'HyperNormalisation', la obra maestra que enseña cómo el mundo dejó de ser real
AlterCultura
Por: Alejandro Martínez Gallardo - 11/03/2016
Por: Alejandro Martínez Gallardo - 11/03/2016
La verdad, que no se atreve a decirse, es que nadie tiene el control.
-Terence Mckenna
En cierto sentido, todo está en todas partes todo el tiempo. Porque cada locación involucra un aspecto de sí misma en toda otra locación.
-Alfred North Whitehead
En su más reciente documental Adam Curtis sugiere, a lo largo de casi 3 horas de intensa estimulación sensorial e intelectual, que hemos convertido el mundo en una masivo engaño que todos consumimos, hasta al punto de que es tomado como lo normal. El término que usa es Hipernormalisation, tomado de un libro del historiador ruso Alexei Yurchak, con el que describe los últimos días del estado soviético en los que todos sabían que el sistema era insostenible; nadie creía ya en la ideología ni en el futuro, pero aún así se seguía adelante, en una especie de resignación indolente e hipnótica. Esta idea recuerda también la noción de hiperrealidad, como ha sido descrita por Baudrillard, entre otros, en la que la representación de la realidad se confunde con la realidad misma, y la falsificación es tomada como auténtica, hasta el punto en el que una realidad base, original o no mezclada con la simulación deja de existir.
Antes de proseguir con la reseña, aquí el enlace a una transcripción resumida de toda la narración que hace Curtis en el documental y los eventos principales que trazan la cronología de cómo el mundo dejó de ser real y el poder pasó de los políticos a las corporaciones y a los sistemas de información. El documento puede consultarse para estudiar la obra (y la historia reciente del mundo), como una guía de Hypernormalization y como un recurso también para quienes no hablan inglés.
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En el trailer del documental Curtis anuncia un estado fársico que oculta el estado fallido del poder: “Vivimos en un mundo donde los poderosos nos engañan. Sabemos que mienten, y ellos saben que sabemos que mienten, pero no les importa. Decimos que nos importa, pero no hacemos nada. Nada nunca cambia. Es normal. Bienvenidos al mundo de la post-verdad”. Así explica, entre otras cosas el BREXIT y el surgimiento político de Donald Trump (quien es prueba de que la verdad ya no importa). El mundo de la post-verdad es también el mundo de la post-política. Curtis mantiene que desde hace unos 40 años el mundo se ha vuelto demasiado complejo para que los políticos puedan realmente tener una influencia significativa —que puedan cambiar la dirección de las cosas— y aferrándose a su poder (que cada vez es menos), han conjurado la narrativa de un mundo simple —con dicotomías como buenos y malos, dictadores que son una especie de supervillanos, amenazas terroristas y demás temáticas polarizadoras. Esta es sólo la fachada que intenta ocultar que el mundo es regido por las corporaciones, e incluso más aún, por el complejo sistema financiero y los softwares inteligentes que devoran datos para predecir conductas. Estos mismos sistemas, como ocurre con el Internet, están construidos de tal manera que crean lo que se conoce como una “filter bubble” en la que todos los usuarios constantemente reciben una versión de la realidad basada en lo que de antemano ya les gusta, creando pequeñas bolsas de realidad que sólo afirman las creencias preestablecidas y los mantienen aislados de ideas que desafían sus nociones básicas (el axioma de los algoritmos es: if you liked that, you will love this). Nuestra experiencia con la tecnología moderna es la de un espejo, tiende al narcisismo, e incluso a un narcótico: nos empachamos de nosotros mismos y quedamos sedados, aislados en el confort de nuestra burbuja algorítmicamente personalizada del mundo externo, el cual es frustrante ya que no podemos cambiarlo y se comporta caóticamente.
Hypernormalisaton sitúa el origen de este proceso, que explica como una retirada, una especie de escapismo hacia la ilusión de que seguimos controlando el mundo, en 1975. (En un mundo irreal y físicamente infinito, como el nuestro, todos los puntos son el centro, así que realmente Curtis podía haber escogido cualquier punto en la historia y desde ahí empezar a conectar las hebras). Pero el primer punto que escoge es octubre de 1975, el momento en el que los bancos tomaron control de Nueva York. La ciudad enfrentaba la bancarrota y los bancos habían decidido no tomar su deuda. Sin embargo, explicaron al presidente Ford que la bancarrota de Nueva York podía tener una serie enorme de repercusiones en la economía mundial. Para salvar a la ciudad, que se mostraba incompetente, el gobierno aceptó la injerencia de los bancos que la obligaron a tomar medidas de austeridad. Emblemáticamente, para Curtis, este día marcaría el relevo de poder de lo político a lo financiero.
