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¿Qué pensamos cuando leemos o escuchamos la palabra ‘éxito’? Sabemos que hay un camino por recorrer para alcanzar eso que hemos construido como éxito, sabemos que el camino puede que implique sacrificios y malos ratos. ¿De verdad vale la pena?

La búsqueda constante y casi obsesiva del éxito puede causar adicción. Una obsesión por el éxito o ser exitoso por sí mismo no representa problema alguno. El problema llega cuando esa adicción comienza a ser conflictiva al momento de relacionarnos con las demás personas. 

Tal vez habría que prestar más atención a la relación que tenemos con eso que llamamos éxito. Muchas personas eligen el éxito y su camino, no importa qué tan solitario y tortuoso sea, frente a lo "banal" que puede resultar una vida sin complicaciones.

Es muy común que entre ciertos grupos de amigos varios de ellos expresen que prefieren ser especiales a ser felices, o que prefieren lograr algo grande e importante a tener una vida tranquila y sin mayores exaltaciones. 

Este sentirse especial, lograr tareas complejas que "no cualquiera" puede hacer, tiene un precio. Sobre todo para aquellos que no nacieron en familias privilegiadas, o no son personalidades del cine o la televisión (por nombrar algunos ejemplos). 

En la década de 1980, el médico Robert Goldman realizó una pequeña investigación en la que preguntó a varios atletas si estaban dispuestos a tomar una droga que los mataría en cinco años a cambio de ser campeones olímpicos en sus respectivas disciplinas deportivas. Por las respuestas obtenidas, Goldman encontró que el 14% de los atletas encuestados estaban dispuestos a sufrir consecuencias cardiovasculares fatales a cambio de una medalla de oro olímpica. A esto se le conoce como "el dilema de Goldman". 

Esto es sólo un ejemplo de lo que algunas personas estarían dispuestas a hacer para ser "únicas", "especiales", o para trascender en sus campos de interés. 

Pero así como un atleta de alto rendimiento está expuesto a riesgos propios de sus actividades, sobre todo a las lesiones, cualquier proyecto que emprendamos lleva implícitos sus riesgos y sacrificios. 

Las personas que tienen una adicción al éxito que deciden construir otro tipo de relación con sus proyectos, una menos dañina con ellos mismos y sus relaciones personales, desarrollan una especie de abstinencia, como alguien adicto al alcohol o algún tipo de droga. Esta sensación de abstinencia también ocurre cuando se invierte demasiada energía y se vuelcan grandes expectativas sobre un mismo proyecto. Muchos atletas consiguen aquella medalla tan esperada, y una vez que la consiguen atraviesan un periodo de tristeza en el que el sentimiento de vacío suele ser muy grande y pesado. Lo mismo ocurre con políticos al terminar su periodo de gestión. 

Tener proyectos que representen una gran parte de nuestras vidas también es importante: hacia allá se dirigen nuestros deseos y nuestras expectativas. Alcanzar una meta y cumplir nuestros objetivos es lo que nos mueve y nos hace vivir. Es normal que una vez que alcanzamos lo que queremos, sintamos que algo nos hace falta. 

Sin embargo, es importante recordar que aunque tengamos objetivos o metas, es probable que no los logremos o alcancemos en el momento o de la manera en que lo teníamos planeado. Y lo más seguro es que en el camino que hemos trazado inicialmente, nos encontremos con situaciones que nos hagan tomar decisiones que cambien el rumbo. 

Poner énfasis en el recorrido y no en la búsqueda por el éxito mejorará de manera significativa nuestra relación con lo que cada uno entiende por éxito y reconocimiento, sin poner en peligro nuestras demás relaciones con las personas y las experiencias de nuestro mundo. 

 

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Imagen de portada: Jan Buchzik