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Estos son los motivos políticos, históricos y religiosos que justifican la invasión de Ucrania en la mente de Putin

Sociedad

Por: Joaquín C. Bretel - 03/05/2022

El primer gran conflicto armado en la era de la posverdad. Entender lo que está sucediendo no es fácil, pero casi seguramente es más de lo que se cuenta en los medios occidentales

Hablar sobre los motivos de Vladimir Putin para invadir Ucrania podría herir la sensibilidad de algunas personas. Es demasiado pronto para asegurarlo, pero es probable que Putin pase a la historia como uno de los más terribles dictadores y criminales de guerra. Putin ha invadido Ucrania y es y será responsable de la muerte de cientos y quizá miles de personas que, de manera directa, son víctimas de sus intenciones imperialistas. En su propio país ha suprimido todo tipo de disentimiento con violencia y propaganda. Aunque se puede argumentar, no sin razón, que los países occidentales también utilizan propaganda y reprimen a sus ciudadanos, la escala a la que Putin lo hace es difícil de igualar.

Pese a esto, el mundo en el que vivimos es sumamente complejo y, aunque Putin sea un tirano y un individuo que sistemáticamente ha usado tácticas de manipulación para conseguir sus objetivos, sus actos no son inesperados ni "totalmente sin provocaciones", como argumentan los líderes de la OTAN. Escuchar sus motivos, las ideas que lo mueven y los eventos históricos que han llevado a la situación actual no significa defender a Putin. Incluso es concebible que considerar e intentar entender los motivos de Putin podría haber ayudado a evitar el desastre actual, como han sugerido algunos de los más importantes expertos en política internacional, desde Kissinger hasta Chomsky (otros creen que Putin habría encontrado de cualquier manera una excusa). Putin es responsable de la realidad atroz de esta guerra. Esto no puede atenuarse, al menos entre quienes piensan que la guerra es siempre un error, especialmente en un caso en el que no sólo se exhibe un plan estratégico de defensa, sino una inconfundible expansión que atropella la expresa voluntad de un pueblo. Más aún, un pueblo que está unido históricamente a Rusia y cuya participación, según Putin, "en un mismo espacio espiritual" es uno de los motivos centrales que supuestamente legitiman su operación militar. Kiev es la antigua capital espiritual del imperio ruso, donde el príncipe Vladímir, quien se convirtió al cristianismo ortodoxo, erigió la primera iglesia cristiana del recién fundado imperio ruso en el año 989. Putin, quien pretende defender los valores tradicionales espirituales de una civilización diferente al liberalismo secular de Occidente, lamentablemente no parece vivir en acorde con los valores cristianos más básicos. Incluso si los ucranianos son víctimas del "imperio de mentiras" occidental, es indudable que desean ser independientes de Rusia y, por lo tanto, es difícil de conciliar su "liberación" con valores cristianos. Más que poseído por el espíritu del amor cristiano, Putin parece estar poseído por el espíritu de la voluntad de poder y la intoxicación de una misión "histórica".

Rusia y Ucrania ciertamente comparten un pasado común, pero no todo es la santa gloria del imperio ruso. La Madre Rusia, aunque bajo la guisa de la Unión Soviética, llevó a cabo su propio holocausto en Ucrania, la terrible hambruna de Holodomor, en la que murieron más de 1 millón de personas. Putin, en su búsqueda de restablecer la antigua gloria de la Madre Rusia, no puede olvidarse del pueblo ucraniano, pues, según la máxima de Brzezinski, "Rusia sin Ucrania es un país, con Ucrania es un imperio". Es indudable que Ucrania, por su historia, por su riqueza (no sólo por sus reservas de carbón, uranio y otros metales raros, sino por su agricultura) y por su ubicación estratégica es esencial para una Rusia imperial. Pero los deseos de Putin y la propia trayectoria histórica chocan con la realidad actual de Ucrania y de Europa ¿Cómo podrán olvidar los ucranianos Holodomor? Y, más aún, ¿cómo podrán olvidar esta última muestra de la "fraternidad" rusa que los "emancipa" en contra de su voluntad? Putin puede triunfar en Ucrania pero mantener la ocupación o asimilar a los ucranianos será sumamente complicado.

Lo que vemos, tristemente -y por ambos lados-, parece confirmar las ideas del historiador griego Tucídides, quien observó que cuando un nuevo poder emerge esto señala casi inevitablemente un conflicto con el poder dominante. Esta es la trampa inevitable de la pujanza del poder y de la condición humana, que, según Tucídides, está naturalmente inclinada al ejercicio del poder y a la imposición de la voluntad del más fuerte. "Es una necesidad de la naturaleza que cada uno, dios u hombre, ejerza todo el poder del que dispone", escribió. 

