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Aun con considerarse apócrifo o fuera del canon, el llamado "Evangelio de Tomás" condensa algunos de los episodios más enigmáticos del cristianismo primitivo y la conformación de la doctrina

A Lulú. Me hace ilusión ver contigo cómo la Palabra hace un rostro de este mundo.

“El evangelio de Tomás” es un misterio fascinante. ¿Enseñanzas inéditas de un maestro que veía el otro lado del mar de la noche de este mundo ruidoso? Ojos cuya sustancia es solo el poder de la visión. ¿O un embuste, una estafa, una interpolación de filosofía no judía y neoplatónica, tomada de aquí y allá de entre los trazos religiosos del Mediterráneo? ¿Un texto tardío, una oferta más en el mercado de las teorías de salvación que intentó robar fieles a una Iglesia cristiana que ya contaba con sus primeros dogmas y heresiólogos? ¿O un texto temprano que nació esa única vez en la Historia en que Galilea fue el centro de la fe en el mundo? Un evangelio que no dice nada sobre el juicio y la crucifixión de Jesús. ¿Un evangelio que omite, que niega o que es ajeno a las creencias en su resurrección, su ascensión a los cielos, su segunda venida? A semejanza del apóstol Pablo en su primera carta a los corintios, anuncia esto el testimonio de Tomás:          

Dijo Jesús: “Yo os daré lo que ningún ojo ha visto y ningún oído ha escuchado y ninguna mano ha tocado y en ningún corazón humano ha penetrado”. Dijeron los discípulos: “Dinos cómo va a ser nuestro fin”. Y respondió Jesús: “¿Es que habéis descubierto ya el principio para que preguntéis por el fin? Sabed que donde está el principio, allí estará también el fin. Dichoso aquel que se encuentra en el principio, él conocerá el fin y no gustará la muerte”.

Un caso no resuelto para filólogos e historiadores especializados en los inicios de aquella secta mesiánica del valle del Jordán, que rescató de la ignominia y el olvido a un hombre torturado por “lesa majestad” hasta entremezclar el sabor de su vida con la luz que reina sobre el universo. Cuando la voz de ese Reino no reclamó a su primera generación de creyentes, muertos mártires o ancianos, aparecieron los evangelios escritos, a medio camino entre un resumen y una justificación de Jesús, un maestro hecho de palabras y exhibiciones taumatúrgicas. Y conforme el tronco de la secta se ramificó, muchos de estos evangelios con el paso de las generaciones otorgaron todo tipo de caras increíbles al Cristo, recogiendo y renovando sabiduría antigua tan distinta como la magia de Egipto y el maniqueísmo de Persia. Decenas de evangelios alternativos se alejaron demasiado de las primeras versiones de ese palestino que anunció la inversión total de este mundo de hipócritas egoístas. Quedaron fuera de los cánones iniciales y corregidos del Nuevo Testamento con sus cuatro evangelios oficiales. Coincidentemente, casi toda la academia contemporánea tampoco los toma en cuenta como testimonios fiables para dar información sobre el Jesús de la Historia. Los apócrifos, “apókruphos”, los testimonios ocultos o descartados de diversos cristianos herejes del mundo Antiguo son demasiados tardíos, a veces con dos, tres o cuatro siglos de distancia respecto a su figura de interés, henchidos de doctrinas reservadas a muy pocos iniciados, indirectas o extravagantes con un origen que difícilmente puede remitirse a un trabajador manual en uno de los lugares más aislados de aquel imperio de los césares. Sin embargo, solo sin embargo, el Jesús de Tomás podría ser una rara excepción:

Ama a tu hermano como a tu alma; cuídalo como la pupila de tu ojo.

