El espejo del Dr. Parnassus y la profecía sincromística de la muerte de Heath Ledger
Arte
Por: Alejandro Martinez Gallardo - 04/17/2010
Por: Alejandro Martinez Gallardo - 04/17/2010
No tarda Terry Gilliam en meternos a su universo oniridiscente. Cruzamos el espejo, el portal arquetípico a otras realidades (donde nos vemos como somos, en la abigarrada desnudez del inconsciente), y entramos al interior de la prodigiosa imaginación del Dr. Parnassus, el inmortal monje cuyo trance narrativo sostiene el mundo, como un molino de agua al que hay que seguir dando vuelta... como el eterno loto en el que sueña Brahma.
El vertigo policromático, la activación psíquica de los símbolos y de la teatralidad cósmica rápidamente rapta al espectador a lo que en ocasiones parece el viaje de DMT de un niño después de ir al circo. La lógica onírica del plasma mental en el que la cópula entre el trauma y la fantasía se materializa. Como algunas drogas psicodélicas, el mundo al interior de la mente del Dr. Parnassus puede llegar a convertirse en un viaje de ego(d), de que somos dios.
Gilliam va de lo sublime a lo rídiculo y aunque las alturas a las que llega la película en las crestas iniciales de la montaña rusa hacen que "The imaginarium of Dr. Parnassus" (el Parnaso es la montaña orgiastica de Dionisio) sea más que una experencia desifrutable, hiperestimulante (sincrosináptica), tal vez por la muerte de Ledger la alquimia sólo se completa por fuera. La película sólo nos deja asomarnos rápidamente al engranaje de la máquina cósmica que teje la realidad. Asomarte produce mareo y luces que giran; a Gilliam le cuesta terminar sus películas (como Don Quijote VS los Gigantes Invisibles) , por algun extraño maleficio; él mismo es parte de esta trama símbolica.
Antes de que se desmorone la película, como la mente antes brillante de un cabeza-de-ácido que ha tomado demasiado LSD y ya no puede conectar las perlas luminosas del collar de Indra, autominotauro de su laberinto, el director llega a la máxima altura de las películas que últimamente han construido un subgénero, que podemos describircomo interneuronaútico (Eternal Sunshine of a Spotless Mind, The Cell, Being John Malkovich, entre otras películas en las que se comparten mentes) y que recogen una preciosa tradición de Orfeo de Cocteau, de la Dama de Shangai y obviamente de Alicia en el País de las Maravillas. La montaña rusa de Gilliam nos lleva con el dulce de algodón, con la piel eléctrica de gallina y en el mismo carrito tenemos a un dios egipcio como Thoth y a una inmaculada princesa del sexo, tomandonos de la mano, apunto de revelarnos la carta de nuestro ser verdadrero...
Y se cae estrepitosamente después de la segunda transpersonalización de Heath Ledger en Jude Law... justo después de que la vanidad de Law (perfecto cast simbólico, mal ejecutado en la praxis) acaricia el cielo de las celebridades en una escalera (estilo Edward James) que no lleva a ninguna parte en un mundo virtual como uno de los Super Marios del Supernintendo... cuando el cielo azul se torna en el paisaje sublunar ( el mundo crepuscular del cerebro reptiliano), ahí la película se vuelve un desastre (pierde el flujo de la conciencia mágica que conecta todo) y es sólo soportable por algunas pinceladas intercaladas como la muñeca rusa fractal viviente que devora a los gangsters rusos o escenas como los espejos fragmentados persiguiendo a Valentina (Lily Cole) en el limbo de la cronetera interdimensional que vagamenrte recuerdan el final de la Dama de Shangai.