El discurso de los políticos y los medios occidentales rápidamente califica a Putin como "irracional" y "maligno" (evil). Es posible que sus actos lo sean, pero la mayoría de estos calificativos se realizan sin estudiar el propio proceso de pensamiento de Putin y sin el más mínimo indicio de autorreflexión sobre actos pasados que han alimentado, por así decirlo, la hoguera del monstruo. Incluso es posible que el mismo Putin se beneficie de estos calificativos, pues, como ha dicho del presidente de Finlandia, lo suyo parece ser "una irracionalidad racional". Su irracionalidad lo hace más peligroso para Occidente, pues lo vuelve impredecible, lo cual es una ventaja que muy racionalmente podría estar calculando. Pero, por otro lado, la supuesta "irracionalidad" de Putin es un signo de la incapacidad de Occidente de comprender lo diferente: es irracional, sobre todo, en contradistinción al Occidente racional, pues defiende valores muy distintos a la democracia, el liberalismo y la ilustración tecnocientífica, valores que llama "tradicionales", y que son nacionalistas, religiosos y hasta místicos. 

Lamentablemente para los ciudadanos de Ucrania y de otros países que quedan en medio de las potencias, no se trata solamente de un conflicto entre el bien, la libertad y la democracia y el mal, la tiranía y la irracionalidad. Se trata de un largo y complejo conflicto entre dos males, entre poderes titánicos, taimados, ignorantes y crueles -suerte de Leviatán y Behemot- que reiteradamente han corroborado la lógica brutal de Tucídides. Lo extraordinario es que en este caso se revela de manera explícita la naturaleza de una de las bestias, en un ataque abierto e injusto. Por ello es necesario primero condenar a Putin y defender a Ucrania. Pero esta respuesta moral no debe anular un análisis histórico e intelectual. Para hacerlo es necesario también considerar la versión de Putin y la crítica de Occidente que representa en su tentativa de crear un mundo "multipolar".

Micheal Millerman, experto en el pensamiento de Aleksandr Dugin, uno de los intelectuales de cabecera del régimen ruso, se sorprende de que "tantos periodistas" sólo hayan encontrado como explicación a lo sucedido el hecho de que Putin "está loco" o "es malvado". "Putin", señala Millerman, "dio un largo discurso citando sus razones, y son consistentes con lo que ha dicho por más de una década. Es perfectamente posible decir: 'estas son las razones por las que Putin está haciendo lo que está haciendo, y esta es la explicación de por qué cada una de ellas está equivocada o es ilegítima"'. Este es el intento de este artículo: trascender los calificativos simplistas, entender el contexto histórico, político y religioso y, luego, con estas herramientas propiciar el pensamiento crítico y moralmente concienzudo, que posiblemente elija decidir que las razones de Putin, a diferencia de lo que él cree, no justifican sus actos.

 

La expansión de la OTAN

Lo primero que hay que saber es que la OTAN se creó fundamentalmente en previsión a un posible ataque de Rusia o, en ese entonces, de la Unión Soviética. La OTAN existe como una fuerza cuya intención es desarticular el peligro que significa Rusia para los aliados. La principal razón que ha aumentado las tensiones entre Rusia y Occidente es la expansión de la OTAN, primero a países como Polonia, Hungría y la República Checa, luego a Estonia, Letonia y Lituania, países que tienen frontera con Rusia o con Bielorrusia. Putin, en sus primeros años como presidente, había solicitado convertirse en miembro de la OTAN, algo que no fue tomado seriamente, quizá porque no podían confiar en él y aceptar a un país antidemocrático o quizá porque hacerlo eliminaba la razón de existir de esta organización. Recientemente la negativa a asegurar que la OTAN no incluiría como miembro a Ucrania fue utilizada como una provocación intolerable, pues este organismo militar, según Putin atenta contra la seguridad de su país. Esta expansión viola, si bien no un acuerdo internacional, sí una serie de compromisos verbales ampliamente documentados. Este hecho es esencial, pues le brinda a Putin una oportunidad de justificar sus acciones. Archivos desclasificados del National Security Archive, ubicado en la Universidad de George Washington, confirman que Estados Unidos y otros países europeos en reiteradas ocasiones usaron la garantía de que la OTAN no se extendería más allá de Alemania en las negociaciones de la caída del muro de Berlín con Gorbachov. Famosamente el secretario de Seguridad de Estados Unidos, James Baker, dijo "ni una pulgada más hacia el este" hasta tres veces en su conversación con el líder ruso. Es cierto que este compromiso no aparece en los acuerdos oficiales que se firmaron, pero sí en los memos de las reuniones. No sólo Baker garantizó esto, el presidente Bush le había asegurado a Gorbachov en Malta en 989 que Estados Unidos no tomaría ventaja de la situación, es decir, no explotaría las revoluciones en el este de Europa para lastimar los intereses soviéticos. Entre los diferentes políticos que aseguraron a los soviéticos que la OTAN no avanzaría están el canciller Helmut Kohl, el presidente Mitterrand y la premier Margaret Thatcher. Los autores de la investigación oficial concluyen: "Los documentos muestran que Gorbachov acordó la unificación de Alemania a la OTAN como resultado de la cascada de afirmaciones, y con base en sus propios análisis de que el futuro de la Unión Soviética dependía de su integración a Europa". Sobre esto Noam Chomsky ha dicho que la concesión que hizo Gorbachov era enorme, pues Alemania había virtualmente destruido a Rusia dos veces ya en el pasado. Los entonces soviéticos difícilmente habrían cedido sin recibir algo a cambio que les brindara algo de seguridad. 

