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En distintas entrevistas George Steiner dio cuenta de su enorme pasión vital por la lectura y las cualidades que la hicieron posible

¿Qué es la lectura? Por más que esta pregunta pueda parecer muy sencilla, lo cierto es que su respuesta puede presentar algunas complicaciones. Para la mayoría, saber leer significa casi exclusivamente la habilidad de descifrar los signos del lenguaje escritos sobre una página. Leer, desde esta perspectiva, es ver las palabras y comprender su significado tanto individualmente como en las frases que forman al reunirse. 

Esta primera definición del acto de la lectura tiene, en efecto, cierta validez. De hecho, es un estado del acto de leer por el que pasamos todos en nuestro aprendizaje de dicha capacidad.

Sin embargo, no en ese punto elemental donde se consuma la lectura auténtica. Si así fuera, los libros no gozarían de la importancia cultural que tienen desde hace siglos.

Si la lectura puede considerarse una actividad es porque en ella hay, justamente, un elemento activo. Leer es, sí, comprender el significado unitario de los signos de un texto, su significado global pero, sobre todo, su sentido. Este concepto del “sentido” de un texto ha animado diversos debates filosóficos, semiológicos, de teoría literaria y de otras disciplinas pues, en cierto modo, no parece sencillo llegar a un acuerdo sobre aquello que un texto significa o quiere decir. 

¿Debe interpretarse este siempre de acuerdo con la voluntad de su autor? ¿Para leer adecuadamente un texto debemos tomar en cuenta la época y circunstancias en que fue escrito (como ocurre, por ejemplo, en música con las interpretaciones históricas que incluso usan “instrumentos de época”)? ¿O más bien la lectura es, como decimos, una actividad activa (valga la redundancia) en la que el lector es partícipe fundamental que incluso, al realizarla, adquiere un estatus de cocreador, pues al leer aporta al texto lo que lleva consigo (sus experiencias, su bagaje cultural, su memoria, etc.) y de ese modo lo re-crea?

Estas y otras posturas con respecto a la lectura forman parte de tesis y discusiones que, entre otros, sostuvieron autores como Roland Barthes, Jacques Derrida, Terry Eagleton y algunos acaso menos académicos como Vladimir Nabokov. De hecho, este último elaboró un cuestionario más o menos famoso que ofrecía a sus estudiantes en Cornell, en el cual, con ocho preguntas, hacía ver cuáles eran las cualidades necesarias para un buen lector (mismas que son menos previsibles de lo que creeríamos).

Asimismo, de todas esas posibilidades, la más sensata parece ser la que toma partido por el lector. La lectura se vuelve una actividad productiva y transformadora cuando el lector participa en ella activamente. Es decir, cuando se vuelca de lleno a lo que lee, esforzándose por comprenderlo, dejando de lado sus prejuicios, como cuando se escucha verdaderamente a una persona, buscando entender lo que nos dice sin juzgarla y sin sentir ansiedad por responder e imponer nuestra propia visión del mundo. En pocas palabras: leer dando lugar al otro. Aunque se refiere específicamente a la conversación, este fragmento de ¿Tener o ser? de Erich Fromm caracteriza a la perfección esa otra forma de conversar que es la lectura:

En contraste, existen individuos que se enfrentan a una situación sin prepararse, y no se valen de ningún recurso. En vez de esto, responden espontánea y productivamente; se olvidan de sí mismos, de sus conocimientos y de su posición social. Su ego no les estorba, y precisamente por ello pueden responder plenamente a la otra persona y a sus ideas. Inventan ideas, porque no se aferran a nada, y así pueden producir y dar. Mientras que en el modo de tener las personas se apoyan en lo que tienen, en el modo de ser los individuos se basan en el hecho de que son, de que están vivos y que algo nuevo surgirá si tienen el valor de entregarse y responder. Se entregan plenamente a la conversación, y no se inhiben, porque no les preocupa lo que tienen. Su vitalidad es contagiosa, y a menudo ayuda al otro a trascender su egocentrismo. Así, la conversación deja de ser un intercambio de mercancías (información, conocimientos, estatus) y se convierte en un diálogo en que ya no importa quién tiene la razón. Los duelistas comienzan a danzar juntos, y no se separan con un sentimiento de triunfo o de tristeza (igualmente estériles), sino de alegría.

Leer de esta manera requiere, por supuesto, atención, la cual como bien sugirió Simone Weil, es una forma de amor. O interés en el sentido que le dio Erich Fromm, como volcadura completa del ser sobre aquello que hacemos. Atención, interés y amor son no sólo conceptos, sino sobre todo actitudes equivalentes con respecto a una actividad: cuando esta se realiza con atención se realiza también con interés y con amor, invariablemente, con el ser involucrado de lleno en eso que se hace. Y la lectura no es la excepción.

George Steiner, recientemente fallecido, fue un lector con esas cualidades. Como puede notarse por su trayectoria y los frutos que generó a lo largo de ella, la lectura fue una actividad fundamental de su vida, con esa cualidad productiva que hemos señalado. A diferencia de esos eruditos parodiados ya desde la Edad Media, que adquirían conocimiento únicamente para acumularlo, guardándolo para sí, sin transformarlo nunca en algo más (como está simbolizado en el personaje del Doctor Fausto, por ejemplo), Steiner fue en cambio un hombre de intereses universales que tuvo siempre una profunda inclinación pedagógica. 

