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Este es el análisis del filósofo de origen surcoreano y residente en Berlín, Byung-Chul Han, a propósito de la pandemia desatada por el coronavirus COVID-19

Entre los varios análisis y artículos de opinión y reflexión que sin duda muchos esperábamos a propósito del momento en que vivimos se encuentra el de Byung-Chul Han, un filósofo especialmente agudo e inteligente y en quien destaca una capacidad de síntesis pocas veces vista en la historia de la disciplina. A Han le debemos algunos conceptos particularmente útiles para entender nuestra época, entre otros, los de la “sociedad del cansancio”, el “sujeto del rendimiento” y la idea de “positividad” como una característica fundamental de nuestras sociedades (para Han vivimos en un “infierno de lo igual”, en donde el afán de efectividad y optimización hace que todo tienda a parecerse).

Este 21 de marzo, el diario El País publicó un texto en el que Han examina algunos de los efectos que ha tenido la crisis sanitaria, social y geopolítica desatada por el coronavirus COVID-19, surgido en China pero que a la fecha se encuentra ya en todo el mundo. El filósofo se detiene en algunos fenómenos puntuales provocados por esta pandemia. 

Han comienza por señalar el regreso de la soberanía al que se asiste en Europa, el cual se manifiesta en los actos del cierre de fronteras, la prohibición del paso a inmigrantes y otros que, a decir del filósofo, son anacrónicos, pues corresponden a una idea pasada y sin vigencia tanto del “soberano” (en el sentido de dirigente de un país) como de la soberanía de un Estado.

Por otro lado, Han esgrime algunos elementos sobre la superioridad de la respuesta de los gobiernos asiáticos frente a la epidemia (en comparación con los gobiernos europeos), que se explica según él por el uso que han dado estos al “big data”, esto es, al enorme cúmulo de datos e información que proviene sobre todo del uso de los teléfonos inteligentes, las tarjetas de crédito y el Internet en general, lo cual ha permitido rastrear con un detalle inusitado los movimientos de personas contagiadas de COVID-19 o en riesgo de contagio. Según el filósofo, esta estrategia sería impensable en los países europeos, donde las ideas de “privacidad”, “intimidad” e “individualidad” se combinan para crear una gran resistencia social al uso de los datos personales. “Al parecer el big data resulta más eficaz para combatir el virus que los absurdos cierres de fronteras que en estos momentos se están efectuando en Europa”, dice contundentemente el filósofo.

Finalmente, Han intenta dar respuesta a la que sin duda es una pregunta que muchísimas personas tienen ahora en mente: si el virus no es tan letal (su tasa de mortalidad continúa alrededor del 4%, esto es, cerca de cuatro personas fallecidas por cada cien infectados), ¿por qué entonces la respuesta del mundo ha sido tan desmedida, en especial la respuesta simbólica: la respuesta emocional colectiva, la de los mercados financieros, la de los discursos políticos, etc.? En términos generales puede decirse que se ha creado un ambiente general de pánico excesivo que no parece corresponderse del todo con las cifras absolutas del daño provocado por el coronavirus? “Ni siquiera la 'gripe española', que fue mucho más letal, tuvo efectos tan devastadores sobre la economía”, dice Han. ¿Por qué?

A decir del filósofo, esta reacción puede comenzar explicarse con la hipótesis de que “hemos estado viviendo durante mucho tiempo sin enemigos”, una idea quizá un tanto arriesgada o que podría percibirse como alejada del problema pero que, en el sistema de pensamiento del filósofo, guarda coherencia con varias de sus exposiciones previas. Escribe Han:

En realidad hemos estado viviendo durante mucho tiempo sin enemigos. La Guerra Fría terminó hace mucho. Últimamente incluso el terrorismo islámico parecía haberse desplazado a zonas lejanas. Hace exactamente diez años sostuve en mi ensayo La sociedad del cansancio la tesis de que vivimos en una época en la que ha perdido su vigencia el paradigma inmunológico, que se basa en la negatividad del enemigo. Como en los tiempos de la guerra fría, la sociedad organizada inmunológicamente se caracteriza por vivir rodeada de fronteras y de vallas, que impiden la circulación acelerada de mercancías y de capital. La globalización suprime todos estos umbrales inmunitarios para dar vía libre al capital. Incluso la promiscuidad y la permisividad generalizadas, que hoy se propagan por todos los ámbitos vitales, eliminan la negatividad del desconocido o del enemigo. Los peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación. La negatividad del enemigo no tiene cabida en nuestra sociedad ilimitadamente permisiva. La represión a cargo de otros deja paso a la depresión, la explotación por otros deja paso a la autoexplotación voluntaria y a la autooptimización. En la sociedad del rendimiento uno guerrea sobre todo contra sí mismo.

