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El nuevo libro de Byung-Chul Han muestra por qué el smartphone es similar a un objeto de dominación religiosa

Filosofía

Por: Luis Alberto Hara - 11/19/2021

El 'me gusta' es el amén y el smartphone es el rosario, según Han. Google, Apple, Facebook y Amazon son los señores feudales o los nuevos dioses de esta religión tecnológica

El filósofo coreano Byung-Chul Han es uno de los pocos filósofos que actualmente alcanzan reconocimiento mediático. Todos sus libros se venden en millares en varios idiomas. Ello no es poco, pues Han es enormemente prolífico, aunque en tiempos recientes sus libros suelen ser cortos, tanto en el número total de páginas como en la extensión de las oraciones. Se trata de análisis lúcidos, apoyados en una profunda tradición filosófica -desde el zen hasta Heidegger-, sobre temas puntuales de nuestra época. Han produce libros ideales para las redes sociales y la sociedad "cansada" y sin mucha capacidad de atención que tanto critica: con frases bien digeridas, neurálgicas y enormemente citables, lo cual habla del secreto de su éxito (que, en este caso, no demerita la calidad).

Su pequeña obra más reciente es No-cosas. Quiebras en el mundo de hoy (Taurus, 2021). Allí Han continúa su reflexión crítica del capitalismo digital, enfocándose en la naturaleza de los objetos. El capitalismo digital en su manifestación de "economía de la atención" ha llegado a ser sinónimo del dataísmo y de una cada vez menor dependencia de los objetos físicos. La excepción es el smartphone, el puerto de entrada al universo inmaterial, omnipresente de la información. El objeto que permite abandonar todo los demás objetos. Han entiende que esta pérdida de los objetos es una cuestión preocupante, una desaparición del espacio físico, tanto del trabajo manual como de las interacciones físicas. Asimismo, una pérdida del valor a la vez simbólico y carnal de los objetos; cosas como los libros, los discos, los muñecos, etc., que podían absorber una especie de propiedad espiritual y adquirir una cualidad de fetiche que servía para arraigarnos en el mundo físico. Por supuesto, la pérdida de los objetos es también la pérdida del soporte de la materialidad: la naturaleza misma, los bosques, ríos, mares y cielos que no son solamente la base material de la vida, sino los puntos de encuentro con la belleza y la inspiración. 

"Ya no vivimos en el cielo y en la tierra", dice Han, sino "en la nube y en Google Earth". Espacios virtuales, intangibles, fantasmagóricos y nebulosos en los que no hay materia palpable, sensual. O la sensualidad es menor, porque, pese a la cada vez mayor "fidelidad" de la tecnología, la interacción digital no puede competir con la riqueza sensorial de la presencia (pese a que esta es la intención de Zuckerberg con su Metaverso).

Haciendo eco de la intuición fundamental de McLuhan -que la tecnología amputa a la vez que extiende nuestra percepción-, el filósofo coreano señala:

Hoy llevamos el smartphone a todas partes y delegamos nuestras percepciones en el aparato. Percibimos la realidad a través de la pantalla. La ventana digital diluye la realidad en información, que luego registramos. No hay contacto con cosas.

Y no sólo no hay contacto: acrecentamos cada vez más el potencial de aislamiento y estupor al alimentar incesantemente a las plataformas digitales con nuestra información:

Las cosas no nos espían. Por eso tenemos confianza en ellas. El smartphone, en cambio, no sólo es un infómata, sino un informante muy eficiente que vigila permanentemente a su usuario.

Se trata de un mecanismo de control puesto que las compañías que controlan los datos -Facebook, Google, Amazon, Apple- pueden emplear la información para moldear nuestro comportamiento y crear nuevos y más poderosos algoritmos que nos mantienen enganchados en la "droga digital": "Estamos a merced de ese informante digital, tras cuya superficie diferentes actores nos dirigen y nos distraen".

Han ha sido muy crítico de la sociedad capitalista, en la que todos nos sometemos a nosotros mismos para producir más. En esta ocasión su lenguaje se radicaliza y alcanza tonos más vehementes en contra del uso de la tecnología digital. Utiliza el lenguaje de la religión y el lenguaje de la opresión política para describir a los aparatos, las plataformas y los comportamientos de la sociedad digital. Ello hace que este libro no sea quizá el más fino, pero tal vez sí el más urgente, pues responde a la necesidad de despertar del proceso ya no sólo de mera alienación y estupidización sino de autodestrucción que la apuesta monolítica por la tecnología conlleva.