Siguiendo una tradición arraigada profundamente en la cultura occidental, la del maestro a la manera de Sócrates, los grandes genios renacentistas, o los enciclopedistas de la Ilustración, esto es, el maestro que conoce y se empeña en conocer más pero siempre con el propósito de compartir lo que sabe y ha descubierto, Steiner igualmente adquirió una cultura vasta pero paralelamente buscó los espacios desde donde pudiera llevar a otros los frutos de su pasión. Libros, artículos en periódicos y revistas, conferencias, entrevistas, fueron las vías recurrentes por las que Steiner habló al mundo de Shakespeare y Dante, del lenguaje y la filosofía, de Heidegger, de música y pintura, del peligro de la censura y de tantos otros temas que cautivaron su atención.

Y todo esto, admirablemente, lo logró por la vía de la lectura. En una entrevista con el profesor Ramin Jahanbegloo, Steiner confesó que, de haber podido, él hubiera pasado su vida leyendo. Así es: él, de quien podría decirse que su vida consistió fundamente en leer, dijo haber querido sólo leer. ¿Pero qué? Nada menos que el mundo. Leer “en el sentido más amplio de término”, dice Steiner, con una ambición casi mallarmeliana, la del proyecto de la realidad convertida en un libro total que se ofrece grato a un lector atento –como lo fue, justamente, Steiner–.

En distintos momentos Steiner dio cuenta de los recursos con los que sostuvo su actividad lectora a lo largo de su vida. Entre estos, los más destacados fueron la memoria, el lápiz y el amor. La memoria para llevar consigo un texto y volverlo parte de sí mismo; el lápiz para dialogar con el texto; y el amor, bueno, el amor para leer recibir con gratitud los dones que la lectura nos provee.

Compartimos a continuación los fragmentos en los que Steiner habló de estas cualidades suyas como lector, tomados del sitio Calle del Orco.

 

La memoria

Una lectura que se impone tanto y está tan presente que es posible confesar que no se comprende un poema o un párrafo y necesitamos aprenderlo de memoria. Eso no depende de técnica alguna sino de una metafísica que se hace amor, que se hace Eros. Pues lo que se sabe de memoria es inalienable; es imposible quitar a nadie lo que lleva en sí mismo de conocimiento, en un mundo donde reinan la censura y la opresión, el ruido, el exilio en una condición humana que no se limita a una seguridad material vacía de cualquier interioridad. Grandes espíritus han sobrevivido a la opresión porque sabían de memoria algunos textos. Saber de memoria una página de prosa no es un ejercicio, pues ese logos penetra en nosotros, demasiado difícil o violento tal vez, inaceptable, pero significa que le invitamos a acomodarse en la casa de nuestro ser y que aceptamos vivir juntos. Es arriesgarse a que, cierta noche, un texto, un cuadro, una sonata llamen a nuestra puerta -reales presencias giran por completo en torno a esa imagen- y es posible que el invitado destruya e incendie por completo la casa. Es posible también que nos desvalije con un gran aletazo. Pero es preciso aceptar al texto en nosotros mismos, no tengo palabras para describir la riqueza de esta experiencia que he hecho mil veces, especialmente leyendo la Ética de Spinoza, que es para mí una referencia última. Leo cada día Heráclito y algunos poetas modernos, como Paul Celan, y aunque no comprendiera esos textos, los aprendo de memoria para que formen parte integrante de mi ser. De pronto la obra me acoge, sin explicarse, y tengo por fin acceso al poema. Pero no por ello puedo regresar a mis seminarios gritando que he comprendido por fin la obra, algo que sería arrogante y pretencioso a la vez. Es cierto, no obstante, que la incomprensión se ha transformado en amor, en fertilidad, en acto de confianza hacia algo que se me escapa.

George Steiner en entrevista con Ramin Jahanbegloo (1992)

 

El lápiz

Hay que tomar notas, hay que subrayar, hay que luchar contra el texto, escribiendo al margen: “¡Qué estupideces! ¡Vaya ideas!”. No hay nada tan fascinante como las notas marginales de los grandes escritores. Es un diálogo vivo. Erasmo dijo : “El que no tiene libros destrozados es que no los ha leído”. Es in extremis pero encierra una gran verdad. Tener unas obras completas es recibir a un invitado a quien damos las gracias y de quien también toleramos los defectos, que incluso llegan a gustarnos. Y, años más tarde, por esnobismo o arrogancia de mandarín, tratamos de ocultar los rastros de lecturas equivocadas o falsas interpretaciones. ¡Pero es una tontería!

George Steiner en entrevista con Laure Adler (2014)

 

El amor

Estoy entre los que se regocijan de lo que nos ofrece nuestra cultura. La primera frase del primer libro que leí de niño era de Dostoievski: “Toda gran crítica es una deuda de amor”. Nunca traicioné esa frase. Todo está en el gran misterio del agradecimiento por la cultura. Y todo lo que la cultura exige de nosotros es autoridad.

George Steiner en entrevista con Isabelle Albaret y Olivier Mongin (2003)

 

Siguiendo una idea que Steiner evoca en uno de estos fragmentos, su vida y su obra es el mejor ejemplo de que la lectura es la mejor manera para embellecer nuestra “casa del ser”. Es curioso que a veces nos preocupemos tanto por adquirir otras posesiones, por tener dinero, por alcanzar cierto renombre, incluso por moldear nuestro cuerpo según ciertos ideales de atracción sensual, ¿pero qué hay de esa “casa del ser”? ¿Qué hay del ser que habitamos y que, de hecho, condensa en sí nuestras únicas posibilidades de conocimiento de la realidad? ¿Por qué en general nos preocupamos tan poco por cultivar nuestro ser? 

La obra de Steiner giró parcialmente sobre esas preguntas y, antes que esta, su manera de ejercer la lectura tuvo como faro esas inquietudes. Sin duda el suyo es un ejemplo inspirador para, nosotros también, preguntarnos por la manera en que leemos el mundo.

 

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Twitter del autor: @juanpablocahz