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En su libro 'El mito del análisis', el psicólogo estadounidense James Hillman propone la idea de un amor que nos guía, que nos educa y nos permite “hacer alma”

La psicología arquetípica, más que una psicología entendida como una orientación que se da en un diván o en una sala de consulta, nos propone que aquello que denominamos “realidad” es un lugar donde la terapia ocurre, nuestros problemas, nuestras obsesiones, nuestros pensamientos recurrentes, todo aquello que sin percatarnos crea un diálogo mental o, en términos de Hillman, un “diálogo con el alma”. Aquellas situaciones que nos atañen, nos invocan y de la cual no podemos salir, conforman el proceso de hacer alma, son el escenario donde “cuidamos el alma”, significado de la palabra terapia.

Muchas de estas situaciones vienen acompañadas de temas afectivos y uno de los principales es el amor. Es posible que la mayoría de los humanos sintamos desde que nacemos, y a lo largo de buena parte de nuestras vidas, la necesidad del amor como una cualidad natural de unirnos a nuestros seres amados, a la comunidad y la naturaleza. En ese sentido, el alma se engendra en el amor (un dios o diosa para varias culturas), éste nos permite, nos da y nos ubica en un plano de realidad fuera de lo cotidiano o de lo delimitado por lo espacio-temporal, o si queremos, nos abre la posibilidad de otra realidad, diferente a la que comúnmente habitamos. El amor nos invita a entrar en la interioridad de nuestros seres amados, de la comunidad, y en la naturaleza, de manera tal que se nos desoculta una dimensión donde la totalidad, que el amor en su cualidad de unión nos ayuda a ver, nos proporciona una posibilidad epifánica. Es en ese sentido que el amor también nos educa.

Así, la terapia es "amor al alma", es decir a aquellas situaciones que nos convocan, queramos o no, a estar inmersos en ellas. La creación del alma no se limita al consultorio, sostiene Hillman. La obra de la psicología es el desarrollo psíquico como el despertar o engendramiento del alma, donde la creación de la misma no se convierte en un tratamiento en un consultorio, en una terapia, sino en “una actividad o una actividad del reino imaginal tal como se desarrolla en toda la vida en todas partes y que no necesita un analista o un análisis”. Percatarnos de la realidad de estos personajes que se nos presentan en la imaginación es el espacio en el que estamos en terapia. Estos personajes son un llamado del alma a que giremos y notemos el lenguaje simbólico, imaginativo y mítico con el que ella nos habla. Por ejemplo, si estoy pensando todo el tiempo en la persona que me gusta, quiero o amo, esta imagen personificada es la que el alma emplea para expresarse y estar más cerca de nuestros corazones. De ahí que veamos dicha personificación en sueños, en pinturas, en las nubes o en el lugar menos inesperado. No es que la realidad física o el espacio temporal se hayan enrarecido: es el poder que el alma tiene para, por medio de sus ficciones, cambiar la realidad física o el espacio temporal para a su vez dar cuenta de sí, para “hacer el alma”. De esta manera, las personificaciones en la que estamos pensando todo el tiempo no son sólo un producto de nuestra fantasía ególatra, sino todo lo contrario, es la enviada por los dioses como un llamado del alma para despegar de la realidad física o material, girar y darnos cuenta de que esa realidad es tan cierta como la realidad física, material espacio-temporal en la que habitamos.

Según una larga tradición que retoma Hillman, aquello que percibimos por los sentidos habita en nosotros por medio de imágenes y convive en el reino de la imaginación, que es el reino con el que nos vinculamos todo el tiempo, con los otros, la comunidad y la naturaleza (el cosmos). Por ejemplo, cuando pensamos en alguien, la psique (alma) recrea una imagen de esa persona que es aquella con la que tenemos ese diálogo interno, mismo que nos habita y nos empuja a vincularnos con esa imagen, dándonos el sentido que la imagen y el vínculo con el plano de la imaginación nos invita a habitar, que usualmente es un vínculo con corazón:

Cuando nos enamoramos, comenzamos a imaginar; y cuando comenzamos a imaginar, nos enamoramos.

