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¿Quién dirige la reconfiguración del mundo que avanza WikiLeaks? ¿Como en 1984, el Gran Hermano se anticipa para filtrar la información que puede conocerse, y de esta forma ocultar, en la inundación, aquella que en realidad es más importante?

Como sabemos bien, durante las últimas semanas en casi todos los periódicos, noticieros, sitios de internet y redes sociales uno de los temas dominantes ha sido la publicación de documentos confidenciales del servicio exterior estadounidense a través del portal de Wikileaks, organización sin fines de lucro encabezada por el periodista de origen australiano Julian Assange.

A juzgar por la reacción tan extendida y tan diversamente manifestada el asunto no es menor. Los gobernantes, incapaces de desmentirlas, condenaron las filtraciones, las personas sin poder las apoyaron, los moderados pidieron tiempo y serenidad para juzgar mejor sus consecuencias, los desmesurados del tipo Sarah Palin salieron antorcha en mano a cazar a la bestia o al monstruo, algunos intelectuales se apresuraron a ofrecer su opinión, el verdadero poder desempolvó ridículos cargos contra Assange para apresarlo, hackers ubicuos sin nombre ni títulos pomposos contraatacaron bloqueando páginas de empresas tan importantes como Visa y Mastercard y asegurando que el esfuerzo de Assange no será estéril, que el camino ha quedado trazado y no son pocos quienes prometen recorrerlo.

Mucha pirotecnia, muchas muestras de apoyo, poca reflexión seria. Umberto Eco, por ejemplo, a sus casi 79 años, mira el asunto con cierto exceso literario, con cierto desdén de nihil sub sole novum, de erudito que suscribe la sentencia borgiana: «la realidad es siempre anacrónica». Acierta, sin embargo, al pensar (acaso inevitablemente), en una de las dos novelas más célebres de Orwell, 1984, esa distopía de una sociedad siempre vigilada y regida por un Partido único y cuyo detalle más recordado es el lema “Big Brother is watching you”, tan adecuado para un poder panóptico; según Eco, Wikileaks supone una reformulación de esta metáfora: «la relación de control deja de ser unidireccional y se convierte en circular. El poder controla a cada ciudadano, pero cada ciudadano, o al menos el hacker —elegido como vengador del ciudadano— puede conocer todos los secretos del poder». Tal vez. O tal vez sea menos sencillo, menos novelesco, más real. Como publicó un amigo en su muro de facebook, «a través del internet nos controlamos todos a todos sin necesidad de Castro o de Stalin o del Tío Sam». El circuito de la disciplina y la vigilancia añorado por el poder sólo en sus sueños más perfectos.

Cuando me enteré de la noticia yo también pensé en Orwell, en un fragmento muy particular de 1984, ese diálogo crucial entre O’Brien y Winston en el que éste le confiesa al protagonista que Teoría y práctica del colectivismo oligárquico, el libro de los rebeldes, de la resistencia, el libro de los inconformes y los renuentes, el libro de un mítico Emmanuel Goldstein anterior a la guerra y la reconfiguración del mundo, en realidad fue escrito por el poder que todo lo controla, por el Partido, por Winston y otros que como él laboran en alguno de los tres Ministerios que todo lo vigilan y lo enderezan. Pensé que el affaire Wikileaks podía compararse con esa situación: quizá la información filtrada era la información que podía conocerse y publicarse. Ingenua y paranoicamente imaginé cientos o miles de documentos mucho más importantes que seguramente, como rezan los cánones del espionaje, son destruidos finalizada apenas su lectura porque son mucho más trascendentes, mucho más incriminatorios. Quizá, como Eco, yo también enfermé de literaturismo.

Pero tenía mis razones: a pesar de Fidel diciendo lenta y cascadamente que Assange puso de rodillas y en el banquillo de los acusados al imperio, a pesar de las declaraciones y los comunicados y las condenas enérgicas, la actitud y las políticas del gobierno estadounidense en sus relaciones con los gobiernos de países extranjeros no muestran señales de cambio. Hillary Clinton se disculpó ante Cristina Fernández no por los hechos revelados, no por pedir secretamente un informe del estado mental de la presidenta argentina, sino por la filtración de los documentos —es decir, se disculpó no por el hecho en el que tuvo incumbencia, sino por uno que ni siquiera le compete; podría decirse que se disculpó por no tener el poder de evitar las filtraciones de Wikileaks (¿en qué mente retorcida, soberbia, arruinada por el goce que da el poder cabe semejante caracterización o conclusión de esta crisis?). Y quizá nada de esto tendría por qué cambiar. Quizá, ahora, la única preocupación de toda esa gavilla sea proteger mejor el acceso a documentos oficiales. Por parte de los gobernantes y los dirigentes y los poderosos las cosas siguen más o menos en el mismo estado que antes de Wikileaks y Assange y el escándalo mediático.

No así del otro lado.