Varios de los principales expertos en política internacional, tanto analistas como funcionarios del gobierno de Estados Unidos, han advertido que la expansión de la OTAN es una provocación que resultaría invariablemente en la reanudación de la Guerra Fría. El director actual de la CIA, William J. Burns, ha criticado la expansión de la OTAN desde 1995, cuando trabajaba en la embajada de Estados Unidos en Moscú. En ese entonces Burns señaló que la expansión de la OTAN era percibida "universalmente como hostil" entre los políticos rusos. Burns, en su calidad ya de embajador en Moscú, manifestó en 2008 que "la entrada de Ucrania a la OTAN es la más alarmante de las banderas rojas para la élite rusa (no sólo para Putin)". Burns publicó un libro en 2019, The Back Channel, en el que reafirma eso y sostiene que la expansión fue "innecesariamente provocativa".

George Kennan, considerado el principal arquitecto de la estrategia de contención de la Unión Soviética en la Guerra Fría y uno de los más longevos diplomáticos estadounidenses, ha manifestado categóricamente que la expansión de la OTAN fue un error. Hablando con el periodista del New York Times Thomas Friedman, Kennan aseveró en su momento que la expansión de la OTAN era "el principio de una nueva Guerra Fría. Creo que los rusos gradualmente reaccionarán adversamente y esto afectará sus políticas. Creo que es un error trágico. No había ninguna razón para ello. Nadie estaba amenazando a nadie". Kennan criticó al senado de Estados Unidos que, en su discusión del tema, se mostró crasamente ignorante de la realidad de lo que ocurría en el este de Europa y representó a Rusia como un país desesperado por atacar el oeste. "Por supuesto que vamos a tener una mala reacción de Rusia y luego ellos (los expansionistas) van a decir que siempre nos habían advertido que así es Rusia". La expansión de la OTAN fue uno de los principales signos de la imposición hegemónica de Estados Unidos, en lo que era un mundo unipolar. Estados Unidos estaba atacando al gigante en coma. Como había señalado el polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinski, exconsejero de Seguridad Nacional, el resurgimiento de Rusia en el escenario global dependía de su influencia "sobre el espacio pos-soviético", particularmente de Ucrania. Brzezinski concibe la geopolítica como un juego de ajedrez entre las potencias, un juego que ya no consideraba a Rusia como un adversario. Putin, quien según Aleksandr Dugin "es solamente un geopolítico", alguien cuya naturaleza, como la de la misma Rusia, es participar en ese tablero mundial, se ha visto obligado a usar la fuerza para invitarse de vuelta a la partida.

Poco después del colapso de la Unión Soviética y del fin de la Guerra Fría, Estados Unidos se encontraba en el punto más alto de su dominio mundial. Y, de nuevo en consonancia con lo que podemos llamar la ley de Tucídides, se dedicó a asegurarse de que seguiría ejerciendo un poder hegemónico. Fue en esta época cuando acabaron de formular las ideas de un "nuevo orden mundial" y se dio continuidad al "plan Marshall" con la "doctrina de Wolfowitz" (luego llamada la "doctrina de Bush"). El "plan Marshall" hace referencia a la iniciativa estadounidense de ayudar a reconstruir regiones destruidas luego de la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos aportaría importantes sumas de capital para el desarrollo económico de los países europeos, ganando así injerencia. Con la ayuda económica se fomentarían la reducción de las barreras estatales y la disolución de regulaciones económicas. En otras palabras, se fomentaría la economía de libre mercado, al tiempo que Estados Unidos podría influir en los tipos de gobiernos que recibían ayuda -por supuesto, tendrían que ser democráticos- y castigar a aquellos que no defendieran su valores. Esta visión política, obviamente, no fue aplicada sólo en Europa sino en gran parte del mundo, como es evidente por las campañas en países como Afganistán, Nicaragua, Libia, Irak y muchos más.

