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'Días perfectos', la cinta más reciente de Win Wenders, da pie a algunas reflexiones en torno a fenómenos como el trabajo, la belleza y la posible perfección de la vida

1. 

Un inicio más o menos sencillo para este texto sería hablar del personaje protagonista de Días perfectos, la película más reciente del director de origen alemán Win Wenders (2023). Un protagonista muy protagonista, por decirlo así, pues si bien hay otros personajes, situaciones y elementos presentes en la cinta, todo ello se articula a través de Hirayama, el limpiador de sanitarios públicos de Tokio interpretado por Kōji Yakusho en torno al cual gira la cinta.

Hirayama, en efecto, es un personaje con cualidades que rápidamente podrían calificarse de originales o inusitadas y por ello mismo capaces de suscitar tanto el interés como la curiosidad y aun cierto impulso de interpretación en torno a lo que podría representar por sí mismo, en particular por el estilo de vida que lleva en la cinta. Teniendo en cuenta los ritmos vertiginosos en que viven muchas de las sociedades contemporáneas, apresuradas por el consumo exacerbado que alienta el capitalismo, enganchadas al goce inconsciente de estímulos inmediatos y superficiales, ¿cómo concebir un modo de vida metódico, casi ritual y aun monástico de un hombre de cincuenta y tantos años a quien al parecer no sólo no le desagrada hacer lo mismo todos los días, sino que incluso parece disfrutarlo o, mejor aún, parece ser feliz viviendo de esa manera? 

Entre otras cualidades, el personaje funciona tan bien para la película precisamente por ese contraste entre la forma dominante de vida en nuestra época y ese otro proceder diametralmente opuesto: la pausa que hace más evidente la aceleración incesante en que la mayoría estamos sumergidos; la apreciación de la belleza en un mundo que se afana en ignorarla un poco más cada vez; el reconocimiento de la presencia de lo sagrado en la vida cotidiana en medio de sociedades que hace ya bastante tiempo han hecho todo lo posible por expulsarlo de sus prácticas y sepultarlo por completo. El cuidado, el silencio, la espontaneidad, el juego… la lista podría ampliarse con otros rasgos de la personalidad de Hirayama que tienen el mismo denominador común: son cada vez más extraños en una “civilización” que tiende hacia los polos opuestos.

Este es por supuesto el elemento más llamativo de la cinta, el más evidente. No por nada Yakusho recibió el Premio a Mejor Actor en el Festival de Cannes de 2003 por este rol, en el que se adivina un excelente trabajo tanto de escritura como de interpretación.

 

2.

Desde cierta perspectiva se podría hablar de otro protagonista a la altura de Hirayama que, sin embargo, no es estrictamente un personaje y de hecho ni siquiera un objeto concreto, sino más bien una realidad un tanto abstracta: el trabajo de limpiar sanitarios públicos. No los sanitarios ni la persona específica que los limpia, sino el trabajo en sí, el hecho de que esa actividad exista como una labor remunerada, un fenómeno que a su manera es sumamente interesante. 

¿Qué caminos tuvo que seguir el proceso civilizatorio y de desarrollo de la humanidad para que dicho trabajo pudiera tomar forma? De hecho, podría conjeturarse que Wenders bromea un poco al respecto cuando muestra todas las variaciones que tienen en Tokio los baños públicos instalados en distintos puntos de la ciudad. Los colores, las formas, el diseño arquitectónico, el tipo de puertas, el “truco” ingenioso que uno en particular tiene para usarlo, etc. La exposición casi únicamente gestual de esta variedad de sanitarios es casi como un comentario irónico sobre el grado de sofisticación y complejidad alcanzado por esta especie de primates llamada Homo sapiens sapiens

No es sólo que el ser humano aprendió controlar sus esfínteres o que en algún momento inventó nociones como la higiene, el pudor o el asco en relación con los desechos derivados naturalmente del hecho de estar vivos, sino que además, por si eso no fuera suficiente, llegó al punto de orinar o cagar en lugares diseñados por un arquitecto reconocido y, por otro lado, hacer que otro ser humano limpie ese lugar.