Para algunos, no hay nada en este evangelio que se aleje mucho de los relatos canónicos y de las primeras nociones de la fe judeocristiana. Para otros, es un pequeño rastro de una tradición protocristiana casi perdida, paralela a la tradición paulina del evangelio de Marcos, el más antiguo conocido. Para otros más, un texto gnóstico abusivo que reinterpreta, quizá ya con mucha lejanía en el tiempo, dichos atribuibles o no al Nazareno. Incluso hay quienes ven en este manuscrito una muestra de filosofía perenne, elementos del taoísmo chino o del budismo mahāyāna tomados por un maestro a través de la introspección espiritual o tras haber hecho un improbable viaje físico a los extremos este o sur de Asia durante los años perdidos de su juventud. Sea lo que este sea, el manuscrito atribuido a Tomás fascina desde la curiosidad histórica o cristiana. 

Estas son las palabras ocultas que habló Jesús vivo y Judas Tomás Dídimo escribió. 

¿Quién fue ese Tomás? Ambas palabras: “Ta'oma'”, del arameo galileo, la lengua materna de Jesús, y “Didymos”, del griego koiné, la lengua vehicular de la región de Palestina y del Imperio Romano Oriental, significan “mellizo” o “gemelo”, una posible referencia a un parecido físico o parentesco entre el Mesías y uno de sus apóstoles. Los tres testimonios sinópticos, Marcos, Mateo y Lucas, solo hacen referencia a su persona entre esos doce escogidos. Juan amplía la información, por ejemplo, refiriéndose a Tomás como un valiente que animó a los demás a subir con su maestro a Jerusalén, a pesar del peligro de mover la predicación al centro de la vida religiosa y política. También como uno de “los discípulos mistagogos” que interrogaron al Nazareno en su última cena sobre el sentido de su muerte y destino glorioso. Más allá de la Biblia, las tradiciones de las Iglesias de Oriente completan sus hechos fuera del mundo judío como un misionero que habría llegado a los dominios del Imperio Parto y hasta el actual estado de Kerala, al sur de la India. Su nombre sigue siendo felizmente popular entre los cristianos de las antiguas comunidades del subcontinente, ortodoxos, católicos y anglicanos orientales. La tradición siriaca afirma que el nombre completo del apóstol fue Judas Tomás, identificándolo con uno de los cuatro “adelphoi” o hermanos de Jesús mencionados en el evangelio canónico de Marcos, ​relación a veces matizada como la de un primo en segundo grado. No obstante, no hay suficiente información inequívoca sobre el autor o autores del contenido atribuido al personaje.

¿Pero no se dice nada sobre este discípulo en el evangelio titulado con su nombre? No, y esto es evidente si se toma en cuenta que el manuscrito en cuestión, a diferencia de los evangelios canónicos, biografías más o menos históricas y catequéticas que muchas veces emplean acontecimientos y acciones como alegorías de las palabras del Nazareno o ejemplificaciones de su carácter mesiánico: es una recolección de dichos o “logias” presuntamente de Jesús, ciento catorce para ser exactos, a veces integradas a diálogos o parábolas, dos tercios de ellas semejantes o iguales a enseñanzas del Nuevo Testamento, siendo el resto parte de un testimonio independiente que podría ser contemporáneo o posterior. De hecho, trece de sus dieciséis parábolas se encuentran también en los sinópticos. En todo caso, el maestro que enseña en este manuscrito habría reservado a Tomás una lección más profunda, distinguiéndolo del resto de sus discípulos como hace en otros textos evangélicos con Simón Pedro y Juan: 

Dijo Jesús a sus discípulos: “Haced una comparación y decidme a quién me parezco”. Díjole Simón Pedro: “Te pareces a un ángel justo”. Díjole Mateo: “Te pareces a un filósofo, a un hombre sabio”. Díjole Tomás: “Maestro, mi boca es absolutamente incapaz de decir a quién te pareces”. Respondió Jesús: “Yo ya no soy tu maestro, puesto que has bebido y te has emborrachado del manantial que yo mismo he medido”. Luego le tomó consigo, se retiró y le dijo tres palabras. Cuando Tomás se volvió al lado de sus compañeros, le preguntaron éstos: “¿Qué es lo que te ha dicho Jesús?” Tomás respondió: “Si yo os revelara una sola palabra de las que me ha dicho, cogeríais piedras y las arrojaríais sobre mí: entonces saldría fuego de ellas y os abrasaría”. 