La "doctrina de Wolfowitz" dio continuidad a estas ideas, pero ahora desde una posición aún más poderosa y cómoda. El documento que el secretario de defensa Paul Wolfowitz redactó con la supervisión de Dick Cheney, la éminence grise del gobierno de Bush, fue circulado internamente el 16 de abril de 1992 y más tarde filtrado al New York Times. Este documento ha sido descrito por el senador Edward M. Kennedy como "un llamado al imperialismo americano del siglo XXI que ninguna otra nación puede o debe aceptar". En su estatus de superpotencia, el documento traza las líneas que se deben seguir para asegurar la preeminencia de Estados Unidos.

"Nuestro primer objetivo", dice el documento, "es prevenir el resurgimiento de un nuevo rival, tanto en el territorio de la antigua Unión Soviética como en otra parte". Uno de los puntos era "impedir que un poder hostil domine una región crítica a nuestros intereses". Se establecía que el poder militar descansaría solamente en Estados Unidos. "Estados Unidos debe mostrar el liderazgo necesario para establecer y proteger un nuevo orden que mantiene la promesa de convencer a posibles competidores políticos de que no necesitan aspirar a un rol mayor o perseguir una posición más agresiva para proteger sus intereses legítimos". Cualquier competidor que tuviera aspiraciones de crecer debería de renunciar a esto y sentirse confiado de que Estados Unidos, la gran policía mundial, protegería sus intereses. En uno de los borradores del documento  explícitamente se decía: 

Aunque Estados Unidos no puede convertirse en la policía del mundo, al asumir responsabilidad por corregir todo error, retendremos la responsabilidad preeminente para lidiar selectivamente con esos males que amenazan no sólo nuestros intereses, sino los de nuestros enemigos o aliados, o los cuales podrían seriamente desestabilizar las relaciones internacionales.

Wolfowitz exalta en el documento el valor de las coaliciones multinacionales para derrotar enemigos, como en el caso de la Guerra del Golfo. Y hace hincapié en el peligro de Rusia. "Estados Unidos tiene mucho en juego promoviendo la consolidación democrática y pacífica de las relaciones entre Rusia, Ucrania y otras repúblicas exsoviéticas". Y antes remarcaba que "Rusia seguirá siendo el poder militar más poderoso en Eurasia y el único con la capacidad de destruir a Estados Unidos".

Al mismo tiempo que los "halcones" del gobierno de Bush redactaban sus planes de dominio global, un historiador estadounidense decretaba el fin de la historia. En 1992 Francis Fukuyama publicaba un multicitado texto, The End of History and the Last Man, en el que sugería que la historia había llegado a su fin, lo cual sólo significaba que había triunfado categóricamente el modelo de la democracia liberal. En el futuro dejaría de haber auténticas oposiciones que pusieran en riesgo la estabilidad del mundo, pues en un mundo de democracias liberales no había razones para pelear. Por definición, los regímenes democráticos liberales "maduros" no tienen razón para luchar entre sí. Por supuesto, la predicción de Fukuyama no ha resultado demasiado precisa y es cuestionable hasta en el punto de la existencia superabundante de estas supuestas "democracias". Es quizá tan errática como lo son las ideas de Yuval Noah Harari, el popular historiador israelí que ha dicho que el conflicto actual ha cambiado el curso de la historia dramáticamente. Según él, desde la Segunda Guerra Mundial el mundo estaba viviendo en una especie de idilio, en una auténtica era de la paz, acaso progresando hacia la última ilustración de la ciencia, la tecnología, los derechos humanos y la libertad. Harari parece completamente ciego a la realidad de que esta supuesta paz no era más que la fachada azucarada que se imprime en la superficie del modelo liberal y progresista de Occidente. ¿Acaso las otras guerras en Irak, Afganistán, Vietnam, Libia, etc., no eran guerras o invasiones? No había que ir más lejos que a su natal Israel y su trato de los palestinos para ver qué tan pacífica, justa y democrática era esta civilización occidental antes de que Putin violara su sagrada estabilidad. La diferencia acaso reside en que estos conflictos no amenazaban seriamente el poder hegemónico occidental, podían verse como "operaciones estratégicas" para el beneficio de la OTAN y sus aliados. La invasión de Putin ha cambiado la historia pero no es un suceso aislado e inconexo, por ejemplo, a lo que la OTAN hizo en Belgrado o en Bagdad.

