*

No existen pruebas de que la depresión sea provocada por un desequilibrio químico del cerebro, por lo cual resulta poco lógico reducir el tratamiento médico de la depresión a unos cuantos fármacos que buscan corregir esto

La depresión es una de las enfermedades que más han aumentado en los últimos 50 años (una de cada cuatro personas en el mundo llega a padecer una enfermedad mental como la depresión o la ansiedad). Pese a que la humanidad ha logrado superar muchas otras enfermedades y en general mejorar las condiciones materiales de la vida, las personas no parecen ser más felices que antes. Los fármacos pertenecientes a la categoría de inhibidores selectivos de recaptación de la serotonina -como el Prozac- se han convertido en algunos de los medicamentos más vendidos de la historia, pero no han tenido grandes resultados, al menos no en la eliminación de la enfermedad, si acaso sólo en la contención de la misma. Es posible que estos fármacos se inscriban en el paradigma de lo que el Premio Nobel Richard J. Roberts llamó medicamentos cronificadores, que no curan del todo la enfermedad y por ello son mucho más rentables.

Todo esto nos lleva a reflexionar sobre si la idea que se nos ha vendido de que la depresión es sobre todo una condición generada por un desequilibrio químico del cerebro no es un engaño, o al menos, un craso malentendido. Como señala Olivia Goldhill en la revista Quartz, vivimos bajo la concepción de que la depresión es una enfermedad del cerebro cuando, en realidad, la depresión es sobre todo una enfermedad de la mente. Y la mente y el cerebro no son lo mismo, pese a lo que el materialismo científico cree.

Goldhill sugiere que la noción de que la depresión es resultado del desequilibrio químico es, finalmente, una herencia de la idea de los humores de Hipócrates, en la que se tenían cuatro humores, uno de ellos, la melancolía -equivalente a la depresión-. En realidad no existe evidencia contundente de que la depresión es causada por un desequilibrio químico. Goldhill sostiene que esta noción es conveniente para la medicina moderna, que busca solucionar todo con una pastilla: todo lo que no es un tratamiento farmacéutico pasa a segunda instancia. Es del más puro sentido común pensar que los factores sociales, como el aislamiento, la pobreza, el duelo, la pérdida, el fracaso en el trabajo y demás contribuyen a la depresión. Asimismo, es evidente que la depresión puede y debería ser tratada, antes de recurrir a poderosos farmacéuticos, con terapia, ejercicio, viajes, prácticas espirituales, etc. La noción de que la depresión es un desequilibrio químico ganó tracción porque permitió hacer de la psiquiatría una ciencia más reputable, que podía ajustarse a los mismos modelos de diagnóstico usados en otros campos de la medicina. Hay que recordar que los psiquiatras antes eran considerados como pseudocientíficos, como Jung o Freud, cuyos métodos, pese al prestigio que tuvieron al principio, aunque principalmente en círculos de artistas y filósofos, no probaron ser científicos (quizá porque la mente no es algo meramente material y su tratamiento requiere cierto arte).

La noción de que la depresión tenía una causa biológica de clara identificación, sugiere Goldhill, hizo las cosas más fáciles para los médicos y para los pacientes. Los médicos tenían así una teoría fácil de explicar sobre la causa de la enfermedad y la forma de tratarla. Los pacientes podían así librarse de la responsabilidad de poner su vida en orden y demás, y simplemente dejar que la pastilla hiciera su trabajo. "El hecho de que los médicos practicantes y los líderes de la ciencia compraran esta idea, me parece perturbador", dice Steven Hyman, director del Stanley Center de la universidad de Harvard. Actualmente se trata a los pacientes con los mismos medicamentos, pese a que es muy poco probable que su depresión tenga las mismas causas e incluso que padezcan la misma condición.

Los investigadores J. Lacasse y J. Leo señalan que:

La hipótesis de la serotonina es típicamente presentada como una creencia científica colectiva. No hay ningún artículo revisado por pares que pueda ser citado con precisión para sustentar el argumento de la deficiencia de serotonina en un trastorno mental, mientras que hay muchos artículos que pueden presentarse como contraevidencia.