Escrito o no por un hombre que conoció personalmente a Jesús, este manuscrito fue leído por primera vez con los ojos de nuestra actualidad gracias al hallazgo de “la biblioteca de Nag Hammadi”, doce códices de papiro encuadernados en cuero y redactados en copto, la lengua nacida del encuentro entre los dioses faraones y Alejandro el helenizador de Egipto. Cincuenta y dos textos apócrifos desenterrados en diciembre de 1945 por campesinos de la ribera del Nilo, siendo la copia descubierta del evangelio de Tomás una traducción del griego fechada a mediados del siglo cuarto de nuestra era. Una serie de excavaciones de 1846 en la localidad de Oxirrinco ya había hallado otro grupo de papiros que contenían tres fragmentos del manuscrito, inubicables y denominados en aquel entonces como “Logia Iesu”. Recomiendo a los interesados en los secretos de Nag Hammadi, el trabajo del historiador Antonio Piñero: Todos los Evangelios. Traducción íntegra de las lenguas originales de todos los textos evangélicos conocidos

¿Por qué el evangelio de Tomás despierta acalorados debates y es tan difícil de datar de manera inequívoca? Entre algunas de las razones y mientras no se den nuevos descubrimientos: al carecer este manuscrito de un marco narrativo, resulta imposible descartar que distintos copistas pudieran haber agregado gradualmente varios de sus a veces crípticos dichos. Al no tratarse de un relato, también carecería de ciertos elementos que hubieran podido utilizarse como referencias históricas coherentes o no con el contexto social, cultural y religioso del judaísmo del siglo primero. Las semejanzas entre estos dichos y los de los sinópticos, sobre todo de Mateo y de Lucas, son a todas luces muy complejas, porque es difícil determinar si el autor presentado como el apóstol Tomás escribió antes o al mismo tiempo que los evangelistas canónicos, o si lo hizo mucho después con el objetivo de resignificar desde una nueva teología el material conocido por los primeros cristianos. Haya sido un texto primitivo de una comunidad protocristiana o una propuesta tardía de una comunidad iniciática disidente, el hecho es que las primeras listas de libros sagrados que intentaron uniformar a las Iglesias, como “el canon muratoriano”, no contemplaban, o no hay evidencias de ello, a Tomás y sí a otros apócrifos, como “El Pastor de Hermas”.      

“El evangelio de los dichos” o “la fuente Q”, un pleonasmo debido a que esta letra es de la palabra alemana “quelle”, traducida sencillamente como “fuente”: sería un acervo hipotético principalmente de dichos de Jesús que habría servido como una de las dos posibles referencias para los autores de los evangelios de Mateo y de Lucas, es decir, la fuente de sus elementos en común ausentes en Marcos, evangelio escrito con anterioridad y que habría servido como su otra fuente. Propuesta en 1890 por el teólogo luterano Johannes Weiss, esta teoría ha servido como piedra de toque para los estudios neotestamentarios modernos. Más recientemente, algunos especialistas se han decantado por la posibilidad de que el grupo de contenidos denominado como Q sea no una, sino múltiples fuentes primigenias, tanto escritas, como orales. 

Sea cual sea el caso, prácticamente todos los especialistas concluyen que el paso de las primeras comunidades de cristianos de un acervo memorístico a evangelios en papel: empezó como colecciones variadas de la predicación coloquial de su mesías, dando poca importancia a su nacimiento, a la selección de sus doce discípulos o a los eventos de su pasión, habiendo también una noción menos clara de su destino o rol escatológico, ligado o no a la creencia en su resurrección y al sentido, literal o no, que esta pudo tener. Enseñanzas soteriológicas y morales sobre la vida que sus seguidores deberían adoptar. Esto abre diversas hipótesis sobre una datación temprana de este evangelio según haya sido su probable relación con la fuente Q. Sin tener claro qué tanto pudo ser agregado a Tomás en sus reescrituras, ¿habría sido escrito a la par de Mateo y Lucas a partir de fuentes comunes, pero ignorando a Marcos? ¿Se trata, más bien, de un texto tan antiguo como este último, entre las primeras colecciones de dichos de Jesús? ¿O es una reinterpretación muy posterior de sus palabras en el Nuevo Testamento? Lo que se muestra a los ojos gracias a los tomasianos y a otros primeros cristianos es muy semejante:

Dijo Jesús: “Lo que escuchas con uno y otro oído, pregónalo desde la cima de vuestros tejados; pues nadie enciende una lámpara y la coloca bajo el celemín o en otro lugar escondido, sino que la pone sobre el candelero para que todos los que entran y salen vean su resplandor”.