El otro momento que conecta Curtis es la reunión en Damasco en 1975 de Henry Kissinger y el presidente de Siria, Hafez al-Assad. Kissinger, haciendo uso de su famosa estrategia de “ambigüedad constructiva”, a grandes rasgos, habría engañado a Assad, quien buscaba negociar la paz para toda la región y fortalecer al mundo árabe. Kissinger habría motivado a Egipto a firmar otro tratado con Israel y sepultado la intención de Assad de lograr regresar a su país a los palestinos. Este momento es importante según Curtis porque al darle la impresión a Assad de que era irrelevante en el balance estructural del sistema global, éste se habría enardecido. Assad más tarde sería el pionero del terrorismo radical de ataques suicidas, que derivaría en el pánico actual y en el surgimiento de organizaciones extremistas como ISIS.
De estas dos fuentes, Curtis traza lo que ha sido llamada por un periodista del New York Times “la historia secreta de todo”, un banquete de periodismo de investigación, imágenes subversivas, glitches, paranoia iluminada y análisis sociológico.
En dos momentos del documental vemos que la política de Kissinger, y él mismo también lo expresa, encarna la idea fundamental de que en nuestro mundo “todo está conectado con todo”. Esta es la base de un (nuevo) orden global. Una noción a través de la cual luego Occidente llegaría a pagar sus maniobras en el Medio Oriente, habiendo alimentado los demonios que se volcarían en la forma del terrorismo y el pánico mediático-ambiental del mismo.
Esta misma frase la podemos aplicar ciertamente a Curtis, quien utiliza una técnica vertiginosa de yuxtaposición y concatenación —a veces de temas y motivos discordantes— para tejer una gran narrativa: una historia de disolución de la política en el espectro de su propia irrealidad. Todo está conectado con todo: Curtis es una máquina de conectar datos e imágenes y explorar ideas, desenterrar conexiones subyacentes e hilar narrativas. Sin embargo, con el fin de crear narrativas todo-coherentes, de encontrar hilos negros detrás del sistema, él mismo cae en la sobre-simplificación de la que acusa a los políticos en su documental. Parte del colapso de la realidad y del poder como tal es también el colapso de las grandes narrativas, sin embargo, existe la necesidad de encontrar sentido y tapar la vehemencia del caos con una madeja estéticamente satisfactoria, aunque esta misma madeja sea también hecha con la misma sustancia de sueños e ilusiones. Dicho eso, ¿le debemos exigir a un documental que desarrolla la tesis de que el mundo ha dejado de ser real que se limite a lo absolutamente comprobable e indudable? Hay una cierta justicia poética en que estire la liga y que incluso el documental mismo sea una pruebas más de la imposibilidad de delimitar las fronteras entre lo real y lo irreal. Quizás más importante que las intuiciones que explora Curtis sean verdad o no, algunas de las cuales son indudablemente brillantes, es que nos hagan reflexionar sobre la naturaleza misma de la realidad y el poder y su juego de apariencias.
Curtis con gran poder de convencimiento nos hace ver lo que tal vez sean teorías de la conspiración (aunque bastante bien documentadas) como piezas de este rompecabezas con el que el mundo configura su rostro de ficción política, su máscara ubicua. Muammar Gaddafi es en este sentido el protagonista. Gaddafi es primero utilizado por los poderes occidentales para crear la imagen del exótico y delirante dictador como un supervillano global (la cual sirve no sólo para movilizar la economía militar, sino también para ocultar que los políticos no saben lidiar con la realidad, cuyos problemas no tienen solución) y la cual tendría varios avatares. Gaddafi asume la culpa de atentados que no cometió, y luego es utilizado como una demostración de la evangelización democrática, de los beneficios del intervencionismo (cuando entrega las armas nucleares que nunca tuvo). En una escena de marketing político casi surrealista, Gaddafi, quien había sido promovido como un maniático, es rebrandeado como un intelectual, un relevante pensador político apareciendo en un programa de debate político con intelectuales británicos. Por supuesto, cuando es conveniente, para probar el poder democrático de las tecnologías sociales, a la luz de la llamada “primavera árabe”, los amigos de Gaddafi lo destruyen sin el menor reparo.
