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Todo lo que te ocurra a fin de cuentas no es más que sabiduría. Bueno o malo, esto que se manifiesta en este instante es la materia prima de tu iluminación

Para el budismo, y en general para toda filosofía no dual, todos los fenómenos o apariencias que ocurren son sólo manifestaciones de la sabiduría primordial. En esencia el universo no es una cosa o un conjunto de cosas, es sólo sabiduría y dicha --la dicha de que la existencia se manifieste espontáneamente de formas tan diversas. Todo lo que aparece es la gloria de una cognoscitividad que no necesita de algo como un yo para saberse (y saborearse). Es por ello que todo lo que ocurra, aunque para nuestros conceptos y creencias parezca ser algo terrible o desafortunado, puede asimilarse como sabiduría y como parte del sendero --el sendero que lleva hacia la sabiduría de la naturaleza esencial, de quién somos y de qué son las cosas, lo cual, nos dice el budismo, es lo mismo, es Buda, la mente despierta o iluminada. Un sendero que, como el Tao, en realidad no puede recorrerse, porque no tenemos que ir a ningún lado: la meta es el punto de partida. 

Pero dejemos que un maestro zen calificado lo explique mejor. 

Norman Fischer, roshi estadounidense de la secta soto del budismo zen, autor de varios libros y fundador del sitio everydayzen.org, resume en seis punto toda una perspectiva para enfrentar la vida y hacer que los supuestos contratiempos o adversidades se transformen en el néctar de la sabiduría.

Fischer empieza contando una anécdota de su tradición en la que un funcionario del gobierno va a visitar a un maestro zen que era llamado el Roshi del Nido del Ave porque meditaba sentado en el nido de un águila en la montaña. El funcionario que también era poeta, al ver al maestro en el árbol, le pregunta qué es lo que lo ha llevado a vivir de forma tan peligrosa. A lo que el maestro zen le contesta: "¿Crees qué esto es peligroso? Lo que tu hace es mucho más peligroso". Esto es vivir en el mundo normal ignorando la muerte, la impermanencia, sin tener conocimiento de la naturaleza verdadera. Hoy llamaríamos a esto la existencia automatizada de las grandes urbes en el confort y la distracción que evita que meditemos y realmente busquemos descubrir quién somos.

Fischer comenta: "creemos que tiene sentido protegernos del dolor, pero nuestra sobreprotección acaba causándonos un dolor más profundo". Al final de cuentas todos enfrentaremos la muerte, el salvaje límite de la existencia, y no hay nada que pueda hacernos evitar enfrentarnos con todas las cosas que hemos dejado de hacer y con todas las cosas que sabemos que están ahí, pero que por miedo o desidia hemos intentado postergar. Nos encontraremos con todo lo que está oculto, esto es indudable, pero qué mente tendremos cuándo lo hagamos. ¿Sentiremos pavor o paz? El camino de la evasión, nos dice el zen, es en realidad el camino más peligroso: en él yace el peligro de nunca descubrir quién realmente somos y de nunca liberarnos de todas las cosas que cargamos con nosotros.

Explica Fischer que esta actitud es simplemente un camino suave hacia la felicidad. Es inevitable que la vida nos colocará en circunstancias indeseables y desagradables --y si nos resistimos a ellas se irán haciendo más grandes y violentas. Pero tenemos la opción de no resistirnos a ellas, de no crear una energía adicional de fricción y conflicto y transformar lo que viene en parte del sendero. Esto es un acercamiento sobre todo pragmático. Lo que viene es parte de la lección, lo que viene es la sustancia de la sabiduría.  