Los tres fragmentos en los papiros de Oxirrinco y una mención a este evangelio hecha por Clemente de Alejandría lo ubicarían al menos a finales del siglo segundo. Pero algunas de las mencionadas hipótesis filológicas podrían remitirlo a mediados del siglo primero, algo que daría más fuerza a la historicidad de las logias tomasianas como palabras de Jesús de Nazaret. Para autores como Helmut Koester, que estas no hayan sido expuestas dentro de un material narrativo hace poco probable se traten de una selección ecléctica de los sinópticos, leyéndose a menudo como dichos más cercanos a las no conocidas y primeras fuentes escritas u orales cristianas. En cambio, para autores como Roy Porter, el caso es todo lo contrario, siendo las logias de Tomás una reproducción modificada y dependiente del canon evangélico hecha para respaldar las conclusiones teológicas de su autor o autores. Un ejemplo interesante de estos paralelismos podría ser “La parábola de la oveja perdida”, expuesta del siguiente modo en Lucas: 

Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este acoge a los pecadores y come con ellos”. 

Entonces les dijo esta parábola: “¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros, y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido. Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión”. 

Para la mayoría de los académicos neotestamentarios, esta parábola también contenida en Mateo, reforzada en su mensaje por Lucas con “La parábola de la dracma perdida” y “La parábola del hijo pródigo”, provendría de la fuente Q. Sin embargo, en el evangelio de Tomás adquiere un sentido diferente. ¿Este pertenece a una tradición independiente de la de los sinópticos? ¿Sería un enfoque más antiguo o derivado y deformado? Dice así el texto en cuestión:

Jesús dijo: “El Reino es como un pastor que tenía cien ovejas. Una de ellas, la más grande o la más gorda, se perdió. Dejó a las noventa y nueve y fue a buscar esa una hasta que la halló. Tras haberse esforzado, dijo a la oveja: Te quiero más que a las noventa y nueve”.   

La tradición interpretativa tomasiana enfatizó que la oveja que se había perdido ya era la más querida antes de perderse, mientras que la tradición interpretativa mateana y lucana descarta esta posibilidad de preferencia, porque su acento es que la oveja, por haberse perdido, es priorizada entre el rebaño que no necesita atención. ¿El Cristo vino por los pecadores o por los mejores? Para autores como John Duncan Derrett, esta diferencia deja mal parado al evangelio de Tomás por haber eliminado el elemento más provocativo de la parábola donde subyace su originalidad, distinta de cualquier enfoque posterior y derivado. En cambio, para autores como Andrea Lorenzo Molinari, esta enseñanza evangélica en todas sus versiones se atreve a mostrar un Jesús que deja de lado o en la oscuridad a quienes son la mayoría o el poder mayor en el mundo, identificando a la minoría distinta con el misterio de Dios, algo que la versión apócrifa más sencilla expresa mejor, quizá una prueba de precedencia respecto de otras versiones.    

