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'Perros, gatos y bailarines. Algunas ideas sobre la belleza' es un ensayo de la escritora estadounidense Ursula K. Le Guin sobre el misterio de la identidad y el encanto propio. Compartimos algunos fragmentos de este texto de valor universal y personalísimo.

Ursula K. Le Guin fue la mayor escritora contemporánea de ficción especulativa y fantástica. Sería mejor decir que fue quien más intentó vivirla, trasladando sus propias resistencias como persona al lugar de la utopía, es decir, no a la irrealidad, cosa de la que ni siquiera podríamos hablar, sino de nuestras potencialidades a las que solo sabremos acercarnos cuando miremos con autocrítica qué nos separa de ellas. Y esa es la clave, atrevernos a la autocorrección, no dejar que la vida pase solo de noche, sin los colores interesantes de la consciencia.

Licenciada en antropología, esta estadounidense basó su anarquismo en superar un supuesto determinismo histórico y psicológico, del sentido común o la moral gregaria. El destino es uno mismo, pero estamos solo convencidos de falsas medidas y limitaciones.

Tras su primer gran éxito La mano izquierda de la oscuridad, vendrían novelas como La rueda celeste, Los desposeídos, El nombre del mundo es Bosque y la serie de libros de Terramar. En Pijamasurf queremos compartir el ensayo Perros, gatos y bailarines. Algunas ideas sobre la belleza, publicado por primera vez en 1992 para la revista Allure, con el título El extraño interior. Le Guin nos comparte con encanto esa duda sobre nuestro verdadero lugar en el universo, y del universo en nuestras vidas que reinventan sus formas, tallas y proporciones:

Los perros no saben cómo son. Los perros ni siquiera saben qué tamaño tienen. Sin duda es culpa nuestra, por criarlos en formas y tamaños tan extraños. El perro salchicha de mi hermano atacaba a un gran danés con la plena convicción de que podía destrozarlo. Cuando un perro pequeño ataca los tobillos, el perro grande a menudo se queda ahí, confundido: “¿Debería comérmelo? ¿Me comerá? Soy más grande que eso, ¿no? Pero luego vendrá el gran danés e intentará sentarse en tu regazo y aplastarte.

Muchos de nosotros, los humanos, somos como los perros: realmente no sabemos qué tamaño tenemos, cómo tenemos forma, qué aspecto tenemos. El ejemplo más extremo de esta ignorancia deben ser las personas que diseñan los asientos de los aviones.

La perfección es “delgada”, “tensa” y “dura”, a semejanza de un niño atleta de veinte años o de una niña gimnasta de doce. ¿Qué clase de cuerpo es ese para un hombre de cincuenta años o una mujer de cualquier edad? Hay muchas maneras de ser perfecto, pero ninguna de ellas puede lograrse mediante el castigo.

Me molesta el juego de la belleza cuando lo veo controlado por personas que sacan fortunas de él y no les importa a quién dañan. Odio ver que la gente se siente tan insatisfecha que se muere de hambre, se deforma y se envenena.

Para las personas mayores, la belleza no viene gratis con las hormonas, como ocurre con los jóvenes. Tiene que ver con los huesos. Tiene que ver con quién es la persona. Cada vez más claramente con lo que brilla a través de esos rostros y cuerpos retorcidos.

Sé lo que más me preocupa cuando me miro al espejo y veo a la anciana sin cintura. No es que haya perdido mi belleza. Es que esa mujer no se parece a mí. Ella no es quien pensé que era. No estoy “en” este cuerpo, soy este cuerpo. Con cintura o sin cintura.

Quién soy es ciertamente parte de mi apariencia y viceversa. Quiero saber dónde empiezo y termino, qué talla soy, qué me conviene. Quizás somos como perros: no sabemos realmente dónde empezamos y terminamos. En el espacio, sí; pero con el tiempo, no.

Es muy fácil vivir en el cuerpo de un niño. No en el cuerpo de un adulto. El cambio es duro. Y es un cambio tan tremendo que no sorprende que muchos adolescentes no sepan quiénes son. Se miran en el espejo: ¿ese soy yo? ¿Quién soy yo? Y luego vuelve a suceder, cuando tienes sesenta o setenta años.

Pero de todos modos, hay algo en mí que no cambia, que no ha cambiado nunca a través de todas las transformaciones notables, emocionantes, alarmantes y decepcionantes por las que ha pasado mi cuerpo. De hecho, hay una persona allí que no es solo lo que parece, y para encontrarla y conocerla tengo que mirar a través, mirar dentro, mirar profundamente. No solo en el espacio, sino en el tiempo.


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Imagen de portada: Ursula K. Le Guin, La Tempestad.