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Que los colores existan es un fenómeno asombroso. Isaac Newton, Goethe y Ludwig Wittgenstein elaboraron notables observaciones al respecto

Es muy probable que muchos de nosotros estemos habituados a considerar a los colores como una cualidad “natural” de los objetos y de la realidad en general. Es muy normal que juzguemos a los colores que vemos en las cosas como sus colores “reales” y que frente a declaraciones que involucran sus nombres difícilmente nos preguntemos qué significan. En la vida cotidiana, casi nadie se pregunta qué significa que algo sea rojo o cuál es el significado del término “verde”. Lo más común es que aceptemos los colores sin mayores cuestionamientos ni reflexión de por medio.

Sin embargo, la indagación sobre los colores es un tema importante en las reflexiones sobre la realidad. No por nada figuras eminentes como Isaac Newton, Goethe y Ludwig Wittgenstein dedicaron parte de su trabajo a intentar comprender qué son los colores.

Newton abordó el problema desde el punto de vista de la física. En 1672, en su tratado sobre óptica (que se conoce bajo el título breve de Opticks), fue la primera persona en designar a la luz con el término “espectro” y planteó que el espectro de luz visible para el ser humano está compuesto de siete colores elementales, hallazgo que realizó a partir de experimentos hechos con cristales en forma de prisma. 

Cabe señalar que la designación de este número estuvo influenciada por las creencias de la época, pues Newton, practicante de la alquimia y otras disciplinas esotéricas relacionadas con la adivinación del futuro, probablemente quiso establecer una relación entre esos siete colores y las siete notas musicales y los siete planetas del Sistema Solar que se conocían en la época.

Para acompañar sus observaciones, Newton dibujó de propia mano un esquema circular con el que mostró la composición de la que hablaba. En este, los colores reciben los nombres en latín de rubeus, aureus, flavus, viridis, cœruleus, indicus y violaceus, los cuales corresponden a rojo, naranja, amarillo, verde, azul (o cian), índigo y violeta.

Si bien es cierto que en el siglo XIII ya Roger Bacon había observado que los colores del arcoíris se formaban cuando se dejaba pasar rayos de luz a través de un vaso de agua, el mérito de Newton fue explicar el fenómeno científicamente. Su teoría fue tan revolucionaria que se siguió discutiendo hasta bien entrado el siglo XIX.

El siguiente hito en la teoría moderna del color lo estableció Johann Wolfgang von Goethe, a quien más comúnmente se identifica como escritor y poeta (en buena medida por obras como Fausto o Las desventuras del joven Werther). 

Sin embargo, Goethe fue un gran entusiasta no sólo de toda forma de conocimiento, sino especialmente del conocimiento sobre la naturaleza. Con un espíritu en donde se fundieron de manera armoniosa las aspiraciones más elevadas de la Ilustración y el apasionamiento del Romanticismo, Goethe emprendió investigaciones sobre la naturaleza impulsado por su propia curiosidad.

Sobre los colores, Goethe llegó a formular una teoría completa, cuya declaración más destacada es el entendimiento de la luz como un continuo en donde no hay separación real entre franja y franja de color. Este hallazgo confirmó la idea de espectro sugerida por Newton y, de hecho, la consolidó.

Como Newton, Goethe ilustró sus ideas sobre el color con dibujos, entre los cuales un disco destaca por la belleza de su hechura.

La teoría del color de Goethe tuvo una influencia notable en la ciencia y en la filosofía, particularmente en las reflexiones de Ludwig Wittgenstein (quien pretendió darle un vuelco radical a la disciplina). 

En al menos tres lugares de su obra (Observaciones sobre los colores, Investigaciones filosóficas y Zettel), Wittgenstein reflexionó en torno a algunas preguntas que pueden calificarse de asombrosas pues, en efecto, se acercó al problema de los colores arrobado por el asombro, acaso la mejor actitud para filosofar. 

Wittgenstein toma como punto de partida la pregunta de qué significa conocer un color, en la cual se combinan cuestiones sobre el conocimiento y el problema de la lógica en relación con el lenguaje. El siguiente fragmento de Observaciones sobre los colores da cuenta de este enfoque:

3. Lichtenberg dice que muy poca gente ha visto alguna vez el blanco puro. ¿Usa, entonces, la mayoría de la gente la palabra de forma equivocada? ¿Y cómo aprendió él el uso correcto? —Él construyó un uso ideal a partir del uso ordinario. Y eso no es decir que sea un uso mejor, sino un uso que ha sido refinado de acuerdo con ciertos lineamientos, y en el proceso algo ha sido llevado al extremo.

Más adelante, sobre la intención de sus reflexiones, dice Wittgenstein:

22. Nosotros no queremos establecer ninguna teoría del color (ni una fisiológica ni una psicológica), sino más bien la lógica de los conceptos de color. Y esta logra lo que indebidamente la gente a menudo espera de una teoría.

Este fragmento puede tomarse como un ejemplo de dicho enfoque:

68. A la pregunta “¿Qué significan las palabras ‘rojo’, ‘azul’, ‘negro’, ‘blanco’?”, podemos, desde luego, señalar cosas que tienen estos colores —¡pero nuestra capacidad para explicar los significados de estas palabras no va más allá! Por lo demás, no tenemos idea en absoluto de su uso, o una idea muy tosca y hasta cierto punto falsa.

Las observaciones de Wittgenstein se pueden entender como una especie de contrapunto a las teorías científicas sobre el color, pues conducen a preguntas que trascienden dicho campo y nos llevan a interrogar la lógica del lenguaje que usamos a diario, la manera en que nombramos las cosas y la “razón” que fundamenta esos nombres.

Bien mirado, es sorprendente que todo esto –una historia que abarca al menos tres siglos y en done figuran personajes como Newton, Goethe y Wittgenstein– haya surgido de algo tan aparentemente “natural” como los colores.

 

Twitter del autor: @juanpablocahz


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Imagen de portada: Moses Harris, Prismatic Colour Wheel, The Natural System of Colours (1766)