La historia del arte también puede mirarse desde la perspectiva de una historia de la amistad. Además de los frutos evidentes de la actividad artística (las obras), esta suele ser terreno fértil para muchas otras situaciones, historias y anécdotas más allá del arte.
Un ejemplo notable y no tan conocido de ello es el vínculo que existió entre la actriz de origen inglés Audrey Hepburn y el pintor mexicano Rufino Tamayo, sin duda uno de los más destacados y originales en la historia de las artes plásticas del país. Hepburn, por su parte, fue una de las actrices icónicas de siglo XX y de toda la historia del cine.
Hasta ahora, las fuentes que hablan de dicha relación son más bien difusas, al menos por lo que toca al ámbito personal. De entrada, aunque se sabe que Hepburn y Tamayo se conocieron, las circunstancias precisas de su primer encuentro no son del todo claras.
Hay quien sugiere que la actriz y el pintor se conocieron en México, durante el viaje que Hepburn hizo al país en 1953. Otra hipótesis ubica el lugar de la coincidencia en París, en 1957, en donde la actriz se encontraba por la filmación de Funny Face, cinta que protagonizó junto con Fred Astaire y que en ese momento era la ciudad de residencia del pintor.
Por otro lado, el origen del interés de Hepburn por la obra pictórica de Tamayo parece ser Mel Ferrer, también actor y quien fue esposo de Audrey entre 1954 y 1968. Ferrer, que provenía de una familia sumamente exitosa profesionalmente y cultivada, tenía en especial estima la obra de Tamayo, apreciación que al parecer contagió a su esposa.
De dicho gusto se derivó la compra de Sandías y naranja, un óleo que Tamayo terminó en París en 1957 y que ese mismo año Hepburn adquirió para su colección particular directamente del pintor. Hay fotografías que muestran que Hepburn mantuvo el cuadro por mucho tiempo en la estancia principal de su casa.
Como se señala en este video de la casa de subastas Sotheby’s, la compra por parte de Hepburn de Sandías y naranja es expresión de una cercanía entre Hollywood y México muy propia de la época, en un momento en que ambos lugares se encontraban en uno de sus mejores momentos. Hollywood estaba en su época dorada y, por otro lado, en México se vivía una intensa vida cultural y de entretenimiento, derivada de los años del “milagro mexicano” o “el desarrollo estabilizador”, un periodo de especial bonanza económica para el país; de ahí que fuera un polo de atracción para actores y otras personalidades, quienes veían a México como lugar de vacaciones y esparcimiento.
Cabe mencionar que en ese mismo año (1957), Tamayo realizó un retrato en pastel sobre papel de Hepburn, mismo que compró la artista y que durante muchos años perteneció a la colección de Ferrer.
Como vemos, en la relación entre Tamayo y Hepburn predominó un reconocimiento mutuo de los talentos de cada uno, además de una profunda admiración.