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Las múltiples maravillas inscritas en la naturaleza de los pulpos podrían ser un buen pretexto para inaugurar un credo alimenticio basado en la empatía y la admiración

OCTOPODIDAE

En décadas recientes, afortunadamente, la alimentación se ha posicionado en la mente colectiva. Quizá como respuesta a muchos años de abuso de sustancias y procesos nocivos –recordemos que los ochenta y noventa fueron la era dorada de los conservadores y el fast food–, en Occidente la alimentación se ha convertido en un tema prioritario para la investigación científica, considerándose como un aspecto esencial dentro de las estrategias médicas y motivando miles de charlas, discusiones, documentales y libros, que promueven el "bien comer" como uno de los recursos más poderosos que tenemos para vivir de forma saludable.

Cada quien es libre de elegir lo que quiere comer de acuerdo a sus principios y fines existenciales. Sin embargo, tal vez nos encontramos en un punto de nuestra historia en el cual pareciera más que apropiado ejercer una ética alimenticia. Y no sólo por las consecuencias palpables que lo que ingerimos provoca en nuestro organismo; también porque tenemos pendiente el retomar un diálogo simbólico y activo con nuestro entorno, con sus recursos y riqueza, de los cuales, por cierto, hemos abusado torpemente (¿sabías que logramos que desapareciera 52% de la fauna salvaje en tan sólo 40 años?). 

Dentro de este contexto, la empatía se presenta como un instrumento ideal para guiar esta redención. Básicamente se trata de honrar esos lazos sensibles que en algún punto de nuestra conciencia establecemos con una amplia otredad. 

La fascinante sofisticación de los pulpos

Entre la inabarcable diversidad que presume la fauna en este planeta, sin duda los pulpos ocupan un lugar especial. Su intrigante inteligencia, sostenida por una red neuronal equitativamente distribuida a lo largo de su cuerpo (como un cerebro omnipresente), sus dotes fisiológicos que incluyen un magistral talento para mimetizarse con el entorno y lograr así un camuflaje impecable, o unos alígeros e híper precisos movimientos, y su sofisticado proceder que se manifiesta, por ejemplo, en la práctica de decorar sus "hogares" con piedras y residuos marinos (rasgo que, por cierto, inspiró la canción "Octopus's Garden").

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Dejar de comer pulpo como credo alimenticio

Tomando en cuenta las anteriores cualidades de los cefalópodos, y tras advertir que estas son sólo algunas de las maravillas implícitas en estos fascinantes animales, podríamos aprovechar la admirable sofisticación que estas implican para detonar una vertiente inaugural (o complementaria, según el caso) de nuestro credo alimenticio. Y es que al profundizar ligeramente en la naturaleza de los cefalópodos es muy probable que alcances un momento de estupefacción, tras lo cual resulta casi necesario el cuestionarte sobre el acto de comer pulpo. 

Uno de los pioneros de esta práctica, la abstención cefalópada, es Jaron Lanier, uno de los más brillantes cibercientíficos y pionero de la realidad virtual. Hace años, Lanier optó por este recurso luego de que presenciara un video en el que se mostraba la hipnótica habilidad que tienen los pulpos para camuflarse.

Así que a pesar de que desde cierta óptica este texto podría parecer un ejercicio casi ridículo, en realidad trata de apelar a la experimentación empática como un recurso evolutivo, asociado en este caso con la ética alimentaria. 

* Y si aún no estás convencido, te invito a ver los siguientes textos y videos:

Aether ballet: pulpo blanco danza a ritmo de sonata de Beethoven (VIDEO) 

Luiz Antonio, el niño con cautivadora intuición vegetariana (que se resiste a comer pulpo)

Pulpos usan herramientas, se comunican con lenguaje psicodélico

Why Not Eat Octopus?

 Twitter del autor: @ParadoxeParadis