea y dejar de insistir en lo que nos parece sinceramente importante), estará practicando naturalmente la generosidad, no tendrá que buscar oportunidades y pasar el tiempo pensando qué regalar; los regalos serán puros, y el universo entero, finalmente, será lo que uno da, como esos mandalas que se ofrecen a los maestros y a las deidades que simbolizan la totalidad.