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La música puede ser un increíble aliado durante el permanente proceso de auto-programar tu realidad.

 Sobre la música, tal vez, sólo debería de hablarse ya sea a través de ella misma, o en todo caso del silencio. Pero ignorando esta sensible regla, podríamos decir que se trata, indudablemente, de uno de los resquicios más apasionantes de la creatividad humana.

Una de las cualidades más intrigantes de este arte es su notable capacidad para influir en el ánimo de una persona. Lo anterior hace de la música una herramienta con enorme potencial curativo y también la valida como instrumento para ejercer, enérgicamente, la auto-programación.

Cualquiera que disfrute de la música habrá notado la facilidad con la que ésta permea un estado de ánimo. Hace poco advertíamos sobre la posibilidad de “tomar las riendas de tu propio playlist existencial, reconocer la manera en que tu ánimo reacciona ante específicos estímulos musicales, y aprovechar, de forma tanto práctica como poética, las múltiples bendiciones sonoras que te rodean”. 

Si bien no deja de ser espectacular esta propiedad de la música, al parecer su influjo no se limita al espectro de lo anímico, sino que incluso afecta la manera en la que percibimos nuestro entorno. Recién encontré un estudio, realizado hace un par de años en la Universidad de Groningen, que concluyó que la música realmente puede definir la manera en la que percibes una realidad específica.

Jacob Jolij, investigador del Departamento de Psicología de esta universidad holandesa, expuso a un grupo de voluntarios, a cierta distancia, ante una serie de diversos emoticones, algunos sonrientes y otros tristes. Cada voluntario debía identificar el ‘ánimo’ de las caritas, primero durante una ronda en la que escuchaban música melancólica, y luego durante otra con música alegre. Después de unas pruebas, Jolij comprobó que la música influía significativamente en lo que las personas veían, es decir, en su percepción del entorno físico. Los emoticones tristes, eran identificados con mucho mayor precisión durante la sesión de música melancólica, y lo mismo sucedía en el caso de los felices con melodías alegres. Además, incluso cuando no se mostraba ningún emoticón, sino una simple mancha, los voluntarios creían ver el rostro que correspondía al estímulo musical que estaba activo en ese momento.

Observar cosas que no están ahí es el resultado de procesos cerebrales descendentes. La percepción consciente está, en buena medida, basada en estos procesos: tu cerebro continuamente contrasta la información que entra por tus ojos con las expectativas que tiene según lo que conoces del mundo. El resultado final de este proceso comparativo es lo que experimentamos como realidad. Este estudio sugiere que el cerebro construye sus expectativas no solo con base en la experiencia, sino también en el estado de ánimo.

Si lo que postula Jolij es cierto, y lo sumamos a la premisa de que la música influye, en ocasiones de manera determinante, en nuestro estado anímico, entonces podríamos afirmar, como parte de un emocionante silogismo, que a través de la música podemos moldear un cierto porcentaje de nuestra realidad. En resumen, el papel que juega la música dentro de nuestra vida podría tener aún más relevancia de lo que hasta ahora imaginábamos, erigiéndose como una especie de catalizador de realidades. Y, en este sentido, dentro de este acto ‘iniciático’ que implica el hacernos responsables de nuestra propia realidad, será fundamental elegir las frecuencias indicadas para cada momento, de acuerdo a las necesidades u objetivos del instante, sabiendo que en el vital arte de la auto-programación, la música puede ser un inmejorable aliado. 

Twitter del autor: @ParadoxeParadis