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Segunda parte de la reflexión en torno al caso Wikileaks y su significado más allá del circo mediático y de los ciclos de amnesia de la sociedad

Una última palabra antes de que este asunto quede sepultado o por la Navidad o por el bandazo de último minuto.

Wikileaks —como Facebook, como Twitter, como Wikipedia— es, en cierta forma, una emanación de nuestra época, de nuestro tiempo, de esta sociedad contemporánea cuya anodina vanguardia está modificándose día con día, al dar un clic en un enlace, al fisgonear ya sin culpa en el perfil del otro, al alinearse no sólo con la inocente tiranía de los 140 caracteres sino, más importante, con la del follow y el unfollow.

Es muy posible que el status quo gubernamental, como dije la semana pasada, permanezca inalterado, persistente en sus formas de relacionarse entre sí y hacia quienes gobiernan a pesar del barullo mediático ocasionado por Assange. Sin embargo, los lectores comunes de estas noticias, los afectados mínimamente en sus vidas cotidianas, esos a quienes verdaderamente iba dirigida la información filtrada por Wikileaks, quizá hayan comenzado a percibir el mundo de otra manera. El trabajo de Assange, uno libertario hasta la radicalidad, tal vez haya hecho pensar a no pocos que el conocimiento no se encuentra tan distante como se suponía; al menos parece que no se encuentra resguardado ni celosa ni fieramente por una autoridad todopoderosa e invencible, incapaz de piedad o de clemencia (como la del cuentecillo aquel de Kafka, Ante la ley, que también forma parte de El proceso). Aunque tampoco, es cierto, al alcance de cualquier advenedizo. No exento de dogmatismo burgués, el asunto Wikileaks demuestra que con trabajo y perseverancia es posible despanzurrar al monstruo para exhibir con orgullo sus entrañas. Para demostrar que ahí donde debería reposar el fundamento de la autoridad, la razón del poder, el talismán mágico que —no recordamos desde cuándo o porqué— distingue a un hombre cualquiera de sus iguales, ahí, en ese relicario secreto, no hay nada.

Como dice Žižek, «una de las experiencias más traumáticas para el hijo es el momento en que se ve obligado a admitir el hecho de que el padre está “muerto” (un impostor impotente cuya máscara de autoridad oculta una completa indefensión)».

¿Cuál será el fin de todo esto?

Finalizo con dos apuntes sobre Assange. El primero, lo curioso que resulta que hasta antes de la publicación de cables diplomáticos del gobierno estadounidense, el hombre recibió dos o tres premios importantes y distinciones y reconocimiento mundial por revelar sendas injusticias que ocurren allá lejos, en el mundo de los miserables. Sin embargo, apenas tocó la fuente de esa miseria, la expresión más acabada del modo de vida que está destruyendo el mundo y que se afana en la humillación de la humanidad, callaron esas ovaciones hipócritas e inútiles lanzadas por quienes teniendo el poder para luchar efectiva y rápidamente contra la miseria del mundo, se conforman con homenajear a quienes dejan su vida en dichas tareas.

El segundo, uno más bien anecdótico: el increíble parecido de esta fotografía del australiano con el célebre San Sebastián de Guido Reni (la foto es de de Stefan Wermuth).