Desde hace años se juega con la idea de que el smartphone es una especie de gadget religioso, como el monolito de 2001: Odisea en el espacio. Hoy en día, lo que antes parecía una interesante pero hiperbólica analogía parece ser una verdad literal. Aunque, por supuesto, las personas, embebidas en esta realidad estilo Philip K. Dick, no lo notan. El oscuro genio de la tecnología capitalista es que el despliegue de su poder coincide con la ilusión de la libertad y del poder del consumidor (o ciudadano): "En un sistema que explota la libertad, no se crea ninguna resistencia. La dominación se consuma en el momento en que concuerda con la libertad". Viene a la mente la profecía de Huxley de que el control ocurriría a través del entretenimiento y la proliferación de información irrelevante, de una especie de libertinaje sin brújula, más que de un contundente estado de represión. 

El control opera fomentando la sensación de libertad. Libres de elegir entre partidos políticos, cuyas diferencias son solamente fachadas, de siempre poder solicitar más entretenimiento, más artículos de consumo al instante, más información, y todo cada vez más complaciente, más hecho a nuestra medida, según el decreto divino del "me gusta". Olvidamos que la libertad no es sólo el ejercicio del libre albedrío en bruto; es la capacidad de elegir conscientemente, de saber qué es bueno. La libertad requiere del conocimiento y no sólo de la información. Hace unos años se promovía la idea de que las redes sociales permitían que los pueblos se liberaran de regímenes totalitarios o de que equipar a los niños de África con laptops produciría libertad, bienestar y conocimiento. Ahora parece ocurrir lo opuesto, pues la naturaleza de la información digital es hacerse pasar por el conocimiento y, por lo tanto, es una mera simulación de libertad. 

En No-cosas. Quiebras en el mundo de hoy, Han sugiere que el smartphone es una especie de rosario u objeto de dominación religiosa:

Estabilizan la dominación al hacerla habitual y anclarla en el cuerpo. Ser devoto es ser sumiso. El smartphone se ha establecido como devocionario del régimen neoliberal. Como aparato de sumisión, se asemeja al rosario, que es tan móvil y manejable como el gadget digital. El like es el amén digital. Cuando damos al botón de "me gusta", nos sometemos al aparato de la dominación. 

Uno de los aspectos decisivos de nuestra época es que cosas como el entretenimiento, la política, la ciencia o la tecnología absorben comportamientos, pasiones y modos de control similares a los que se encontraban antes en la religión. No somos capaces de llenar el abismo de la "muerte de Dios", crear nuestros propios valores y obtener sentido sin un centro trascendente. Esta es la historia definitiva del ser humano moderno (o posmoderno, como se le quiera llamar), que crea nuevos ídolos, se adhiere a nuevos dogmas y termina más esclavizado que nunca. Y más lejos de la libertad, puesto que asume que está en un un constante "progreso" de libertad, riqueza, justicia y demás aspiraciones. Por lo tanto, está más lejos del reconocimiento de su ignorancia y de su propio fanatismo religioso, ya que se piensa como parte de una sociedad científica, racional, libre de toda superstición y creencia, en proceso indetenible a conquistar el misterio del universo, el cual ha reducido a átomos, genes y ceros y unos. 

El modelo tecnocrático se convierte en una religión para las masas en la que el individuo se adhiere a las cosas que le proveen seguridad y confort al instante. Elimina todo misterio y toda incertidumbre a través de datos y opiniones y continúa su vida con cada vez menos conciencia de lo que ocurre en realidad, fuera de la "cámara de ecos", de la "burbuja de los filtros". Han sugiere que el smartphone se ha convertido en una válvula de escape hacia nuestro espacio seguro. Un espacio egoísta, amurallado por los señores feudales del Big Tech. Y cuenta una anécdota: según algunos dentistas, empieza a ser común que en los momentos de máximo dolor -o expectativa de dolor- los pacientes se aferren a su smartphone como buscando alivio. Han nota que lo mismo sucedía antes, pero uno se aferraba a la mano o al pecho de alguien. Este es el patrón cuando se enfrenta alguna dificultad, alguna verdadera prueba que nos produce disgusto en el mundo real: nos retiramos al terreno seguro de nuestro mundo digital, al universo en las pantallas, donde sabemos que nos aguarda una fácil descarga de dopamina, una nueva dosis de todas esas cosas que nos han gustado antes, sin tener que hacer esfuerzo y sin exponernos a lo impredecible, a lo incalculable que son los seres humanos. 

Puedes leer extractos del primer capítulo en el sitio web de El País.


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Imagen de portada: Pixabay