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Un sentimiento tan íntimo como la nostalgia ha sido capitalizado por la industria del entretenimiento

Una de las industrias más prolíficas de nuestra época es el entretenimiento y, específicamente, la industria del cine y las series de televisión. En buena medida como resultado de la irrupción de los servicios de streaming que Netflix masificó en la década del 2010, la industria cinematográfica se enfiló en una carrera un tanto ciega de producciones, con el objetivo casi exclusivo de lograr el mayor margen de audiencia posible. 

Dada la capacidad financiera de los grandes estudios y las plataformas de streaming, y la competencia que ello implicó, con los años ese frenesí por entregar al público siguió derroteros un tanto sorprendentes, pues el afán de producir ha llevado a la industria a echar mano de recursos que en otras circunstancias quizá nunca hubieran llamado la atención de casas productoras, inversores y demás. 

Uno de esos recursos es nada más y nada menos que un sentimiento: la nostalgia. Por más íntima y subjetiva que esta pueda ser, por más abstracta incluso, inaprehensible en algún sentido, la industria cinematográfica encontró el modo de explotar la nostalgia de miles y aun millones de personas, tratarla como una materia prima más y ofrecerla después como una mercancía lista para su consumo.

El ejemplo que podría considerarse paradigmático de este fenómeno es Toy Story 3 (Lee Unkrich, 2010), estrenada quince años después de la primera cinta de la franquicia y once después de la segunda película de esta. Dicho de otro modo, mientras que entre el estreno de Toy Story (John Lasseter, 1995) y Toy Story 2 (John Lasseter, Lee Unkrich y Ash Brannon, 1999) hubo sólo cuatro años de diferencia, pues el objetivo era seguir cautivando a la audiencia conseguida con la cinta inaugural de la franquicia, Toy Story 3 se perfiló en buena medida hacia esos niños que habían sido “iniciados” quince años antes. Y ello con éxito, pues aun cuando otros factores sobre su recepción tendrían que tomarse en cuenta, Toy Story 3 fue la película más exitosa de Disney/Pixar hasta 2018.

En ese sentido, Toy Story sentó el precedente de cuán redituable puede ser la nostalgia humana, en ese caso, la nostalgia de la infancia, esa especie de “paraíso perdido”, territorio comúnmente idealizado en donde mucho de lo que recordamos aparece teñido con los colores de la sencillez, la alegría y la facilidad, sobre todo cuando lo comparamos desde el presente de una vida adulta llena de complicaciones y adversidades, o al menos en donde ya muy pocas cosas se dan con esa gratuidad o generosidad con que parecen ocurrir en los primeros años. 

De ese preciosismo es la materia que capitalizan las productoras que han convertido la nostalgia en una mercancía. Sin ningún respeto por la intimidad de las emociones y los recuerdos (acaso lo más netamente humano), la industria del entretenimiento ha tomado el sentimiento nostálgico para convertirlo en su punto de apoyo para vender películas o series concebidas netamente sobre el suelo de lo entrañable, el sentimiento de una época o de una generación entera, y con elementos de la realidad que por algún motivo se incrustaron en la memoria, entre otros aspectos afines. 

Stranger Things y su recreación pop de los años ochenta del siglo pasado a través de la música y los juguetes que muchos niños de la época tuvieron en sus oídos y sus manos; la “resurrección" de Matrix estrenada en 2021 y la de Rocky Balboa en Creed (Ryan Coogler, 2015); el regreso del Karate Kid en Cobra Kai, la producción de una película ex profeso únicamente para el astronauta de Toy Story, Buzz Lightyear

Cuando la industria se dio cuenta de que el ser humano encuentra un extraño placer en visitar ese país personal e íntimo que es «su pasado», entonces acudieron también a ese lugar, pero no para recorrerlo o admirarlo atentamente sino para hacer el registro de lo que se podría extraer de ahí para procesarlo y mercantilizarlo. 

Con todo, si la intimidad tiene una cualidad que le es esencial, es que es sumamente defendible. No es fácil llegar hasta aquello que nos es más propio, más personal (tanto, que a veces ni siquiera nosotros mismos conocemos esos recintos secretos). Quizá por ello sorprende tanto que una industria cuyo solo propósito es la ganancia económica alcance con nuestra mansa anuencia la zona de nuestros recuerdos y nuestra nostalgia. 


Twitter del autor: @juanpablocahz


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Imagen de portada: Stranger Things (Netflix, 2016-)