Esto quiere decir que estamos vinculados a los demás y a la naturaleza por medio de la imaginación, la cual, según Hillman, es un reino que se expresa mito-poéticamente. Además ES un fenómeno anímico que se explica y arraiga en la imaginación mítica. El amor y el alma nos hacen ver que vivimos de manera mítica, como nos dice Hillman: 

Eros y psique no son meras figuras de un cuento, sino dos extremos de todo proceso psíquico. No podemos ver nada psicológicamente sin involucrarnos con ello: no podemos involucrarnos con nada sin que entre en nuestra alma.

Cuando amamos, vivimos un mito: el mito de Eros y Psique.

Notemos que el pensador nos dice: “no podemos ver nada psicológicamente sin involucrarnos con ello”, esto es, sólo tenemos una experiencia de vida cuando el alma se involucra con esa experiencia. Uno de los procesos más enigmáticos y asombrosos que vivimos es el del enamoramiento o la apertura de poder ver el otro, no desde el sesgo o las barreras que el yo ha construido como certeza de lo que es aquello que denominamos realidad y lo que debe ser una relación con los otros y la naturaleza. Ver al otro, ver psíquicamente al otro es posible gracias a este proceso de creación de alma que es vivir el proceso de amor, de una manera mítica: eros y psique. Gracias a ese proceso intersubjetivo podemos ver el otro por medio de personificaciones o imágenes que nos vinculan de una manera comprometida y viva anímicamente con el otro, los demás y la naturaleza. Gracias al amor y su presentación psiquíca –es decir “ver con los ojos del alma”– atendemos a ese vínculo que experimentamos cuando queremos nutrir la vida del otro, de la comunidad y la naturaleza con un aliento amoroso, aquello que  Platón denominó “locura divina”. Estos acontecimientos hacen extraer en nosotros nuestras mejores potencialidades, nos vinculan a los demás y la naturaleza para que ellos, y nosotros podamos germinar en un vínculo que da sentido de profundidad, nos da la sensación de que se está en un camino “divino” guiados por imágenes míticas que Platón nos presenta en su tríada de lo bueno, lo bello y lo justo. Escribe Platón en Las leyes:

También es necesario sostener que, de manera acorde con nuestro parentesco con los dioses, lo bello debe ser la finalidad de nuestra vida. 

El amor nos educa así en ese vínculo intersubjetivo con los demás y la naturaleza, nos impone tener cuidado, hacer lo posible por hacer manifiesto lo mejor de nosotros y los demás, con esa guía de la belleza y la justicia que hace surgir una necesidad de cautela. Vemos en los ojos de nuestros seres amados, de los animales, y de la naturaleza que también nos mira, esa cálida celestial mirada que nos une a la belleza, a la justicia, a las personificaciones que con ellas vienen, las cuales nos invitan a ser tolerantes, equitativos, compasivos, solidarios, a fin de estar y hacer lo posible por un mundo mejor. Por medio del amor y su función educadora vemos el alma del mundo, que se nos presenta en sus innumerables gestos, que siempre es el rostro inconfundible de la belleza del cosmos y de todos los seres sintientes que habitamos en ella, una intuición platónica y neoplatónica que sigue vigente en esta idea de James Hillman de El mito del análisis:

Dicha intuición es también el resultado final de la descripción platónica del amor. El amor comienza en lo personal y me amplifica a mí: pasa luego amplificar mi alma y a mi ser entero. Y, finalmente, me lleva a mí, a mi alma y a mi ser entero a una existencia arquetípica, a un nuevo sentimiento de interioridad, experimentada como un proceso interior contenido dentro de mí que es también mi mismidad contenida en la interioridad de un universo caótico que el amor ha transformado en cosmos.

Ese caos interno puede ser el que todos llevamos, con la carga excesiva de creer que todo depende de nosotros, caos que ha llevado a la sociedad occidental a situarse como centro de la realidad con el ego moderno, unilateral que asume el mundo para sí y los demás para sí. Por eso es importante el amor, como educador, y los daimones que conllevan a “ver” un mundo donde lo bello y lo justo son aliados que nos invitan a que formemos parte de ellos y lograr ese “parentesco con los dioses”. 


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Imagen de portada: "Psyché et l'Amour, dit aussi Psyché recevant le premier baiser de l'Amour", François Gérard (1798; detalle)