No parece exagerado calificar de asombroso ese fenómeno. Lo suficiente para atraer sobre sí la mirada de un artista.

 

3.

A propósito de la mirada, no es del todo ocioso señalar la importancia de ésta en prácticamente todos los aspectos de la película. De entrada, porque su concepto parte de ahí: Wenders “volteó” a mirar un trabajo que lo más común es que pase desapercibido para prácticamente todo el mundo. De hecho en la cinta misma esto se representa casi al inicio, cuando un hombre ebrio orina apresuradamente en el baño que Hirayama está limpiando, sin importarle nada, ni el letrero puesto a la entrada del sanitario (que en principio sirve para prohibir momentáneamente el ingreso, mientras dura la limpieza), ni el trabajo de Hirayama. Como ese borracho, la mayoría desdeña los “trabajos de mierda” de los que habló David Graber hace unos años. Al parecer lo único importante de ellos es que se hagan. Por lo común a nadie le importa quiénes los hacen, cuáles son sus nombres o cómo son sus vidas, en qué condiciones trabajan esas personas u otras cuestiones similares.

En ese sentido, la cinta tiene cierto ánimo reivindicativo sobre ese tipo de labores. Aunque no sea su propósito principal, su “mensaje” o su “moraleja”, la cinta de Wenders parece querer mostrar que un trabajo como el de la limpieza de los sanitarios públicos de Tokio lo realiza un ser humano, con todo lo que ello implica: una persona con sus propios problemas e inquietudes, con sus manías, su historia, sus problemas familiares y existenciales, sus dudas, sus momentos de alegría, sus gustos y placeres, en suma, con un lugar que habita singularmente en este mundo. 

Regatearle todo ello a alguien por el solo hecho de realizar un trabajo “inferior” para subsistir es restarle sin razón parte de su humanidad.

 

Por otro lado, la mirada es un componente fundamental del personaje Hirayama. Por algunos de los hábitos que tiene y que, de acuerdo con la cinta, son parte importante de su vida, podría decirse que la mirada es su principal medio de aprehensión de la realidad. 

Por ejemplo, cuando acude a su librería habitual y pasa varios minutos recorriendo el librero de libros de un dólar, hasta que su mirada repara en un ejemplar que llama su atención, por algún motivo (el color de la portada, el nombre del autor o autora, el título, etc.). O esos momentos, mientras toma su almuerzo en un parque público, en que alza la cara al cielo para encontrarse con los patrones caprichosos que forman las copas de los árboles en combinación con el sol del mediodía, y toma una fotografía, aunque no siempre, sino al parecer sólo cuando su mirada registra algo en específico que merece fijarse en una toma (el principio básico de la fotografía). O, por último, ese instante particularmente bello en que, estando en ese mismo parque al que acude para comer, su mirada descubre el brote incipiente de un árbol e, inmediatamente después, su misma mirada se cruza con la de un monje que se acerca caminando hacia donde Hirayama se encuentra; las miradas de ambos “se hablan” y, con un gesto más, un ligero bajar de su cabeza, Hirayama pide permiso al monje para tomar el brote; el monje asiente también sólo gestualmente y entonces Hirayama recoge con sumo cuidado la pequeña planta y un poco de la tierra donde ha crecido y lo mete todo en una pequeña caja de origami formada con periódico. 

 

4.

En cierto modo, Días perfectos es y no una película “feliz”. Su mismo nombre es un tanto engañoso al respecto. Esos “días perfectos” son los de Hirayama, claro, ¿pero qué los hace perfectos? ¿Su repetición? ¿El hecho de que Hirayama parece contento en medio de esa rutina que varía apenas? ¿La sencillez con que vive? Sencillez no sólo material, sino sobre todo de pensamiento: frente a la complejidad de la vida, Hirayama ha adoptado una postura de simpleza. “La próxima vez será la próxima vez. Ahora es ahora”, dice Hirayama a su sobrina mientras caminan por un puente, una sentencia casi zen que ejemplifica esa sencillez. Sin esa forma de pensamiento, Hirayama difícilmente “disfrutaría” de la vida que lleva, la cual no está exenta de incomodidades, comenzando por el trabajo que tiene y que, por más que a él parezca no molestarle, frente a otros no es del todo un trabajo para enorgullecerse, sino al contrario.

