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La buena máquina de narrar debe saber que siempre se cuentan dos historias, desfasadas. Si no sabe eso, no sabe narrar. Sabe que eso de saber narrar es materia de expertos.

Andre Petterson

Imaginemos que con tornillos, placas delgadísimas, chips y rolineras de dos tamaños he sido capaz de construir la máquina de contar; y que para evitar confusiones (porque mi máquina no hace cuentas, cuenta), la llamo “de narrar”. 

La máquina es genial porque narra historias fantásticas. Y es fantástica contando historias. Sabe contar historias. No falla. La enciendo y todos se ven compelidos a atenderla. No falla cuando quiere asustar ni cuando quiere ser desopilante… No falla. 

Lo sé, lo sé: debo cuidarla porque seguro que me la querrán robar. ¡Una máquina de narrar que no falla es demasiada tentación!

Pero esta nota no es para presentarla, sino para reflexionar sobre ella. ¿Qué tiene que la hace infalible? Como suele pasar, yo que la construí, no lo sé.

Me toca ahora, que la contemplo, desentrañarla. Siempre pasa así con las invenciones. Como con los hijos, que uno los hace y luego los mira y mira tratando de entender quiénes son. 

Conjeturo. La buena máquina de narrar debe saber que siempre se cuentan dos historias, desfasadas. Si no sabe eso, no sabe narrar. Ese desfase es lo que llamamos tensión dramática. Luego, bien pueden contarse en paralelo, cruzarse en un punto del relato, primar una y asomar la otra, haber sólo una y apenas sentirse la respiración de la otra… 

La máquina sabe que bien rapidito el relato debe avisar que hay un desajuste. “Hoy en esta isla ha ocurrido un milagro: el verano se adelantó”, pone Bioy Casares en la primera línea de la novela. Eso: algo se alteró. Comienza la historia. 

Sabe que toda morosidad es tolerable si está en sintonía con la tensión del relato. Ejemplo de ello es la descripción detallada y moroooosa, mientras sabemos o sentimos que el asesino acecha…

Sabe que si no, pues esa misma moooorosidad fracasa la narración.  

La máquina sabe –debo haber mezclado una tuerca del folletón– que no puede haber corte sin tensión, ni tensión sin corte. Sabe que el lenguaje es llano y que busca su objetivo; que si se enrosca, la narración se deshace. Sabe que la trama y la forma son indiscernibles; que el nombre de la narración es su primera clave, y el oyente espera su desciframiento. 

…Sabe muchas cosas más, pero con éstas ya notamos que sabe mucho, o mejor, que eso de saber narrar es materia de expertos.