Después de que se filtrara el documento de la "doctrina de Wolfowitz", diversos políticos estadounidenses se desmarcaron del mismo y sugirieron que se trataba de un proyecto meramente teórico que no fue aplicado. Pero, a la luz de los hechos, es difícil ver otra cosa que la aplicación sistemática de esta visión hegemónica unipolar. La presencia de tropas estadounidenses o de bombardeos e invasiones en zonas que los mismos think-thanks estadounidenses habían identificado como estratégicas hace difícil creer algo diferente. Largas campañas, algunas quizá con menos justificación que la que ha encontrado Putin para invadir Ucrania, como la segunda guerra con Irak, país que supuestamente tenía "armas de destrucción masiva", hacen ciertamente cuestionable la autoridad moral de los países de la OTAN. La total impunidad que gozan los perpetradores de estas campañas asesinas no sólo hace que Putin pueda sentir con cierta razón que existe un doble estándar en la ley internacional, es también un caldo de cultivo para numerosas teorías de conspiración sobre un gobierno global en la sombra que protege los intereses de una élite. Más allá de que esto sea cierto o no, el discurso de libertad y democracia, al menos para los países que han sido víctimas de la fuerza civilizadora y garante de la paz occidental, suena como algo ridículo, cuando no cínico. Mientras tanto, George Bush Jr. pasa las tardes tranquilamente en su rancho tejano pintando poodles y políticos, entre ellos al mismo Putin.

 

La Revolución Naranja

La Revolución Naranja se refiere a los eventos de protesta y desobediencia civil que propiciaron un cambio régimen en 2004 y 2005, después de unas elecciones sumamente cuestionadas, en las que había ganado el candidato apoyado por Rusia. Los sucesos llevaron a que en enero del 2005 Víktor Yúshchenko fuera elegido como presidente en unas elecciones que, desde la perspectiva del Occidente democrático, fueron legítimas. Se instauraba entonces una nueva Ucrania democrática, con un brillante futuro. Por supuesto, esto no fue lo que el Kremlin observó. Analistas cercanos al Kremlin han mantenido que la Revolución Naranja fue orquestada por consultores, diplomáticos y agencias estadounidenses, siguiendo un modelo primero efectuado con éxito en Belgrado para vencer a Milosevic, en el que el embajador Micheal Kozak fue clave. Yúshchenko era percibido como un títere de Washington. Es difícil saber bien a bien lo sucedido, sin embargo, es un hecho que Ucrania fue beneficiada con importantes cantidades de dinero provenientes del proyecto USAID, que algunos consideran el sucesor del plan Marshall.

En 2004 Ucrania llevaba más de 10 años recibiendo apoyo multimillonario del gobierno de Estados Unidos, particularmente del National Endowment for Democracy y del "filántropo" George Soros. El dinero, según el historiador David Lane de la Universidad de Cambridge, aunque no tenía una dirección partidista, tenía como objetivo reforzar los valores democráticos. Promover valores democráticos significa, en la gran mayoría de los casos, promover los valores y los intereses occidentales. Un ejercicio de "poder blando" (soft power). Lane concluye en su estudio de la Revolución Naranja que el evento no consiguió instalar auténticamente la democracia, pero permitió consolidar la identidad de la joven Ucrania. Algunos de los frutos de esta operación pueden estarse cosechando actualmente.

 

La independencia de Ucrania de la Iglesia ortodoxa

La fundación de Rusia está ligada a Kiev y al cristianismo ortodoxo. Poco después de que el príncipe Oleg unificara a diversos pueblos que vivían en tierras eslavas y estableciera la dinastía de los "rus", el príncipe Vladímir estableció en Kiev la nueva Iglesia ortodoxa rusa en 1988. Vladímir sería canonizado, el pueblo ruso simbólicamente bautizado en su totalidad y la ciudad de Kiev conocida como "la tercera Roma". No es secreto que durante el mandato de Putin la Iglesia ortodoxa rusa ha recibido amplio apoyo del Kremlin. El Patriarca Kirill señaló hace 2 años que se estaban construyendo tres iglesias cada día. Putin apostó claramente por revitalizar la Iglesia, siendo él mismo un dedicado devoto. Según la historia que ha difundido, fue bautizado ilegalmente por su madre durante el régimen comunista. Algunos ven en su bombardeo de ISIS una defensa de una tierra histórica para el cristianismo. En 2016 Putin reveló una estatua de 16 metros de alto de San Vladímir en Moscú, poco después de la conmemoración de los mil años de la muerte del príncipe de Kiev. Algunos nacionalistas ucranianos vieron esto como una provocación y una apropiación, pues sostienen que Ucrania y Rusia en el pasado eran cosas distintas. Para los nuevos nacionalistas ucranianos, Rusia está identificada con Moscú, que en ese entonces no existía. Por su parte, Putin sostiene que la Ucrania moderna no tiene historia, fue una creación de Lenin. 

Putin ha equiparado al cristianismo con los auténticos valores de Europa y Eurasia:

Vemos que muchos de los países euroatlánticos están en realidad rechazando sus raíces, incluyendo los valores cristianos que constituyen las bases de la civilización occidental. Están negando principios morales e identidades tradicionales: nacionales, culturales, religiosas e incluso sexuales.