"Transformar las circunstancias negativas en el sendero está asociado con la práctica de la paciencia", dice Fischer. Dentro del entrenamiento de la mente del lojong de Atisha (uno de los grandes maestros budistas que llegó de la India al Tibet) existe una división de 59 aforismos o eslogans organizada por Chekawa Yeshe Dorje, de los que Fischer toma seis relacionados a esta transmutación de las adversidades en el sendero. Así que en realidad tenemos una mezcla de consejos del budismo tibetano desde una perspectiva zen (ambos mahayana):

 

1. Transforma toda adversidad en parte del sendero

Esto es lo que venimos explicando. Fischer señala que la clave aquí es la paciencia. Si tenemos fe, si tenemos confianza en los principios del Dharma, la paciencia brotará naturalmente, como una fuerza. "Practicar la paciencia es notar todas estas cosas [nuestras reacciones condicionadas a las cosas negativas] y mantenerse enérgicamente presentes con ellas (respirar y poner atención al cuerpo ayuda), en lugar de reaccionar a ellas". Es importante entrenarse a observar las cosas, a darles su espacio, antes de reaccionar y caer en un tren de...

 

2. Échale toda la culpa a uno

Esta requiere explicación. Para los budistas, no existe nadie que sea responsable de nuestro estado actual, ya sea afortunado o miserable, más que nosotros mismos. Y hacernos responsables de las cosas que nos suceden es parte esencial de poder crecer y eliminar obstrucciones en el camino. 

Esto evidentemente no significa culparnos desde una visión de víctima que puede acumular estigma o crear definiciones arbitrarias de cómo somos. Por el contrario, opera desde una profunda libertad, ya que sabemos que tenemos el suficiente poder --en mente, acto y palabra-- para generar la realidad en la que vivimos, ya sea positiva o negativa. Culpar a otros, por el contrario, es un signo de debilidad y esclavitud a principios incontrolables. Es una forma de retrasar, delegar, procrastinar y demás tácticas de autoengaño para no enfrentarnos con la realidad, aquí y ahora, con la monstruosidad aparente en la que nos hemos convertido, pero también con la luz prístina de la conciencia que siempre hemos sido y que existe inmaculada como una pepita de oro en el lodo.

Así, si somos cuidadosos y nos dedicamos a actuar de manera virtuosa, tarde o temprano cosecharemos los beneficios. Esta es la esencia de la creencia en el Dharma: vivimos en universo legítimo, perfectamente causal. 

 

3. Sé agradecido con todas las personas

El budismo enseña que no existen realmente los individuos, somos una masa de relaciones y causas concatenadas, de enlaces, de nodos y nexos que nos hacen quienes somos. Si no existiera toda esta madeja, no existiríamos nosotros. Agradecer es reconocer esto, es ser consciente de la cadena de reflejos. Y esto hay que llevarlo no sólo a las personas, sino a la tierra, al aire, al Sol, a las plantas, a los animales. Gracias. Para que pudieras respirar el aire que inhalas en este momento debieron literalmente conspirar innumerables seres y elementos, desde las estrellas a las flores de la Tierra, por eones.

Fischer lo dice bien: "La infelicidad y la gratitud simplemente no pueden coexistir en el mismo momento". Piénsalo bien. ¿Cuándo has estado genuinamente agradecido y a la vez infeliz? La gratitud se puede practicar. Eliminando todo el grumo de pensamientos que nos distraen del acto primordial de agradecer a todos los actores que nos han permitido existir y participar en el misterio de la existencia, tan bello y lleno de energía. Estar presente es una forma de agradecimiento, notar lo que ocurre a nuestro alrededor es un acto de reconocimiento de lo que se ha hecho. Una atención plena es una canción silenciosa de agradecimiento. 

 

4. Ve la confusión como Buda y practica la vacuidad

Esto nos remite a los principios básicos del budismo. Todas las cosas esencialmente tienen una naturaleza búdica o tathagatagarbha. Puede que no lo veamos, justamente porque nos identificamos con las cosas y pensamos que somos individuos aislados. Pero si dejamos de pensarnos como entes individuales atrapados en un cuerpo, entonces podemos ver que todas las cosas tienen la misma naturaleza, están completamente abiertas, como el espacio. Creemos que las cosas son buenas o malas y nos representan obstáculos o beneficios porque creemos que somos una entidad fija que es afectada por estos eventos. Pero si soltamos las riendas un poco, entonces, si nos sucede esto o esto otro, o si alguien nos critica o alguien nos elogia, esto no nos afecta porque no hay alguien ahí para que se vea afectado. La mayoría de las veces las cosas nos lastiman solamente porque alteran la concepción que tenemos de nuestra identidad. ¿Pero si no tenemos ninguna concepción de nuestra identidad? ¿Si creemos, como el budismo, que nuestra identidad se construye (y destruye) cada instante con nuestra percepción y con el conjunto de causas y efectos que surgen y no tiene ninguna solidez?

