*

Estas son las ideas principales de Bruno Latour, el filósofo francés recientemente fallecido

Filosofía

Por: Luis Alberto Hara - 10/11/2022

Las ideas de Latour quizá sean la mejor alternativa para imaginar un mundo habitable y significativo, más allá del trance planetario del cambio climático y el desastre epistemológico de la modernidad

El filósofo francés Bruno Latour murió el pasado 8 de octubre como consecuencia de un cáncer en el páncreas largamente padecido. Latour fue uno de los pensadores más importantes en las últimas décadas en áreas tan diversas como la filosofía de la ciencia, la filosofía política, la ecología, la antropología o la teología, entre otras. En una época que se caracteriza por la ausencia de grandes filósofos, intelectuales y artistas, al tiempo que las humanidades declinan en importancia y ceden su poder a la ciencia y a la técnica, la pérdida de Latour es irreparable. Esto se acentúa  en tiempos en los que urge la capacidad de reflexión, como ocurre en las postrimerías de la pandemia y ante la aceleración del cambio climático. Latour fue un pensador original, honesto, vital y dueño de una total integridad (e integralidad), crítico de la modernidad pero no relativista o posmoderno. Fue uno de los pocos pensadores actuales capaces de imaginar y proponer mundos alternativos dentro del yermo del pensamiento que no es capaz de ver más allá de los destructivos modelos dominantes. 

Latour nació en un viñedo en Borgoña, un hecho que sería en cierta manera definitivo en su obra, pues uno de sus temas fundamentales, como explica el también filósofo Tim Howles, es la amalgama de lo social y lo natural, algo que se vuelve patente en la dinámica de un viñedo. El más joven de una familia de ocho hermanos, Latour fue enviado a una escuela jesuita en París luego de no demostrar grandes virtudes en la vinicultura (y de que el negocio familiar fuera encargado a su hermano mayor). La influencia religiosa aparece en todas partes en la obra de Latour, creyente cristiano, si bien en pocos sitios de manera explícita. Entre ellos, por supuesto, su tesis doctoral sobre el místico Charles Péguy.

Latour trabajó a finales de los años setenta del siglo pasado en laboratorios científicos en California. De este acercamiento nació su primera gran aportación a la filosofía de la ciencia, mostrando cómo los hechos científicos son construcciones sociales, ligadas a una serie de "aliados" humanos y no humanos, que van desde el consenso de los expertos hasta los aparatos tecnológicos, el financiamiento y las revistas científicas, todos los cuales colaboran para la producción de los hechos científicos. Las llamadas verdades científicas no pueden separarse de los "actores" que las producen. Este modelo de construcción colaborativa de la realidad, por otro lado, es común a toda las dimensiones de la existencia, que se producen a través de ecosistemas o redes de interdependencia.

Sus primeros libros muestran que una cierta epistemología implica una cierta ontología; dicho de otra manera, lo que las cosas son depende de nuestros modelos de conocimiento. Esto desmonta la creencia que sustenta el proyecto moderno de que la naturaleza y la conciencia –o la subjetividad– son dos cosas distintas, claramente separables, o que el mundo está hecho de cosas reales, independientes, que son descubiertas por los científicos.

De aquí se deriva ya una primera crítica a la modernidad que había supuesto entender una clara diferencia entre el mundo inerte, objetivo y sin agencia de la naturaleza y el mundo subjetivo, racional y con agencia del ser humano, que descubre las leyes de la naturaleza como si estuvieran allí aguardando eternamente. En 1991 Latour publicó el que quizá sea el libro central de su pensamiento filosófico: Nous n'avons jamais été modernes. Nunca hemos sido modernos porque en realidad la modernidad nunca  logró sus propósitos esenciales. Nunca consiguió tener un mundo natural calculable, dócil y objetivo, separado del pensamiento humano y sus acciones. La empresa científica de "buscar la verdad" nunca ha estado separada de la política. Las cosas reales no son cosas que puedan definirse como "naturales" y no "culturales", como "científicas" y no "políticas"; son siempre redes híbridas. "No estamos lidiando con la naturaleza o el conocimiento, con cosas en sí mismas, sino con la forma en la que esas cosas están ligadas a nuestros colectivos y a sujetos". El hombre moderno se distingue por su creencia de haber descubierto categorías que distinguen claramente las cosas, pero esto es sólo una ilusión. La realidad es que las cosas están mezcladas en un complejo tejido que imbrica al "cielo, la industria [y la capa de ozono], textos, almas y leyes morales". 