Para el mandatario ruso, la adopción de la ortodoxia fue para Rusia, Ucrania y Bielorrusia "una hazaña espiritual" que "predetermina la base general de la cultura, la civilización y los valores que unen a estos pueblos". El cristianismo ortodoxo desde hace tiempo se ha concebido, en oposición al catolicismo, como el guardián del auténtico cristianismo, libre de la corrupción del poder de Roma. Una religión oriental pura y libre de la corrupción propia de Occidente.

Con todo esto en mente, no debe haber recibido bien la reciente declaración de independencia de la rama ucraniana de la Iglesia Ortodoxa, cuyo centro nominal está en Constantinopla, separándose de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Este hecho ha generado que la cabeza eclesiástica rusa rechace la autoridad del patriarca Bartolome I de Constantinopla y que el Kremlin lo califique como un títere estadounidense.

Como escribe Giles Fraser en UnHerd, la importancia de estos sucesos no es captada por Occidente. "La imaginación secular occidental no entiende esto. Mira el discurso de Putin de la otra noche, y lo describe como locura -lo cual es otra forma de decir 'no entendemos lo que está pasando'-". El hecho de que para Putin "Ucrania sea una parte inalienable de nuestra historia, cultura y espacio espiritual", según Fraser, "no excusa la invasión de una nación libre y democrática, pero ciertamente ayuda a explicarla. No puedo más que sentir que si los líderes occidentales tuvieran una mejor perspectiva de este aspecto de Putin podrían haberlo manejado con mayor sensibilidad desde el principio".

 

El neonazismo

Las acusaciones de Putin sobre la presencia de grupos nazis en Ucrania son más difíciles de desenmarañar, aunque estrictamente es verdad que existe al menos un grupo de supremacistas con ciertas tendencias que podrían clasificarse como neonazis (aunque no sin poder disputarse). Hace unos días se distribuyeron imágenes de la brigada Azov rellenando sus balas con grasa de cerdo para usarlas aparentemente contra los chechenos musulmanes, aliados de Rusia. La brigada de Azov consta de un grupo de voluntarios ultranacionalistas que se han incorporado a las unidades militares de Ucrania, aparentemente con el aval de líderes ucranianos. El grupo se formó durante los meses previos al conflicto armado en 2014 y luchó en contra de los separatistas prorrusos en Donetsk. Fueron parte importante de la recaptura de Mariupol y después de esto fueron incorporados a la Guardia Nacional de Ucrania. La brigada se ha expandido y ha reclutado voluntarios de otros países con ideas similares. Actualmente son parte de la lucha en contra de la invasión rusa. Según informa Al-Jazeera, la brigada Azov ha rechazado su adherencia al nazismo; sin embargo, utiliza algunos de los símbolos del nazismo y mantiene una postura antimigrante, ultranacionalista y xenofóbica. 

Ahora bien, aunque de cierta manera Putin está en lo correcto al hacer esta afirmación, como la misma Al-Jazeera nota, la influencia e importancia de este grupo de cerca de 900 individuos no es demasiada. Pero su existencia le permite a Putin decir las palabras mágicas "neonazismo en Ucrania" y usar este término tan cargado para justificar su operación militar, particularmente al interior de Rusia. Grupos similares con mayores adherentes existen en muchas otras partes de Europa, aunque no han sido incorporados a la Guardia Nacional. 

 

Conclusiones

En medio de una guerra de desinformación e influencia subrepticia es difícil evaluar las acusaciones de "neonazismo" y genocidio en Ucrania, la otra causa principal que Putin ha citado. Pero tres cosas son seguras: Estados Unidos y sus aliados han intervenido desde hace décadas en Ucrania promoviendo "regímenes democráticos" y valores liberales, se ha orquestado una campaña nacionalista en la que se han prohibido medios rusos, y el mismo Putin ha fondeado todo tipo de sentimientos prorrusos y ayudado a los separatistas. Aunque la guerra empezó abiertamente hace unos días, ya existía una guerra en el este de Ucrania y una guerra asimétrica entre Estados Unidos y Rusia, particularmente una guerra de (des)información e influencia. 

Algunos críticos han desestimado los argumentos de Putin para justificar su invasión y han sugerido que la verdadera razón por la cual ha invadido es que siente que está perdiendo Ucrania y ha identificado el presente como un momento oportuno, tanto por el desarrollo militar ruso como por una cierta inestabilidad y tensión en países occidentales, mismas que Putin ha ayudado a crear. (Esta hipótesis, a fin de cuentas, parte de la premisa de que Putin tiene como único motivo la sed de poder y esa particular seducción de la historia como una especie de destino). Aunque en las regiones del este existe todavía un sentimiento prorruso, la mayoría del país no quiere a los rusos. Esta tendencia se ha incrementado desde la intervención militar de 2014 y se ha acelerado de manera vehemente en los últimos días. Putin quizá sentía que Rusia estaba lista para volver a participar como un actor principal en escenario geopolítico, después de 2 décadas de reconstrucción, dirigiendo gran parte del cuantioso producto interno bruto del país no al beneficio de los ciudadanos sino al desarrollo de infraestructura y poder militar. Siguiendo sus planes nacionalistas de independizarse de la cultura y la economía globales, Putin estimó que podría soportar los embates de las sanciones internacionales. No sabemos, sin embargo, si calculó bien el tiempo que podría tomar su operación militar. O el hecho de que la popularidad del gobierno ucraniano y la resistencia del pueblo crecerían de manera exponencial en proporción inversa a su reputación de criminal de guerra y al sentimiento antirruso. Esto lo coloca en el aprieto de que en una situación así será sumamente difícil colocar un "gobierno títere" con la más mínima estabilidad. Lo máximo a lo que razonablemente podría aspirar parece ser anexar parte del territorio y dividir Ucrania. Pero Putin difícilmente se conformará con algo menos que Kiev.