Una metáfora que es utilizada muchas veces en el budismo es la del espejo. Un espejo es capaz de reflejar todo tipo de objetos que se le cruzan pero no se ve afectado por estos objetos, permanece puro y puede reflejar incontables objetos más. Nos ocurre que nos confundimos y creemos que somos los reflejos que estamos reflejando en nuestra mente, aun cuando estos reflejos realmente no existen.

 

5. Haz el bien, evita el mal, aprecia tu propia locura, reza para que te ayuden

Esto es clásico zen. Por una parte no hay que olvidar que el budismo tiene un aspecto moral, donde el bien es la compasión y los actos desinteresados y aquello que nos lleva a la sabiduría, a descubrir que las cosas no tienen existencia inherente, están vacías, que realmente nuestro ego es sólo un concepto, una reificación, y por ello no debemos tomarnos las cosas tan en serio. Por otro lado, la locura es parte de este camino de espontaneidad, de liberarse de las asfixiantes restricciones, programas o convenciones sociales y de reconocer que vivimos en un mundo extraño, fascinante y un poco loco. Está en nosotros un poco de lo que Chögyam Trungpa llamaba crazy wisdom (sabiduría demente). El anhelo natural a la libertad que no puede reprimirse, si sólo lo dejamos respirar.

Fischer explica que rezar y apreciar nuestra locura tienen que ver tradicionalmente con hacer ofrendas a dos tipos de criaturas, protectores y demonios. El budismo reconoce que vivimos en un mundo repleto de diferentes estados de conciencia que se despliegan como entidades. Todas estas entidades finalmente solamente tienen una existencia relativa a la mente. Y, sin embargo, pueden interactuar con nosotros, asustarnos, hacernos pasar una mala pasada o protegernos e incluso enseñarnos. 

 

6. Lo que sea que aparezca es el sendero

El maestro tibetano Longchenpa escribió: "todas las apariencias son la herencia de los Budas", no hay otra escuela, otra materia prima para la iluminación que los fenómenos que nos ocurren, estos o aquellos, buenos o malos. De hecho todos los fenómenos no son más que luz, no son más que manifestaciones de la mente, según enseña el budismo, así que la cúspide de la práctica está en nuestra relación con los fenómenos o eventos que vivimos todo los días. Esta es la máxima meditación. Si andamos ligeros y aceptamos las cosas como son, todo lo que aparece será luz inasible que regresa a la vacuidad, mágicas y preciosas manifestaciones del misterio de la existencia y nada dejará una marca en nosotros, seremos como el espacio, como el cielo. Es el secreto del budismo que las cosas no tienen sustancia, son sólo luz, luz clara insustancial, igual a la vacuidad, igual a la felicidad de saber. Si todo los fenómenos que se manifiestan no son más que luz, entonces son literalmente la materia de tu iluminación. Mágicamente, no hay que hacer nada, sólo contemplar esta maravilla que aparece.

El maestro budista Thinley Norbu escribió: "Todos los inconmensurables fenómenos que podemos ver son sólo el despliegue de la indivisible e inobstruida Mente de Sabiduría. La naturaleza de espejo de la Mente de Sabiduría es que todo surge con un potencial infinito de ser obstruido o no ser obstruido". Purificar el sendero, pulir el espejo, simplemente dejar que el universo ocurra, que todo nos atraviese sabiendo que no somos nada... y sin embargo existimos. O, como dijera Emerson, "no somos nada, pero esa luz es todo".