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¿El mandato de inclusividad está destruyendo los Premios Óscar?

Arte

Por: Pedro Luizao - 03/12/2023

¿Calidad cinematográfica o inclusión de minorías sociales? A juzgar por lo ocurrido en la 95ª edición de los Premios Óscar, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos ha elegido convertir en un espectáculo el apoyo a ciertas causas sociales

Los premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos, mejor conocidos como los Premios Óscar, han cambiado en las últimas décadas hasta convertirse en un ejemplo institucional de lo políticamente correcto. Los premios que mayor reconocimiento tienen en la industria cinematográfica se han vuelto también sumamente aburridos –en parte porque no se permiten bromas del mismo tipo que en otros premios como los Golden Globe– y también simplemente porque su preocupación parece ser cada vez más nominar y premiar a actores y realizadores de la mayor diversidad posible y no sólo reconocer las mejores películas y actuaciones bajo criterios estrictamente cinematográficos. 

Esto, en primera instancia podría parecer un cambio de perspectiva positivo. Es indudable que existe –y en épocas pasadas todavía más– un cierto racismo y sexismo en la industria del cine, que no es la excepción de lo que ocurre en otros ámbitos de la sociedad. Esto podría hacer que personas que merecen reconocimiento no lo hayan tenido en razón de dichos prejuicios o franca discriminación.

Sin embargo, la solución más común que se implementa para contrarrestar dicha situación, tanto en Hollywood como en otras industrias y áreas de la vida social, no es una justa evaluación del problema sino cubrir una cuota y, en el caso de una premiación como la de los Óscares, el interés expreso de tener una gala que cuente con una buena representación de las minorías y envíe un mensaje de corrección política sobre los temas de actualidad. Una estrategia que, en el fondo, no produce la justicia que busca y, al mismo tiempo, afecta la calidad de los premios concedidos.

Por una parte, desde hace tiempo los Óscares ya eran premios que se caracterizaban por una cierta visión limitada, eurocéntrica y más centrada en el entretenimiento que en el arte. Pero ahora se alejan cada vez más del cine de más alta calidad al introducir el filtro primordial de lo político, reduciendo el arte a lo meramente político, y más aún, a lo políticamente correcto. Con tal camisa de fuerza moral, la calidad artística difícilmente puede prosperar. 

Incluso una revista como The New Yorker, que no es precisamente radical o antiwoke, cuestiona en este artículo firmado por Inkoo Kang dicha necesidad de ser representativos para "sentirse bien". En este caso, la narrativa que se ha difundido con especial empeño (cada año hay una) es la del actor asiático Ke Huy Quan, quien había suspendido su carrera aparentemente por falta de oportunidades por ser asiático. Quan estuvo nominado a Mejor actor de reparto por Todo en todas partes al mismo tiempo, era el favorito en su categoría para llevarse la estatuilla y, en efecto, en la ceremonia fue anunciado como ganador.

Kang observa en su artículo de The New Yorker que son sobre todo los actores los que se benefician del imperativo cada vez más potente de aumentar la diversidad en Hollywood, el cual parece provenir de los espectadores, que quieren ver más personas que reflejen las realidades en que ellos viven. De nuevo, aunque puede resultar natural aceptar que es aceptable darle al público lo que pide, este modelo no es el mejor para cuidar la calidad de una obra.

Otro ejemplo de la reinante política de los premios es el documental Navalny, favorito para ganar el premio al Mejor documental y que, en efecto, se hizo con el galardón. No parece en modo alguno casual ni menor que el documental se alinea con la cause célèbre geopolítica de los últimos doce meses: exhibir a Vladímir Putin y su gobierno como antípodas de la democracia y las sociedades liberales de Occidente.

Diversas organizaciones analizan fenómenos como "la responsabilidad de los estudios" de dar papeles a minorías sociales de algún tipo (étnicas, de orientación sexual, de género, etc.). Y aunque esta regulación tiene ciertas justificaciones, como señala el mismo artículo de Kang, "el discurso de representatividad dura todo el año y a algunos participantes parece importarles más esta perspectiva que las propias películas y el desempeño". Y esto es el tema fundamental, no de fácil solución: ¿hasta qué punto la búsqueda de la excelencia artística debe estar supeditada a las causas sociales?

Al mismo tiempo, es posible que este tipo de premiaciones en realidad sólo maquillen para el gran público problemas que no se busca resolver de fondo. En este sentido, no parece exagerado considerar que la inclusividad es, fundamentalmente, sólo un discurso. Hollywood se ha convertido en el gran promotor de la inclusividad pero esto también parece ser solamente una fachada, un nuevo espectáculo. Y lamentablemente, ni siquiera un gran espectáculo, sino uno más bien predecible, acartonado y aburrido.


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Imagen de portada: Kevin Winter / Getty Images