Podrían mencionarse otras hipótesis sobre la antigüedad de la tradición tomasiana. De acuerdo con Albert Hogeterp, que una de sus logias resalte el liderazgo de Santiago el Justo e ignore a Simón Pedro, concuerda con la descripción de Pablo de Tarso de aquella comunidad judeocristiana de Jerusalén en su carta a los Gálatas, texto solo veinte años posterior a la pasión y muerte del Nazareno, y anterior a la destrucción del Segundo Templo en el año setenta de nuestra era. Para Stephen Patterson, también hay señalamientos en contra a Mateo como un discípulo incapaz de advertir la verdadera identidad de su maestro, lo cual sería indicativo de una falta de respeto a las figuras apostólicas luego canonizadas y una posible rivalidad con la tradición mateana, algo más propio del primer siglo y no de tiempos posteriores. Aunque, dicho lo dicho, el evangelio de Tomás contiene también críticas al grupo familiar de Jesús, grupo al que habría pertenecido Santiago como primo o hermano, tal y como es presentado, por ejemplo, por el historiador judeoromano Flavio Josefo en sus Antigüedades de los judíos

No obstante, quizá lo que genera mayor sospecha ha sido si el manuscrito copto atribuido a Tomás es una iniciativa pedagógica gnóstica como la mayoría del cuerpo de lecciones apócrifas, algo que dificultaría aceptar una ubicación temporal del texto en el mismo siglo y espacio de fe de Jesús de Nazaret. Para el teólogo anglicano Thomas Wright, la datación en cuestión debería ser sin duda tardía y correspondiente a la de un texto de los siglos segundo o tercero, ya que revela un contexto no propio del judaísmo y la religiosidad profética, más bien cercano al contexto de desarrollo de las cosmologías gnósticas, formas de neoplatonismo que descartan parte o todo el valor de la Torah o Antiguo Testamento, en favor de posturas dualistas que separan radicalmente materia y espíritu, mimesis y esencia, identificando lo segundo con el mismo Dios, algo contrario al mesianismo judío y paulino proto-ortodoxo. Una datación más temprana equivaldría al anacronismo de identificar al Cristo con una suerte de filósofo cínico. 

Debido a su descubrimiento en la biblioteca de Nag Hammadi y a su naturaleza críptica, el evangelio de Tomás ha sido generalizado junto a los demás apócrifos, dando por hecho su carácter gnóstico. Pero esta puede ser una conclusión apresurada: o por no ser incontestable, o porque es posible que parte del material tomasiano más relacionable con el gnosticismo haya sido añadido por copistas tardíos, o porque tampoco puede descartarse que algunos mínimos protognósticos sean más antiguos de lo que se ha pensado hasta ahora, atribuibles a la mente de Jesús o a una primera comunidad de fieles. Un ejemplo de este tipo de contenidos: 

Cuando seáis capaces de hacer de dos cosas una, y de configurar lo interior con lo exterior, y lo exterior con lo interior, y lo de arriba con lo de abajo, y de reducir a la unidad lo masculino y lo femenino, de manera que el macho deje de ser macho y la hembra hembra. 

Cuando hagáis ojos de un solo ojo y una mano en lugar de una mano y un pie en lugar de un pie y una imagen en lugar de una imagen, entonces podréis entrar en el Reino.

Como se ha asentado, se pueden hallar diversos argumentos, tanto para sostener, como para cuestionar la factura gnóstica de Tomás. Sin embargo, me interesa presentar una hipótesis a favor de la datación temprana del texto, defendida por autores reconocidos como Elaine Pagels, April DeConick y Gregory Rileytienen. Este punto de vista es interesante por estar sustentado en un ejercicio de contraste respecto de Juan, otro evangelio de teología muy compleja:

Es preciso tomar en cuenta que, de acuerdo al consenso mayoritario de la filología neotestamentaria, que incluye a no creyentes, protestantes y católicos como el padre Raymond Brown: el texto canónico joánico es más la propuesta cristológica de una comunidad de fieles, que un relato biográfico catequético como los tres sinópticos. Es decir, se piensa que no es un texto fiable para recabar información estrictamente histórica sobre Jesús. Se puede decir, en todo caso, que su intencionalidad fue promover y radicalizar la doctrina de las comunidades cristianas proto-ortodoxas paulinas, un enfoque soteriológico apocalíptico basado en la divinidad y la preexistencia del Nazareno como una verdad nacida en los creyentes. 