Otra de las cosas que definen al hombre moderno es que es contradictorio e inauténtico, pues dice ser una cosa y hace otra. Dice que su ciencia es pura y en cambio está contaminada de política o religión, o que se expande por el mundo para traer progreso y libertad, cuando también lo hace para satisfacer su ambición de poder y control. Al respecto, Latour utilizaba la frase de un western: "hombre blanco, lengua de serpiente".

Justo después del triunfo del liberalismo y el capitalismo ante la caída del Muro de Berlín, observó Latour, empezaron las grandes conferencias sobre el cambio climático. Al mismo tiempo, la visión de extractivismo y crecimiento infinito se aceleró al máximo. La ceguera fundamental de las democracias occidentales es no ver o no querer ver cómo la expansión de sus valores modernos está conectada con la destrucción del medioambiente.

Más tarde, en la década de los 2000, Latour inició una prolífica exploración de temas de actualidad, llevando su obra más hacia la ecología y a la política. Particularmente, abrazó una versión de la teoría de Gaia, que sugiere que la Tierra debe entenderse como un organismo viviente completo, una delicada red de interdependencia que hace posible la vida en una "zona crítica", sumamente minúscula y delicada en comparación con la totalidad del cosmos. Latour usa la idea de Gaia, cuya virtud, observa, es la mezcla del mito religioso con la ciencia, para reformular un modelo en el que ser humano debe concebirse como trabajando en cooperación con los mecanismos planetarios que permiten la vida y no como el ente aislado en el timón que manipula los resultados. Este llamado a ecologizar la existencia significa también un llamado a agudizar la sensibilidad y aumentar la atención hacia lo otro, hacia lo no humano, de lo que dependemos y en lo cual encontramos sentido, belleza, orden y una encantadora camaradería que nos da un sentido de trascendencia desde lo inmanente.

En los últimos dos años, Latour escribió dos libros que son de gran relevancia para pensar la pandemia y el cambio climático: Où suis-je?: Leçons du confinement à l'usage des terrestres y Memo sur la nouvelle classe écologique. Latour llama al surgimiento de una nueva clase social, "la clase ecológica", que debe enorgullecerse y trabajar para alimentar su cultura, un poco como el socialismo creó una nueva cultura que le permitió tomar una posición de poder. Para esto es esencial liberarse de la consigna tiránica de modernizarse y crecer. Un falso mandamiento que es padecido todavía por la clase política, que no se da cuenta de que la modernidad en realidad se ha acabado. En realidad nos encontramos en un periodo de transición que semeja más bien bien un museo de la modernidad. Con la covid-19 y la crisis climática se ha vuelto imposible no ver que el mundo está vivo y más allá de nuestro control.

"Las condiciones de existencia en las que vivimos, alimentarias y alimenticias, son el producto involuntario de los seres vivos", dijo Latour, lo cual significa que el ser humano es una pieza más en ese mecanismo precioso e improbable. Es reconociendo esa dependencia y esa responsabilidad mutua que podemos verdaderamente avanzar, no hacia una utopía progresista, sino hacia una auténtica prosperidad. Una nueva cosmología basada en la ecología y en la habitabilidad, incluyente de lo no humano (y esto significa también lo divino), es la forma para hacer que lo humano siga siendo viable, en alianza con la Tierra y todos los seres vivos que la componen. 

La obra de Latour debe entenderse como un canto a la interdependencia, a lo compuesto, a lo heterogéneo como fuente de la verdadera abundancia. 


También en Pijama Surf: Debemos abandonar la producción y optar por una ecología política: Bruno Latour 

 

Imagen de portada: Wikimedia