Ese podría ser el hilo por donde se puede comenzar a rastrear esa forma de “perfección” que la cinta subraya. Si bien durante la primera mitad de la cinta, cuando se insiste tanto en el carácter repetitivo de la vida de Hirayama, se construye y se transmite la sensación de que “todo ahí es perfecto”, al momento en que Niko irrumpe en esa rutina, dicha idea se quiebra y, de hecho, con las preguntas un tanto desenfadadas e incisivas de la joven, la sobrina de Hirayama pone de relieve algunos de los aspectos de esa vida que quizá no marchan tan bien como pareciera. Por ejemplo, la soltería del hombre, que es expresión de un cierto grado de aislamiento en que vive. O la relación con su familia, que no es sencilla, según se deja ver durante el encuentro con su hermana. E incluso su trabajo como agente de limpieza de los sanitarios públicos de Tokio, que aunque rodeado de una belleza inesperada (que proviene del mismo Hirayama), ello no impide que su hermana lo juzgue con severidad y por eso mismo él se sienta un tanto avergonzado al respecto. 

Hirayama no es inmune a ninguno de estos efectos. La presencia de Niko en su cotidianidad lo alegra de una manera imprevista y, cuando ella se va, en su reacción se deja ver cierta frustración por no contar con ese tipo de compañía en su vida. La censura de su hermana a propósito de su trabajo también la resiente. Y al final en el personaje hay una especie de valoración inesperada sobre ese momento particular de la existencia de Hirayama. Su edad, su falta de relaciones un tanto más profundas o significativas, el tipo de trabajo que realiza para subsistir, precario a pesar de todo lo valioso que él pueda añadirle…

En ese sentido, la escena final es una especie de síntesis de esas dos visiones contrapuestas, en el sentido más hegeliano de ese concepto. Por un lado, la primera idea de perfección, el “antecedente” por así decirlo, la noción arcaica según la cual la vida rutinaria de Hirayama aparentemente es perfecta así como es. Por otro, la confrontación de la negativa a esa premisa, la irrupción de lo diferente (la frescura de la sobrina), la duda y el cuestionamiento. Y como resultado de ello, una nueva perspectiva de Hirayama sobre su propia vida. Hirayama conduce una vez más el automóvil que usa para acudir a limpiar los sanitarios públicos marcados ese día para su jornada laboral. Es el amanecer en Tokio y de fondo, en el auto, suena la interpretación clásica de “Feeling Good” de Nina Simone. Hirayama ha pasado por mucho los últimos días. Quizá su vida no es tan perfecta como parecía. O sí, pero de otra manera. Echando mano de todo su talento actoral, Kōji Yakusho usa los gestos de los que es capaz su rostro para dar cuerpo y transmitir toda la gama de emociones que Hirayama siente en ese momento: alegría, tristeza, decepción, ¿enojo?, esperanza, incertidumbre, miedo, felicidad. Una marea se agita en su interior y él no puede contenerla: ríe, llora, se emociona, ensaya una pequeña carcajada, las lágrimas se asoman en sus ojos, una sonrisa también se dibuja tímidamente entre sus labios.

Probablemente esa sea la perfección a la que alude el título de la cinta. La única a la que parece poder aspirar el ser humano. No una vida “perfecta” porque carece de sobresaltos o de dificultades, sino perfecta precisamente por ello, porque sólo gracias a esas contrariedades la existencia se puede experimentar en toda su plenitud, en todas las circunstancias que ofrece, las que traen alegría y las que vienen acompañadas de dolor, las luminosas, las desoladoras, las felices y las que son causa de sufrimiento. Todo ello es la vida. Y parece ser ahí donde reside la posibilidad de su perfección.


Twitter del autor: @juanpablocahz