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La verdad es probablemente el único terreno donde pueden florecer las relaciones con el otro, especialmente las relaciones de amor

Quizá el acto supremo de amor sea decir la verdad. No en un sentido confesional (es decir, culpígeno, católico), sino más bien en ese sentido que Jacques Lacan dio a la verdad como "verdad del sujeto".

De alguna manera, cuando una persona habla a otra con su verdad está efectuando un doble acto de amor: hacia sí misma, porque no renuncia a su verdad, y hacia el otro, a quien le concede el que sin duda es uno de los regalos más invaluables que alguien puede ofrecer: la honestidad.

Pero todo esto necesita de un requisito ineludible: que el sujeto conozca su verdad. No aquello que está habituado a considerar verdadero (la verdad del Otro), sino su verdad. Haberla elaborado, haber hecho el trabajo para conocerla y aceptarla, y también para poder transmitirla. Trabajo que no cualquiera emprende, por diversas circunstancias. De ahí que esa verdad sea todavía más valiosa, de tan raro que es que una persona hable con y desde su verdad.

Con todo, cabe observar que aun cuando decir la verdad pueda considerarse un acto supremo de amor, ello no implica que sea necesariamente un acto siempre agradable. De hecho, en no pocas veces tanto expresar la verdad propia como escuchar la verdad de otro puede ser, si no doloroso, sí al menos displacentero.

Lo cual, paradójicamente, no le resta amor al acto de hablar con verdad.


Twitter del autor: @juanpablocahz


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Imagen de portada: Aftersun (Charlotte Wells, 2022)