A pesar de esto, numerosos médicos y científicos han promovido esta noción en la sociedad en general. Aunque es cierto que muchos antidepresivos que aumentan la serotonina funcionan -si bien, no con una eficiencia muy superior al placebo-, no se sabe a ciencia cierta por qué lo hacen. Y también es cierto que fármacos como la tianeptina (que tiene el efecto contrario: disminuye los niveles de serotonina) también llegan a funcionar. Goldhill señala que esto no significa que los antidepresivos que afectan los niveles de serotonina no sirven, sino que no sabemos si realmente tienen un impacto en la causa raíz de la depresión. Y el hecho de que funcionen pero no se comprenda bien el origen de la enfermedad, no debe subestimarse.

De manera aún más interesante, en diversos estudios recientes realizados en la Universidad Johns Hopkins con psilocibina (el ingrediente activo de los "hongos mágicos") se ha encontrado que los psicodélicos (también se ha descubierto un potencial en este sentido en la ketamina) pueden tener mayor efectividad que antidepresivos como el Prozac, y esto con una o dos tomas solamente. Esto muestra que el nivel de la experiencia subjetiva -en estos casos, una experiencia mística o dadora de sentido y propósito- es por lo menos tan importante como la química del cerebro. Es altamente probable que el desequilibrio químico del cerebro -si es que realmente puede medirse, lo cual no queda muy claro, pues qué es la "química equilibrada"- sólo sea un síntoma, un epifenómeno que revela más bien un desequilibrio mental, una causa que tiene que ver con la vida psíquica de la persona. Y por eso, cuando una persona tiene ciertas experiencias positivas puede modular su "química cerebral" de tal manera que no le es necesario tomar medicamentos. Dicho eso, también pueden existir casos en los que los trastornos mentales tengan causas eminentemente genéticas y biológicas y éstas puedan ser resueltas con fármacos. Sin embargo, el hecho de que los antidepresivos comunes no tengan gran efectividad y que no se haya podido determinar como origen de la depresión un desequilibrio químico, sugiere que existen métodos de tratamiento menos agresivos y con menos efectos secundarios que, como regla, deberían intentarse antes. 

En este sentido, cabe hacer mención de aquello a lo que apunta el trabajo de Irving Kirsch: los metaanálisis sobre el uso de antidepresivos muestran que hay una diferencia muy pequeña entre su efectividad y el placebo. "Son un poco más efectivos que el placebo. La diferencia es tan pequeña que no es de importancia clínica", dice Kirsch. Por ello, el doctor Kirsch prefiere métodos para tratar la depresión que no están basados en los fármacos, pues existe información que muestra que pese a que a corto plazo los resultados con tratamientos farmacológicos son mejores, a largo plazo tienen mayor éxito los tratamientos que no involucran fármacos. Hay que mencionar que otros médicos, como Peter Kramer de la Universidad de Brown, consideran que los fármacos son mucho más efectivos que la terapia alternativa, pero esto en buena medida porque las personas deprimidas difícilmente tienen la fuerza y la disciplina de hacer terapias como ejercicio físico intenso todos los días o cosas similares. Kramer considera que los antidepresivos son tan efectivos como, por ejemplo, el Excedrin para un dolor de cabeza.

Goldhill concluye que el hecho de que la teoría sobre el desequilibrio químico como la causa de la depresión sea errónea no significa que la depresión también sea falsa. La depresión no es una invención de la persona deprimida; las personas deprimidas no son "hipocondríacas". Pero el hecho de que se busque tratar la depresión de otra manera, con ejercicio o terapia, por ejemplo, tampoco mitiga la realidad y la dificultad de esta condición. Afortunadamente, existen cada vez más médicos que ofrecen alternativas que podemos llamar de mente-cuerpo y no sólo farmacológicas para tratar esta condición.

 

Leer el artículo de Jonathan Leo & Jeffrey R. Lacasse: The Media and the Chemical Imbalance Theory of Depression