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Juliana de Norwich arribó a una interpretación muy sui generis del atributo divino de la inmanencia

Según la mística medieval Juliana de Norwich, asediada por la inquisición en su momento y finalmente canonizada como santa católica, lo Divino está en todas las cosas y opera en ellas su despliegue. La existencia hierve-bulle-estalla de Divinidad, que es la Vida con la que todo vive y la voluntad desde la que todo se realiza. Cuando el cristianismo señala que Dios es «omnipresente», asume que la presencia divina está en todo: está en el árbol, está en el grano de arena, está en el río, está en ti (a pesar de que el cristianismo exotérico lo olvida a menudo: la mayoría de cristianos, incluyendo a las autoridades eclesiásticas, desconocen su propia religión, pero los místicos son quienes la salvan rescatando el mensaje profundo del olvido). La clarividente de Norwich hace hincapié en la inmanencia divina, en Dios en el cosmos y en cada uno de los seres: «La plenitud de la alegría es contemplar a Dios en todo».

Dice: «en todo», no sólo en una parte, sino en la totalidad, desde lo más elevado hasta lo más ínfimo, incluyendo lo que nos pueden resultar "feo" o francamente "desagradable". Así lo ejemplifica:

El ser humano camina erguido y el alimento que toma queda encerrado en su cuerpo, como si este fuera una bolsa bien hecha. Cuando llega el momento de la necesidad, la bolsa se abre y luego se cierra de nuevo, de la forma más decorosa. Y es Dios quien lo hace, como se muestra cuando se dice que se abaja hasta nosotros en nuestras más humildes necesidades. Pues no desprecia nada de lo que ha creado, ni desdeña servirnos en las funciones naturales más simples de nuestro cuerpo, por amor.

Aquí vemos que lo Divino no sólo está presente en todas las cosas, sino que además realiza las funciones de todas ellas. Cuando tú rezas es porque Dios está elevando en ti la oración, cuando tú duermes es porque Dios está induciendo en ti el sueño, cuando tú amas es porque Dios está infundiendo en ti el amor, y así sucesivamente. Por eso la divina eremita escribe:

Súbitamente Dios trajo todo esto a mi mente y me reveló estas palabras, diciendo: "Yo soy el fundamento de tu súplica. Primero, es mi voluntad hacer este don, y luego hago que lo desees, y luego hago que supliques por él. Si tú súplicas, ¿cómo podría suceder que no obtuvieras lo que pides? (...) Pues todo lo que nuestro buen Dios nos hace suplicar, él mismo lo ha ordenado para nosotros desde toda la eternidad. Así, podemos ver aquí que no es nuestra súplica, sino su propia bondad, la causa de la bondad y la gracia que él nos da. Y esto es lo que realmente revela en todas estas dulces palabras, cuando dice: "Yo soy el fundamento".

Pero no sólo las grandes obras, como la oración, proceden de lo Divino, sino que impregna y realiza hasta «nuestras más humildes necesidades».

La inmanencia divina implica simultáneamente que: 1. Dios está presente (es) en todos los seres. 2. Dios obra (manifiesta su ser) en todos los seres. No sólo la Divinidad penetra el universo, sino además todas las obras o manifestaciones de los seres no son propiamente de ellos sino que nacen directamente de la voluntad divina: Dios ejecuta todas las acciones. Cuando un árbol realiza fotosíntesis es Dios quien está realizando la fotosíntesis en el árbol, cuando tú comes es Dios quien está comiendo en ti, cuando el mar crepita es Dios quien está crepitando en él, etc. La totalidad de las funciones, el orden, la actividad, el desarrollo, todo el dinamismo cósmico y el despliegue de los seres, lo efectúa Dios. Todo es expresión de la voluntad divina, todo es el acto divino, todo es la obra divina. Lo expresa en su Libro de revelaciones y visiones del amor divino:

por lo tanto, me vi obligada a admitir que todo lo que se hace está bien hecho, pues es Dios quien hace todo. En aquel momento no se me reveló obra de las criaturas, pues él está en el centro de todo y hace todo. (...) Dios me reveló todo esto de la manera más bienaventurada, cuando dijo: "¡Mira! Yo soy Dios. ¡Mira! Yo estoy en todas las cosas. ¡Mira! Yo nunca retiro mis manos de mis obras, y no las retiraré jamás. ¡Mira! Yo conduzco todas las cosas hacia el fin que he ordenado para ellas, antes del comienzo del tiempo, con el mismo poder, sabiduría y amor con que las creé. ¿Cómo alguna de ellas podría ser mala?".

Nada puede hacerse si no es Dios quien lo hace en cada uno de los seres, porque en Sí está totalidad de lo real, que al condensarse en un ser se expresa en la realización de ese ser: en la medida en la que alcanza su realización la Divinidad se hace patente en él. La omnipresencia divina no es sólo presencia sino también acto. Es aquí donde entra a tallar el concepto de «omnipotencia». Esta no indica únicamente el poder absoluto de lo Divino, sino también que su poder está en todas las cosas o que la potencia de todas ellas es la misma potencia divina. Pues no hay otro ser que el ser divino, siendo la totalidad desde el ser divino, y no hay otro poder que el poder divino, siendo el poder de todas las cosas el poder divino manifiesto en estas. Por eso la santa ermitaña refiere: «De él (Dios) tenemos nuestro ser» y «Él es el fundamento, suya es la substancia; él es la misma esencia o naturaleza y el verdadero Padre y la verdadera Madre de toda la naturaleza. (...)».

En resumidas cuentas, Dios está en todas las cosas y asimismo es el acto, el poder, la obra y la potencialidad en ellas. Para los religiosos que han perdido el rumbo y perciben el mundo vaciado de Divinidad, olvidando que esta se encuentra en todo, incluso en lo más ínfimo, en un grano de arena o en un excremento, Juliana de Norwich recurre al ejemplo más "obsceno", aunque para ella, al ser un acto divino, es también bello. El acto de defecar es obra divina en los seres: no debemos ir muy lejos para encontrar a Dios.


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