Por supuesto, lo que sucede al interior de Rusia en las ondas radioeléctricas y en Internet es muy distinto a lo que ocurre en Europa. Putin tenía, al menos hasta antes de la guerra, el control y el apoyo de su país. Sin embargo, cada día que pase en esta situación corre el riesgo de perder popularidad e incitar una revuelta interna. Existen antecedentes también en los que los militares rusos se han volteado en contra del poder reinante, como ocurrió en 1917.

La hipocresía de Estados Unidos y sus aliados, que se ha demostrado en sus tratos diplomáticos pero también en sus operaciones militares en países como Irak, Afganistán, Nicaragua, Libia, Siria y otros, le da a Putin una justificación para emprender su guerra asimétrica. En una entrevista con la periodista estadounidense Megyn Kelly, Putin comparó lo que estaba sucediendo con la expansión de la OTAN en Rumanía y Polonia: "¿Imagina usted qué sucedería si nosotros colocáramos nuestros sistemas de misiles a lo largo de las fronteras de México-Estados Unidos y Canadá-Estados Unidos y lleváramos nuestros buques de guerra por ambos lados y, al mismo tiempo, los acusáramos de 'escalar la carrera armamentista'?". Aunque la comparación puede ser inexacta, no son pocos los analistas que han comparado la expansión de la OTAN con la crisis de los misiles de Cuba. Estados Unidos simplemente no permitió misiles soviéticos en la isla. Eran tiempos "multipolares"; ahora Estados Unidos y sus aliados quieren seguir manteniendo la unipolaridad, aunque Rusia cree poder volver a convertirse en una fuerza que establezca una alternativa al poder hegemónico global que, a su juicio, corrompe todo lo que toca.

Putin considera que Occidente es un "imperio de mentiras" y sostiene que los valores ultraliberales erosionan en su expansión los valores tradicionales en gran parte del mundo. Uno de sus filósofos y teóricos políticos más cercanos, Aleksandr Dugin, habla de una guerra religiosa, apocalíptica, entre las fuerzas de la luz, telúricas -embanderadas por el imperio ruso y los pueblos eslavos- y las fuerzas de la oscuridad, marítimas (y desarraigadas) del eje del poder Atlántico, el "Occidente moderno" en el que incluye a los filántropos y dueños de los gigantes tecnológicos, el cual significa "la muerte, el yermo tóxico de la civilización". Aunque Putin no habla abiertamente de sus propias tácticas y no sabemos si realmente cree en las ideas de Dugin o solamente están siendo usadas para desestabilizar a los países occidentales y fomentar nuevos nacionalismos de ultraderecha, es concebible que en su mente lo anterior justifica su máquina de propaganda y engaño, la cual ha alcanzado niveles inéditos. Junto con su ministro Vladislav Surkov y los llamados "tecnólogos políticos", Putin ha apoyado la difusión de numerosas teorías de conspiración en su propio país y en Occidente. Lo ha logrado a sabiendas de que el ultraliberalismo occidental nunca le dice que no al capital, no importa que este venga de los oligarcas rusos o de los magnates petroleros de los países árabes. Esto le ha permitido amasar influencia y crear cierta dependencia al dinero y a los recursos naturales controlados por Rusia.

