El arcoíris es uno de los fenómenos ópticos más sorprendentes que existen en este mundo, una conjugación casi milagrosa de la realidad física, la natural y el entendimiento y la sensibilidad humanas que lo han convertido en un símbolo fantástico, mágico, puente entre dos esferas que sin este recurso permanecerían siempre separadas.
Por otro lado, ya en cuestiones técnicas, el arcoíris es también un fenómeno con el que pueden ejemplificarse los problemas en torno a la percepción humana del color. Como sabemos, los colores tal y como los conocemos, existen porque la estructura de nuestro ojo así nos los hace ver. El mundo sería totalmente distinto si uno solo de los componentes de nuestro sistema ocular cambiara.
En el caso del arcoíris, usualmente se dice que su diversidad cromática es séptuple, esto es, que son siete colores los que componen su espectro: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta. Sin embargo, esta consigna podría no ser del todo precisa, sobre todo tomando en cuenta las distintas frecuencias que un fotón puede tener en las frecuencias de onda visibles al ser humano.
Ethan, un colaborador del sitio Science Blogs, nos explica, de entrada, las particularidades de nuestro ojo:
La mayoría de los humanos tienen tres tipos separados de conos (lo cual nos hace tricrómatos), un total de (100)3 = 1 millón de colores discernibles para el ojo humano típico. Algunos nacen sin uno de estos tres tipos, creando la condición conocida como ceguera al color; los ciegos al color (dicrómatos) solo pueden ver (100)2 = 10,000 distintos colores. Por el otro lado, algunos tienen 4 distintos tipos de conos, haciéndolos tetracrómatos y permitiéndoles distingue más de (100)4 = ¡100 millones de colores distintos!
Con estos antecedentes, resulta que “hay más colores en un arcoíris que estrellas en el Universo o átomos en tu cuerpo, pero eso va más allá de lo que podemos percibir. Tu ojo imperfecto puede (probablemente) discernir únicamente cerca de un millón de colores distintos cuando ves un arcoíris, y en realidad cualquier otra cosa”.
Asimismo, los bastones, el otro tipo de células básico para nuestra vista, combinan su sensibilidad al brillo (la misma sensibilidad de un fotón) para interactuar con los conos y brindar la capacidad de distinguir un centenar de matices de un mismo color: en condiciones de brillo intenso, los conos se mueven hacia el frente del ojo, cada uno con un sistema propio de percepción de amplitudes de onda de la luz visible.
En suma, un arcoíris es, de por sí, un fenómeno cuya complejidad se agudiza por las muchas circunstancias físicas, anatómicas y fisiolígicas involucradas en su percepción. Quizá por eso nación la consigna popular de pedir un deseo siempre que tengamos la fortuna de mirar uno.