Todo esto, explica Curtis, es parte de lo que agencias de inteligencia han llamado “el manejo de la percepción”. Por todas partes se siembran historias dramáticas en las cuales no importa la veracidad (incluso si son ridículas), con tal de que sean capaces de distraer a las personas y permitan a los políticos evitar tener que lidiar con la naturaleza imposible de resolver los problemas mundiales. Un ejemplo especialmente conspicuo es el caso de los OVNIs. Curtis, siguiendo la tesis del documental “Mirage Man”, nota como el incremento de los avistamientos de luces no identificadas en los 80 va de la mano de una serie de documentos clasificados que son sembrados entre entusiastas de este movimiento, revelando que el gobierno encubre un pacto con una civilización extraterrestre y otras teorías similares. Mientras tanto, el gobierno, a su vez víctima de la conspiranoia sobre las armas soviéticas, desarrolla todo tipo de armas de combate secretas que prueba en distintas partes del mundo. La realidad deja de importar, se vuelve un medio completamente maleable al servicio de un fin —mayormente, ocultar que ésta ha dejado de existir. Una tautología alucinatoria en la que la ausencia consustancial de lo real es ocultada con un paisaje falso.
El ejemplo más taimado y genial de este “manejo de la percepción”, es Vladislav Surkov, un ex director de teatro que tomó ideas del avant guard y las llevó al corazón de la política. Surkov es uno de los responsables de mantener a Putin en el poder a través de una serie de estrategias que desafían toda noción de manipulación política, instaurando un teatro de ilusiones sobre la faz de la política rusa. Surkov ha creado partidos políticos enteros que se oponen a Putin, grupos antifacistas y a la vez también grupos neonazis como actores de un juego de ajedrez político cuyo motivo parece ser la confusión total, hacer que nadie sepa qué es real. Un analista la llamó “una estrategia de poder que mantiene a toda oposición completamente confundida, una interminable metamorfosis que es invencible porque es indefinible”. Pero lo verdaderamente innovador, y totalmente en sintonía con nuestra época, según Curtis, es que Surkov no sólo alimenta las teorías de conspiración, él mismo se atribuye la autoría de estas maquinaciones.
Si somos un poco suspicaces podemos aplicar esta misma lectura al mismo Curtis, quien después de todo está haciendo un documental para la BBC (para su iPlayer), aunque su temática parece completamente extraña para este medio, que representa el poder político del cual el documental es una especie de canción de cisne. Estos nos coloca en un intrincado entramado de autorreferencias, de propaganda fractal, de la destrucción de lo real como estrategia. Y, sin embargo, podemos especular e ir más allá que Curtis y decir que esta fantasmagoría ontológica no es algo que ha sido orquestado en la historia reciente, es la naturaleza misma de la realidad: la ficción, un mundo que sólo existe en la representación del mismo: no existe un allá afuera, real y objetivo. Lo único nuevo son los medios tecnológicos de representación de la realidad que nos hacen ver —como modelos heurísticos— lo que siempre había sido: el mundo como māyā o samsara, hecho de la misma sustancia que los sueños. Todos viviendo en nuestra mente y ahora viviendo en plataformas digitales y en mundos virtuales, que son sucedáneos que nos permiten escapar nuestra incapacidad de entender que nuestra mente es el mundo.
