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La perspectiva que los pueblos germanos tenían de la muerte da lugar a una reflexión interesante sobre la posible mejor manera de encararla

Los antiguos germanos preferían morir en la flor de su edad, en la plenitud de sus facultades, en la cúspide de lucidez de su conciencia, en su máximo vigor, salud y belleza corporales. Eran tan perfectos los que morían, que significaban un sacrificio digno de los dioses, una ofrenda merecedora de Odín, el dios de los muertos en batalla. Puesto que morían en la plenitud de su ser, guerreando en pleno uso de sus facultades, en máxima vigilia, luchando heroicamente orientados al triunfo, lanzándose a la vitalidad que los desborda, al éxtasis guerreo, al clímax de la vida, a la vida misma, su muerte se daba justo en el momento ascendente de su ser y, por ende, los conducía al ascenso, y así alcanzaban el Valhalla, el reino de los héroes muertos en combate.

Aquellos que mueren de vejez o enfermedad en sus camas tienen un destino inverso. Su cuerpo alcanzó ya la corrupción y esta cala cada vez más en su ser hasta afectar su alma y el umbral de su espíritu, adentrándose la corrupción desde el exterior o la periferia hacia el interior o el centro. Mueren viejos, enfermos, extenuados, feos, deformes, sin lucidez, con la mente anulada y la conciencia en decrecimiento, y de esa forma no son una ofrenda digna de los dioses y su morada se orienta hacia los mundos inferiores a los que se aproximan a través de su corrupción progresiva. Para ellos, según los germanos, se abren las puertas del Hel, equivalente al Hades grecorromano, en el que los muertos viven como sombras en un eclipsamiento continuo de la vida.

Séneca, quizá por influjo de su tradición romana de origen indoeuropeo, mucho más afín a los germanos en ese sentido, planteó el suicidio como una muerte digna y él mismo se suicidó en pleno uso de su razón, su salud corporal y sus facultades. Eligió serenamente y con coraje su muerte, sin inmutarse, puesto que más valía morir honorablemente en manos de uno mismo que sin valía en manos de agentes externos a la voluntad. El suicidio que él plantea no es un suicidio producto de la desesperación y el escapismo, de la obnubilación y la cobardía, sino, muy lejos de eso, es un suicidio fruto de la reflexión serena y el sentido de dignidad, es un suicidio de confrontación, de valor, un suicidio racional. Séneca comprendía muy bien que la muerte no la debemos afrontar con lo peor de nuestro ser, con los restos, con las migajas de nuestro ser que sucumbe, sino con lo mejor de él, con él completo, pleno, honorable, en auge. Así la muerte es una muerte ascendente en lugar de descendente. Refiere el filósofo estoico:

Con justicia se podrá llamar hombre fuerte a aquel que, amenazado por todas partes de los peligros, y oyendo de cerca el ruido de las armas y el estruendo de las cadenas, no atropella ni esconde la virtud (...) Creo que fue Curio Dentato quien decía que antes preferiría estar muerto que dejar de vivir. El mayor de los males naturales es salir del número de los vivos antes de morir (...).

Y también: "Vivirá mal quién ignore la utilidad de morir bien" y: "el que tema a la muerte no hará hazaña de hombre vivo" ("Sobre la serenidad"). La dicha en la muerte corresponde, pues, al nivel de vida con la que esta se afronta.

Sin embargo, Cicerón, el célebre orador romano, distingue entre la forma de afrontar la muerte de pueblos indoeuropeos, tales como los germanos y los celtas, respecto de los mediterráneos, como los griegos:

Es así que algunos bárbaros inhumanos pueden luchar valerosamente con la espada, pero no son capaces de enfrentarse como hombres a la enfermedad. En cambio, los griegos, no tan valerosos pero sí juiciosos, lo propio de la capacidad humana, no pueden mirar cara a cara a los enemigos, pero soportan las enfermedades con resignación y dignidad. Por su parte, cimbrios y celtíberos se entusiasman en los combates, pero se lamentan en la enfermedad. Nada puede ser realmente equilibrado si procede de un razonamiento definido. 

("Sobre el dolor")

Más en lineamiento con el sentido germano que con el griego, es la valoración acerca de la muerte entre los samuráis, expresada por Yukio Mishima: "Morir por enfermedad es un hecho sujeto a las leyes naturales. En cambio, la muerte voluntaria es un privilegio de la libertad individual". Y asimismo, dice: "Únicamente en el instante final, en el que se arriesga la vida, se alcanza la esencia de la acción". Así nos ilustra muy bien, desde la visión guerrera japonesa, el mismo sentido de muerte honorable que tenían los germanos.

Procura que al morir estés en tus mejores condiciones de cuerpo, alma y espíritu, y que el instante de tu muerte coincida con un acto heroico en el que trasciendas tu ser individual. Así la trascendencia tomará lo mejor de ti y te arrastrará en sentido ascendente hacia ella. Por eso los héroes mueren jóvenes y son arrebatados por los dioses, entre los que moran como seres semidivinos e inmortales.


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De la misma autora en Pijama Surf: Sobre las hadas: su gobierno, su sociedad y su naturaleza 

 

Imagen de portada: El caballero, la muerte y el Diablo (Alberto Durero, 1513; detalle)