También se salva de la segunda parte la divina escena erótica entre la diosa escarlata juvenil, Valentina (Lily Cole) y la transpersonalización de Collin Farrel, en un río de agua de záfiro y burbujas irisadas (tambien es el río del poema de Lewis Carrol a Alicia, el sueño de un eterno verano dorado) en la sempiterna balsa del chacal interdimensional Anubis (que antes se fusionara en brillante kitsch con una trajinera con flores mexicanas de la muerte y en una gondola). Gilliam mantiene su humor ) y pasan días y la pareja afortunada pasa horas follando (con un dejo de "Hot Shots") en el extásís de la (ex)virgen ninfa, casi rozando la alquimia sexual con la que Osiris e Isis trascienden la muerte . Hasta que asalta el arquetipo del guasón en Ledger-Farrel, una secuencia que recuerda la fama vana del tiritero John Cusack dentro de la entidad John Malkovich, y que con genial cinismo critica la filantropía como branding de las celebridades.
Lily Cole se convierte en el imaginario colectivo en un poderoso símbolo sexual, Valentina, la hija del Dr Paranassus, concebida en parte gracias a un pacto con el diablo (como Mefistófeles) y que a sus dulces dieciseis, la edad del consentimiento (la edad del film), pasaría a la potestad del mismo diablo, que como un dios celoso se reserva a las mujeres de sus elegidos. Valentina encarna el arquetipo de la hot lolita, pero supera por mucho esta fantasía burguesa, con el añadido de ser también una hadita mágica (ferviente y feral) y una nymphette dionisiaca en potencia. Rubicunda (con ese degradee venusino en los cachetes) y de una belleza pálida (etérea) conforme al ideal del romanticismo inglés de Lord Byron y pelirroja, lo cual la acerca al mismo tiempo al diablo y al amor, el corazón de fuego y la serpiente kundalini (en una genial escena onírica el diablo encarna una cobra hambrienta en el río, a lado de un motel de neón y una pirámide negra como el monólito de Kubrick). El último gran mago de Occidente, Aleister Crowley, decía que para realizar cabalmente la magia sexual era necesario practicarla con una mujer pelirroja, "la diosa escarlata", la cual sirve como medium para entrar en contacto con las inteligencias astrales. Sí, Lily Cole, por momentos es ese bombón inconsumible en el fuego de la imaginación.
El casting a mi juicio es perfecto desde un punto de vista simbólico autorreferencial, donde los actores se convierten hiperrealmente en los personajes que han representado. Christopher Plummer ( The Spiral Staircase, Jesus of Nazareth) es el Dr. Parnassus (Dr. Fausto), la transpersona de uno de los Elohim, del Gran Mago, de la Luz (en este caso desde la vena humorística de Gilliam, donde por supuesto la luz ha perdido la guerra contra la oscuridad y la decadencia los oprime porque el mundo está atestado, como el cuento de Edgar Allan Poe, del diablo en la botella).
Lo de Heath Ledger es sobresaliente, verdaderamente encarnando la personalidad del Guasón, el Juglar, de Le Mat en el tarot, el Trickster que en este caso se convierte en El Ahorcado, sacrificándose en un acto sagrado de expiación ("atonement"). Ledger muy superior a la otra parte de su baraja de Hollywood-juglares (en los alter egos de Depp, Law y Farrel, una resolución que al principio funciona con un destello del "El Oscuro Objeto del Deseo" en Depp, pero luego es la némesis de la película), demuestra que el verdadero actor, cuando se mueve desde el fondo de la conciencia, es un medium de los aquetipos cósmicos que sincromísticamente se tejen alrededor de nosotros (y casi nadie los percibe, pero que juegan un "papel" vital aunque sea virtual). "Naturalmente están transmitiendo poderosos símbolos universales, hasta verdades universales, a través de su brujería y subterfugio. No tienen otra opción más que hacerlo", escribe Aeolius Kephas sobre los actores de Hollywood. Tal vez no percibimos del todo, y las películas en muchos casos son literalmente mágicas, brujería de la imagen en movimiento: reflejos de la trama secreta.