Pero, más allá de esta especulación de orden metafísica, quiero rescatar la que me parece es la idea más profunda y mejor argumentada, y la cual Adam Curtis ha trabajado en otros documentales (como los excelentes Century of Self, The Trap, entre otros). Esto es, la noción de que la individualidad es un concepto que ha inventado la modernidad, el cual es bastante útil para reforzar y mantener el sistema actual. El individualismo y nuestro derecho de ser individuos que autodeliberan y construyen su propia identidad es lo más cercano a algo sagrado en Occidente. Y por ello se justifica la guerra y el intervencionismo: invadir un país en el extremo del mundo para liberar a sus ciudadanos de la programación colectiva de un estado terrorífico que no garantiza las libertades individuales. Y también el colonialismo cultural y económico: la tecnología que libera a través del acceso a la información, pero no sin instaurar la propaganda del entretenimiento. "Lo que argumento es que esta es una posición neoconservadora, ya que con el surgimiento del individualismo, tiendes a ver una corrosión de las ideas de vinculación social y redes comunales, porque todos existen por su propia cuenta”, dijo Curtis. Por otro lado, ésta noción de ser individuos realmente únicos y auténticos es en buena medida una fabricación. “El iPhone es un buen ejemplo. Las personas realmente quieren uno —para expresarse. Pero todos quieren uno, al mismo tiempo”.
En Hypernormalisation, Curtis muestra cómo el deseo de una revolución colectiva, basada en el insistente activismo grupal, se ha ido retirando hacia el individualismo que protesta en Internet, desde la comodidad de su hogar y difícilmente es capaz de disolver su identidad en un grupo. Pero, para ser parte de un movimiento que pueda lograr un cambio significativo “es necesario subsumirse en el grupo y sacrificarse por algo, por mucho tiempo”. Hoy en día con una atención fragmentada incapaz de sostenerse fijamente, en parte por la forma en la que está programado el internet y nuestros gadgets, no hay mucha constancia revolucionaria colectiva.
Curtis sugiere que desde mediados de los setentas y en adelante ha dominado la noción de que, desencantados del mundo político-social que resulta difícil de cambiar, las personas se han retirado hacia los entornos de la revolución interior posible. El mundo ya no se desea cambiar sólo se experimenta individualmente. La revolución puede ocurrir, pero sólo en la mente o acaso en el cuerpo (y aquí desatando también toda la cultura del fitness y el consumo de cosméticos). Aquí entra también la construcción del mito del Internet como una utopía de libertad. Muchos de los arquitectos del Internet, alimentados por ideas ligadas a la contracultura hippie y al LSD (y la noción de la Noósfera de Teilhard de Chardin) concibieron la Red como un espacio donde las personas podían estar libres de la corrupción del mundo real. Uno podría alcanzar la libertad en el ciberespacio, si bien no en la realidad. En el ciberespacio no existirían las estructura jerárquicas de poder, todos serían pares vinculándose y desencadenando el torrente de la información como una cascada psicodélica de libertad. Esto, por supuesto resulto ser una fantasía. El Internet hoy en día se parece más a la visión distópica de William Gibson que a la visión de John Perry Barlow (quien incluso redactó una Declaración de Independencia del Ciberespacio), y se erige como una red de vigilancia y oligopolio corporativo a través del monitoreo y la minería de datos. Es el nuevo sistema de poder a través del conocimiento, en el sentido de Foucault. Sólo que ahora los que tienen el poder son las corporaciones que controlan los sistemas de información.
Adam Curtis es uno de los más importantes comentaristas de nuestro mundo actual, sobre todo en tanto a que es capaz de hacerlo en el medio que más efecto tiene y en un lenguaje sumamente atractivo, incluso subversivo. Errol Morris, quien para muchos es uno de los grandes documentalistas de nuestra época, ha dicho “cuando sea grande quiero ser como Adam Curtis” y que “no hay nadie como él”. Hypernormalisation es una curso condensado de la historia secreta de los eventos políticos de los últimos años, pero sobre todo de las ideas que los in-forman, sus motivaciones ocultas y los sistemas operativos de la realidad. Las ramificaciones son vastas, el panorama que dibuja es desconcertante; lo único seguro es que cualquiera que quiere entender el mundo actual, más allá de que suscriba a las ideas de Curtis o no, se verá beneficiado viendo esta pieza.
Una mención finalmente al aspecto formal de la obra, a su notable montaje —la edición refleja la misma irrealidad del contenido, con glitches y loops y memes que documentan la nueva estética de la Red. Especialmente una pincelada genial puede verse en la edición que hace de la destrucción de los edificios simbólicos del poder de Nueva York, tomando películas de Hollywood de antes del 2001, un guiño directo de las fuerzas de la destrucción de la realidad. Nótese también la formidable selección musical, especialmente los temas de Burial y Aphex Twin.
Twitter del autor:@alepholo