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Encontrar el equilibrio de estos 4 ámbitos de la vida es la clave para la felicidad

El ser humano es, hasta donde sabemos, el único ser vivo que necesita dar a su existencia un propósito. Entre el momento en que nace y adquiere conciencia de sí y el instante de su muerte, su tiempo en esta tierra necesita estar animado por algo, lo cual a su vez va cambiando a lo largo del tiempo, pues el sentido de la vida no nos parece el mismo en la juventud –cuando comenzamos a preguntarnos sobre ello– que en la madurez o la vejez. 

Al respecto, vale la pena decir esto que a veces se olvida: no hay una sola respuesta a la pregunta por el sentido de la vida porque, de entrada, cada persona debe elaborarla por sí misma y, por otro lado, porque esa es una pregunta que es necesario sostener al hilo de nuestra existencia, que a veces, a la luz de ciertos hechos que vivimos, responderemos de algún modo y a veces de otro.

En ese curso, sin embargo, contamos con alguna asistencia de otros como nosotros que se han preguntado qué hacer con su vida. En el caso de la filosofía oriental, encontramos la idea del “ikigai”, una palabra japonesa que se traduce como “vivir la realización por la que habíamos esperado” y también como “aquello por lo cual vivir es valioso”. Nada más y nada menos. Recordemos que ya Albert Camus, al inicio de El mito de Sísifo, consideraba que no era otro el problema fundamental de la filosofía más que decir si la vida valía o no la pena de ser vivida. En Japón, esa respuesta está en el ikigai.

Aunque el desarrollo de esta idea es histórico, en años recientes ha cobrado nuevos bríos en razón, probablemente, de la insaciable búsqueda de sentido del hombre contemporáneo. Ahogados como vivimos en la prisa de vivir, en las múltiples ocupaciones, en la respuesta incesante a estímulos omnipresentes, el ikigai se ha presentado como una posibilidad de dar curso a la vida, de parar por un momento para reflexionar y decidir conscientemente sobre la dirección de nuestra propia existencia.

En ese sentido, el ikigai está basado en cuatro simples preguntas:

¿Qué amas hacer?
¿Qué eres bueno (a) haciendo?
¿Qué necesita el mundo de ti?
¿Por qué de lo que hagas puedes recibir un pago?

Si cruzamos esas áreas, el resultado es este:

Como vemos, la felicidad se encuentra ahí donde todo está en equilibrio: amas lo que haces, eres bueno (a) en lo que haces, esa ocupación genera un impacto positivo en el mundo y además recibes un ingreso a cambio que te permite vivir dignamente. 

Asimismo, cabe hacer notar que dicho balance se refiere tanto al individuo como a la sociedad, pues no es sólo que, egoístamente, puedas hacer lo que quieras, sino también que esto genere un cambio favorable en la comunidad a la que perteneces.

Fuera del papel puede parecer difícil vivir así, pero parte del propósito de filosofías como esta también es animarnos a construir el mundo que queremos. Quizá hoy tu ocupación principal te parezca vacía o insatisfactoria; quizá hoy amas lo que haces pero batallas para pagar las cuentas más elementales… ¿pero quién puede decir que mañana será igual? ¿Quién puede decir si no, quizá mañana, todos tengamos al menos una oportunidad de vivir una vida de plenitud?

 

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