Aunque las investigaciones sobre la injerencia de Rusia en las elecciones de 2016 en Estados Unidos no han llegado a ninguna conclusión contundente, es indudable que Rusia ha empleado cuentas de Facebook, Twitter y YouTube para influir y polarizar las sociedades occidentales. No se tiene que ir más lejos que estudiar lo que ha hecho Russia Today y algunas de sus cuentas asociadas, que han intentado hacerse pasar como independientes. Una de las principales estrategias de los brazos mediáticos del Kremlin ha sido esparcir teorías de conspiración, incluyendo aquellas del Nuevo Orden Mundial. También es cierto que medios rusos en algunos casos han servido de contrapeso, difundiendo información sobre los propios engaños e inconsistencias de Estados Unidos y la OTAN. Notablemente, en este ecosistema mediático enrarecido vemos que algunas personas comúnmente concebidas como conservadoras en Estados Unidos, históricamente las que más animadversión sentían por Rusia, actualmente están a favor de Rusia, pues creen que los poderes occidentales están unidos en una conspiración mundial que incluye la fabricación de la pandemia. Quizá nunca sabremos hasta qué punto han contribuido a crear este ambiente Putin y sus ideólogos y operadores. Lo cierto es que esta es la primera gran guerra en "la era de la posverdad", en medio de una enorme polarización en la que los individuos viven realidades paralelas casi opuestas en cámaras de ecos, consumiendo su propia visión de las cosas filtrada por los algoritmos, cuya característica básica es darles más de lo mismo.

Ciertamente Putin ha contribuido a establecer estas condiciones espectrales de juego. En Rusia las teorías de la conspiración y las fake news han sido empleadas sistemáticamente, a veces incluso en contra del propio gobierno por el mismo gobierno, según observa Adam Curtis en su excelente Hypernormalisation. La confusión es un arma política. Esto ha tenido algunos efectos secundarios como el hecho de que una gran parte de la población rusa no crea en su propia vacuna Sputnik. Debe mencionarse, sin embargo, que nadie tiene más responsabilidad en haber establecido "la posverdad" que Washington y Silicon Valley con su visión ultraliberal en la que todo está permitido porque no hay nada sagrado o lo único sagrado es la libertad. Pero libertad aquí no significa un individuo libre que tiene la capacidad de decidir qué es bueno y qué es malo, sino libertad del mercado, de consumir y opinar (porque en una sociedad libre todas las opiniones valen lo mismo); libertad de valores (o libertinaje) para que no exista oposición moral alguna al crecimiento y a la circulación del capital. Las redes sociales y la tecnología digital, los grandes agentes de esta era de la posverdad y de la estupefacción de las masas por el constante zumbido de entretenimiento banal, son únicamente concebibles bajo el modelo ultraliberal secular, materialista y mayormente nihilista de Occidente. Puede que Putin tenga como auténtico motor la ambición desmedida, el rencor y el nacionalismo cuasi fascista, pero al menos en su discurso -y esto es lo que lo hace atractivo para los conservadores- condena esta expansión del nihilismo occidental y defiende valores tradicionales... Y, sin embargo, Putin no es "un autócrata iluminado", como algunos de sus seguidores creen, es un político hábil, disciplinado y probablemente obsesionado con una peligrosa y destructiva misión histórica.

Pese a que es parte de un ejercicio de madurez intelectual poder leer y considerar las ideas de Putin y Dugin, en este caso no se puede dividir la teoría política de las acciones. ¿Cómo encontrar inspiración en un discurso que habla del reino de la luz, la verdad y la sabiduría ancestral, cuando sus actos proclaman la muerte, el engaño y el terror? ¿Cómo dar validez a una teoría política que propone unir a los pueblos eslavos bajo una unidad histórica tradicional que es para ellos sagrada cuando Rusia es capaz de asesinar a los ucranianos, sus "hermanos", y bombardear Kiev, su antigua capital espiritual? ¿Puede acaso el mal combatirse a través del mal, con el fin de un bien superior? Aunque algunos podrían creer esto, ninguna de las verdaderas luces intelectuales y religiosas de la humanidad ha defendido una posición así, ni Confucio, ni el Buda, ni Platón, ni Jesús o Mahoma. Las posiciones de Hegel, Nietzsche o Heidegger -caros a Dugin- son más complejas, pero de cualquier manera requieren de una cierta cantidad de interpretación subjetiva para dirigirlas en conformidad con una visión que justifique todos los medios para un fin como este. Peor aún, si Putin realmente siente un llamado histórico, filosófico y religioso, sus acciones brindan un pésimo servicio a aquellos que defienden la importancia de los valores tradicionales, la cultura clásica, la religión, el idealismo, el arraigo a la tierra y la conservación de antiguos modelos de existencia. Estas ideas centrales a la constitución del alma humana quedarán vacuamente asociadas al fascismo, a la irracionalidad y al fanatismo, dando quizá una mayor fuerza, sin el equilibrio multipolar tan mentado, al modelo secular, ultraliberal y tecnocientífico de Occidente. Una visión distinta a la del Occidente desarraigado y desarraigador es urgente para la preservación de lo mejor de la humanidad, pero no se puede esperar de alguien con las manos llenas de sangre y de mentiras. Tampoco hay que poner muchas esperanzas en este sentido en el otro gran protagonista, China, que aguarda silencioso, agazapado, mientras otros se debilitan con la enfermedad, la guerra y la polarización, esperando el momento oportuno para mover sus piezas hacia adelante. 


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Imagen de portada: Theosis UK