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La conciencia humana es un accidente de la evolución, pero quizá no de la vida

Por más que a veces querremos pensar otra cosa, lo más probable es que la vida no tenga un propósito definido. Las investigaciones admirables de Charles Darwin y Gregor Mendel (entre otros varios) hicieron ver al ser humano que la vida simplemente surgió en algún momento del desarrollo de este planeta, por azar e inexplicablemente, que después se abrió paso y persistió, pero sin ningún tipo de propósito ulterior o plan definido. Si acaso, a juzgar por lo ocurrido entre los primeros organismos unicelulares con vida, todo lo que pasó después y todo lo que vemos ahora, podría decirse que el único objetivo de la vida es conservarse. Esto no es poco, pero no parece existir evidencia material u objetiva que permita ir más allá. Quedémonos pues con eso, que ya es suficiente: la vida busca preservarse.

La conciencia humana es en este sentido parecida. Aunque como especie hemos creado una imagen de nosotros mismos valiosa y grandilocuente, lo más probable también es que nuestra cualidad más preciada sea fruto del accidente y el azar. Es cierto, es fruto de la evolución y sus mecanismos, y todo parece indicar que nuestra llamada “inteligencia superior” es el resultado de distintos factores acumulados a lo largo del tiempo y quizá de algún evento decisivo que cambió la historia de nuestra especie para siempre. Al intentar resolver ese misterio, una de las hipótesis contemporáneas más aceptadas parece indicar hacia la capacidad de los antepasados del Homo sapiens para, de entrada, formar grupos, después para ser capaces de manejar sociedades cada vez más numerosas, pero sobre todo para ser capaces de colaborar juntos en la consecución de un mismo objetivo. 

Desde hace varios años se ha manejado la hipótesis de la “inteligencia social” (conocida también como el Modelo de Dominación Ecológica-Competencia Social) para explicar el desarrollo de la conciencia humana, y recientemente el historiador Yuval Noah Harari ha contribuido a difundir la idea de la cooperación como elemento decisivo para la supervivencia de nuestra especie, con un añadido: hasta donde sabemos somos los únicos animales capaces de realizar dicha cooperación siguiendo objetivos completamente abstractos y en última instancia inexistentes o injustificables objetivamente, tales como Dios, la nación, el honor, el progreso, etc. Friedrich Nietzsche se adelantó varios años a estos científicos cuando escribió, en 1873, el conocido inicio de su ensayo Sobre verdad y mentira en sentido extramoral

En un apartado rincón del universo, parpadeando entre innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales astutos inventaron el conocimiento. Fue el minuto más soberbio y más falaz de la “Historia Universal”… pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. 

Todo lo que el ser humano ha creado (mejor dicho, ha inventado, porque hasta ahora nuestra especie no ha sido capaz de crear nada) es resultado de ese “minuto”, ese instante en el que unos animales astutos tomaron conciencia de sí y de su mundo, de su vida y de su muerte, y en cierto sentido no supieron qué hacer con eso. Muchos siglos después Séneca preconizaría la posibilidad del suicidio, pero ahí, en la mañana del mundo, esa posibilidad no se encontraba aún en el horizonte. Después de todo, como dijimos antes, la vida busca preservarse.

La inteligencia superior que fue, al mismo tiempo, efecto de la evolución y causa de nuestra supervivencia, dio a nuestra especie la conciencia de sí y la conciencia de la realidad; también la posibilidad de percibir numerosos fenómenos y entender o anticipar la conexión entre ellos: desde el clima hasta las sensaciones de otros seres vivos. Somos también los únicos que en estas condiciones desarrollamos un lenguaje, crucial para otra de las operaciones decisivas en nuestra supervivencia: llevar la conciencia fuera de nuestra mente; gracias al lenguaje pudimos comunicar lo que pasaba por nuestro pensamiento y, con ello, cooperar mejor (dicho de otro modo, el lenguaje reforzó ese mecanismo de supervivencia que ya se había demostrado eficaz). 

Como vemos, no parece haber nada más que supervivencia y evolución en la historia de nuestra especie. Nada más que la vida persistiendo; nada más que la vida intentando preservarse.

En este punto, sin embargo, esa perspectiva nihilista o materialista podría presentar un giro que vale la pena considerar. ¿Podría ser que la conciencia humana sea resultado de esa misma tendencia de la vida a conservarse? Quizá los homínidos que nos antecedieron se volvieron inteligentes para que hubiera algún ser que entendiera la complejidad pero sobre todo la improbabilidad de la vida, la adversidad que enfrenta siempre en un entorno en donde las condiciones se encuentran más bien en contra. ¿Quién pudo haber anticipado que en un planeta como el nuestro se desarrollaría la vida? ¿Quién podría esperar que ésta persistiera a lo largo de milenios en modo alguno propicios? ¿Quién podría haber trazado el camino entre las formas más elementales de la vida hasta aquellas que nos rodean y con las que hemos convivido desde el momento en que nuestra especie tomó conciencia de sí misma hasta esta mañana en cada uno de nosotros volvió a abrir los ojos al mundo? La vida es un milagro, en efecto, como tituló hace unos años su película Emir Kusturica.

¿Qué tal si, entonces, la conciencia humana es el recurso último que diseñó la vida para preservarse? ¿No haría de nosotros esto algo como “guardianes” de esa misma vida? ¿No podríamos pensar que de algún modo nuestra especie está llamada a conservar ese fenómeno improbable y siempre en riesgo que es la vida? Nadie más que nuestra especie se da cuenta de ello y nadie más que nuestra especie posee la capacidad para intervenir el entorno de tal modo que la vida persista. 

Hasta ahora la vida, aunque ha tenido casi todo en contra, ha florecido. Sería una pena que si el ser humano adquirió conciencia para preservarla, termine convertido en uno más de sus obstáculos.

 

Del mismo autor en Pijama Surf: El Génesis, el Paraíso y el origen y fin de la conciencia

 

Twitter del autor: @juanpablocahz

 

Imagen de portada: The Tree of Life, Terrence Malick (2011)