Y continúa:

Pues bien, en medio de esta sociedad tan debilitada inmunológicamente a causa del capitalismo global irrumpe de pronto el virus. Llenos de pánico, volvemos a erigir umbrales inmunológicos y a cerrar fronteras. El enemigo ha vuelto. Ya no guerreamos contra nosotros mismos, sino contra el enemigo invisible que viene de fuera. El pánico desmedido en vista del virus es una reacción inmunitaria social, e incluso global, al nuevo enemigo. La reacción inmunitaria es tan violenta porque hemos vivido durante mucho tiempo en una sociedad sin enemigos, en una sociedad de la positividad, y ahora el virus se percibe como un terror permanente.

Hasta este punto, la perspectiva de Han se asienta, como vemos, en su idea de la “positividad”: las sociedades contemporáneas han tendido (voluntaria e involuntariamente) a expulsar todo indicio de negatividad, de diferencia y de otredad (en aras de conservar únicamente lo funcional, lo útil, lo eficaz, etc., lo cual en última instancia deriva en “lo mismo”), pero ahora se presenta un elemento que justamente reúne todas esas características: es ajeno, es imprevisible, es nuevo (y, por lo tanto, diferente), es nocivo… En fin, es la negatividad condensada en un solo agente. No resulta extraño entonces que, desde la hipótesis de Han, en sociedades como las actuales, tan acostumbradas a únicamente dar cabida a lo “positivo”, la irrupción de este nodo de negatividad sea recibido con reacciones tan excesivas en el orden simbólico.

A esta idea Han añade otro elemento que es igualmente interesante y necesario para pensar la situación contemporánea, no sólo respecto de la epidemia sino en cuanto a la forma en que habitamos la realidad; dice el filósofo:

Pero hay otro motivo para el tremendo pánico. De nuevo tiene que ver con la digitalización. La digitalización elimina la realidad. La realidad se experimenta gracias a la resistencia que ofrece, y que también puede resultar dolorosa. La digitalización, toda la cultura del “me gusta”, suprime la negatividad de la resistencia. Y en la época posfáctica de las fake news y los deepfakes surge una apatía hacia la realidad. Así pues, aquí es un virus real, y no un virus de ordenador, el que causa una conmoción. La realidad, la resistencia, vuelve a hacerse notar en forma de un virus enemigo. La violenta y exagerada reacción de pánico al virus se explica en función de esta conmoción por la realidad.

En la tendencia hacia la positividad hemos creado un recelo hacia todo lo que implique contradicción, conflicto, desencuentro, siendo que, como sugiere Han entre líneas, estos y otros son estados propios de nuestra relación con la realidad. El filósofo lo resume con maestría: “la realidad se experimenta gracias a la resistencia que ofrece”. Dicho con otras palabras, no hay ni experiencia ni conocimiento de la realidad si no aceptamos que, por definición, se nos resiste. Paradójicamente, en nuestra resistencia a esa resistencia, es decir, en nuestra reticencia a aceptar que para experimentar y conocer la realidad tenemos que lidiar con las contradicciones propias de esta, con sus conflictos y los desencuentros que emanan de ella. De otro modo, nos estamos negando a experimentar lo que vivimos, creándonos una barrera de falsedad en la percepción que se interpone entre la realidad y nuestra experiencia de ella.

¿Necesitamos, entonces, de un enemigo? Expresada así, la idea suena quizá un tanto radical. Pero es claro, si seguimos la argumentación de Han, que el mundo necesita de la negatividad (en todas sus expresiones) para despertar del letargo en el que ha vivido al menos desde el fin de la Guerra Fría. Las inercias derivadas del capitalismo en las que viven ahora las sociedades de prácticamente todo el mundo –la ganancia económica como objetivo señero de toda acción, el individualismo, el racionalismo aplicado a ultranza y en todos los campos posibles, la pretendida primacía de la ciencia como único saber válido, etc.– tienen que detenerse en algún punto. 

Y no es que el virus sea ese punto. Como dice Han: contrario a lo que piensa Slavoj Zizek, “el virus no vencerá al capitalismo”. Pero sí, en todo caso, esta crisis inicialmente sanitaria está dejando ver todos esos ámbitos en donde es necesario reconsiderar nuestras formas de ser y estar en el mundo. 

A este respecto, Han termina su texto de este modo:

Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta.

 

Encuentra en El País el texto completo de Byung-Chul Han: La emergencia viral y el mundo de mañana

 

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