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Reflexiones lúcidas de Bertrand Russell sobre el complejo dilema moral de Oppenheimer

El conflicto moral de J. Robert Oppenheimer es uno de los más difíciles del siglo XX. Y quizá para entenderlo y analizarlo se requiere no sólo de un un filósofo, sino de un filósofo que también fue un científico, Bertrand Russell, uno de los grandes intelectuales de su época.

Russell reflexionó sobre la cuestión en 1995 en un texto titulado "Two Papers on Oppenheimer", publicado originalmente en 1955 y compilado después en Détente or Destruction, el volumen 29 de sus Obras completas. La reflexión merece citarse extensamente, pues no ofrece una visión simplista reducida a lo bueno y lo malo, sino que entiende la complejidad y se centra en la noción de "pecado", que el mismo Oppenheimer evocó cuando citó la Bhagavadgita. Veamos las reflexiones de Russell al respecto:

Las investigaciones hicieron innegable que cometió errores, uno de ellos desde un punto de vista de seguridad bastante grave. Pero no había evidencia de deslealtad o de algo que pudiera ser considerado traición. Tales errores de juicio se debieron a la incapacidad de ver las cosas de manera simple, una incapacidad que no es sorprendente en alguien que posee un aparato mental complejo y delicado. Él sufre, como todos los sensibles científicos atómicos, de los horrores no intencionados que su trabajo ha hecho posibles. Como él dice: "En cierto sentido rudimentario que ninguna vulgaridad, ningún humor, ninguna exageración pueden extinguir completamente, los físicos han conocido el pecado; y este es un conocimiento que no pueden perder". Habla de "la profunda preocupación y la inquietud moral que muchos de nosotros, quienes somos físicos, hemos sentido". No veo cómo cualquier persona humana que estuviera involucrada en el tipo de trabajo que estaba haciendo el Dr. Oppenheimer podría no tener tales sentimientos. No quiero sugerir que el trabajo no debería haberse hecho. Los científicos se encontraban en un dilema trágico, e incluso los más concienzudos podrían sentir con justicia que ningún bien podría surgir de una negativa individual o unilateral a participar en las investigaciones que los gobiernos exigían. Pero no es difícil entender que, en momentos en que se olvidaban los intrincados argumentos políticos, el sentido de pecado del que habla el Dr. Oppenheimer regresara. Es algo impactante que los policías, que no tienen tal sentido, se consideren moralmente superiores a quienes lo tienen.

Russell destaca la humanidad innata de estos sentimientos, resaltando el dilema trágico que enfrentaron los científicos al convertirse en arquitectos del posible fin de la humanidad. Oppenheimer se convierte en una especie de personaje destructivo, al estilo de una tragedia griega, presa de un oscuro hado. En sus palabras, los físicos conocieron el pecado a partir de los resultados de su trabajo, un sentimiento que ningún exceso de palabras podía borrar.

A pesar de su humillación pública, la cual es el tema de la reciente película de Christopher Nolan, la pasión de Oppenheimer por entender las implicaciones del desarrollo científico en la humanidad no disminuyó. Junto a luminarias como Albert Einstein y Bertrand Russell contribuyó a la fundación de lo que se convertiría en la Academia Mundial de Arte y Ciencia, con el objetivo de abordar las amenazas potenciales que las invenciones científicas podrían representar para la humanidad. Sin embargo, incluso cuando comprendió la inmensa responsabilidad y el potencial destructivo de las armas nucleares, prosiguió en su tarea, la cual tomó casi como una misión que lo sobrepasaba en un sentido trascendental, como si él no fuera más que el instrumento o el vehículo de un propósito superior al cual, por esto mismo, no podía renunciar.

El legado del Dr. J. Robert Oppenheimer sirve como una lección histórica sobre los dilemas éticos que enfrentan aquellos que están en las fronteras del descubrimiento científico y son usados por el poder político.


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Imagen de portada: Mayalab