El destino del personaje de Ledger es indudablemente profético, morir ahorcado (después de manifestarse en la carta del Tarot) para sacrificarse por el mundo ( como Osiris-Odin por la virgen del mundo, colgando del árbol del conocimiento con frutas de soma), para que la madeja de la trama siga tejiéndose. Según Gilliam las últimas líneas de Ledger antes de morir fueron "Don't shoot the messenger". El mensajero de los dioses es Mercurio, es Thoth, es él. Un mensaje que encarna inexorablemente. Curiosamente esto ocurre enfrente del teatro masónico (con el tablero ajedrezado) en el que transforma la obra anticuada de Parnassus (de los misterios griegos de Eleusis) para atraer a la moderna vanidad y explotarla, cruzando el espejo entre los intersticios de la Matrix damónica.
Para los conspiracionistas no pasaran desapercibidas las tres ocasiones en las que aparece el símbolo del ojo omnividente en la pirámide.
Al final de la película Gilliam pierde la oportunidad de redimirse cuando toca la puerta del eterno retorno del divino femenino en una moneda que sueña como una campana astral en la mente del mago que puede ser un vagabundo (¿acaso todo es un sueño?). Gilliam tiene la oportunidad de acabar la película con una eterna seducción: la madre es la hija y es la diosa escarlata (o blanca de Robert Graves) que seduce al hombre de conocimiento dando lugar a la energía que mantiene en movimiento al universo: este sueño que se representa a sí mismo como un drama, porque, como dice Hakim Bey, le gusta jugar (y el juego favorito del universo son las escondidillas). En vez de acabar la película con el plano de la mujer que regresa para seducir e irse otra vez, Valentina (vestida de Valentino) con una gabardina ondeando su cabello rojo en el mediodía de Londres ("el laberinto rojo" Borges, El Aleph) y desapareciendo como el infinito, Gilliam concede el final feliz del cliche hollywodesco. Tal vez esta fue una condición que le pusieron para poder terminar el film, que se puso en entredicho por la muerte de Ledger, la cual le costó que esta película no fuera una obra maestra, pero que por otra parte la cargó de una energía casi ultraterrena que se siente en especial cuando Ledger (el medium esta vez de Damien Hirst o del arte conceptual subversivo) vende sueños chantajeando a las acaudaladas mujeres frigidas, a las cuales en realidad las entrega al diablo, que es el sexo, la polaridad.
"Primero fue la fabula", escribía Paul Valery, sí, la ficción divina, la Conciencia que sueña el mundo, y para sostener su sueño crea una trama de fricción, una tragedia que oculta una comedia: de la misma forma que la angustia de alguien que se intenta morder la cola se resuelve en risa. El Dr. Parnassus cree que si no sigue contando una historia el universo se detendrá; el código que se reproduce para seguir creando la realidad es la autodescripción del mundo. El diablo le muestra que el mundo es falso. La ficción también es profecía.
La posibilidad de que el universo que vivimos sea la representación símbolica de un diseño informático, de que cada uno de nosotros esté actuando su propio drama cósmico en el que si bien es "teatro, actores y auditorio", también participan interpenetrados en nuestra conciencia los arquetipos de la gran narrativa universal. De la misma forma que dentro de la mente del Dr. Paranssus, la realidad es cocreada por el programa mnemónico y libidinal de cada persona que cruza el espejo, y la mente de dios y el diablo en su "farsa" bélico erótica. "Demon est Deus inversus", escribió H.P. Blavatsky, al final y al cabo dios y el diablo, se necesitan entre sí para que la historia siga siendo interesante.
La última vez que Ledger atraviesa el espejo de la mente de Parnassus se le muestra la portada del tabloide The Mirror que nos revela su "verdadera" identidad, la de el Trickster. Al cruzar el portal dimensional de papel mercurial nos dice: "Don´t listen to what they say in the mirror". Y aunque Ledger muere y muestra su otra cara, también permite que la historia siga infinitamente: las variaciones del mismo loop. Esta es la quintaesencia paradójica del mundo, la contradicción divina. En palabars de Blake:
"Do what you will, this world's a fiction and is made up of contradiction".
Quizás en la totalidad representada, al igual que Heath Ledger, no somos más que los símbolos de un sueño pan-arquetípico siempre en proceso de volverse lúcido.
Twitter del autor: Aleph de Pourtales /@alepholo
Ve gratis en línea la película "El imaginarium del Dr. Parnassus"