Se debe tener presente que el evangelio de Juan, tardío y muy seguramente compuesto a finales del siglo primero o a inicios del siguiente, tiene casi enteramente contenido propio no hallado en los otros tres canónicos. Y es distinto al evangelio de Tomás porque este carece, por ejemplo, de una comprensión mesiánica escatológica como un plan de redención o gloria por venir, ponderando en su lugar una noción del Reino de Dios como algo ya presente, interior, pero no advertido, una enseñanza iniciática sobre una luz nacida dentro de cada quien: 

Le dijeron: “¿Cuándo va a llegar el Reino?” Dijo Jesús: “No vendrá con expectación. No dirán, helo aquí o allá, sino que el Reino del Padre está extendido sobre la tierra y los hombres no lo ven”.

No obstante, no puede decirse que esto esté ausente en los textos canónicos. Por ejemplo, Jesús sentencia de manera muy parecida en el evangelio de Lucas:   

Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el Reino de Dios, les respondió: “El Reino viene sin dejarse sentir. Y no dirán, vedlo aquí o allá, porque el Reino de Dios ya está entre vosotros”.

Tomás parece menos interesado en presentar a Jesús como un ser venido de otra dimensión y que habría asumido la condición humana, un puente entre Dios, las mujeres, los hombres y la vida en el paraíso, y más como un ser despierto que puede identificarse con la sabiduría definitiva. Esto es poco claro y podría ser motivo para ubicar este evangelio tanto antes como después de la tradición joánica, dependiendo de qué tan antigua fue en la historia la divinización cristiana del Nazareno, y de qué tan inequívoca fue su propia identificación como Mesías. Juega en contra del manuscrito tomasiano que le sean desconocidas nociones como el juicio final, ya que es probable que la figura histórica que presenta haya sido un predicador sobre la inminencia de una acción divina que separaría a justos e injustos, al trigo de la cizaña. Pero su falta de interés en su muerte en la Cruz y su no interpretación sacrificial de la misma podrían ser muestra de un lapso previo en el movimiento cristiano que aún no habría encontrado cómo justificar el final ominoso de su maestro. Pero hay otra diferencia importante entre las versiones de Tomás y Juan: 

Según la hipótesis que pretendo pormenorizar, Juan podría ser una suerte de respuesta a la tradición tomasiana de los primerísimos cristianos aparentemente gnósticos. Es también un evangelio que identifica a la luz con la realización y a esta con Dios, pero hace mucho hincapié en interpretaciones exotéricas o literales. Para Pagels, Tomás es mucho más sencillo en su fenomenología religiosa, ridiculizando a quienes pudieran pensar en el Reino en términos específicos y no como un estado de conciencia o espiritual transformado. ¿No refleja o matiza la importancia del cuerpo, de los milagros y de una resurrección literalista? ¿Pretendió corregir un pensamiento religioso anterior ya bien asentado? ¿O se centró en el mensaje de Jesús evitando añadir eventos alegóricos y justificaciones milagrosas de su vida y muerte?

Si bien puede ser al contrario, la tradición joánica habría sido en su afán de divinizar a Jesús y exaltarlo como una figura extraordinaria la que habría intentado corregir a otra tradición, la perspectiva y el recuento de dichos tomasianos. Una corrección basada en dar énfasis a un sentido corporal para la resurrección como propuesta teológica. Esto podría ser patente, por ejemplo, si recordamos que el apóstol Tomás termina convirtiéndose en una figura algo negativa al final del texto de Juan, presentado como un incrédulo o “apistos” que no puede convencerse desde la fe de la resurrección de Jesús y su aparición previa ante los otros diez apóstoles. El Tomás que duda es un escéptico que reclama una experiencia directa de un fenómeno: 

Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y mi mano en su costado, no creeré”. 

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: “La paz sea con vosotros”. Luego dijo a Tomás: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”. Tomás le contestó: “Señor mío y Dios mío”.

En Juan, Tomás termina por llamar “Dios”, y “Adonai”, “Kyrie” o mi Señor a su maestro, justo por haber regresado de entre los muertos. ¿Se trata de una corrección o de una creencia previa a un tipo de certezas intimistas gnósticas? Quizá hasta cierto punto esto permanecerá en los ojos cerrados de los autores evangélicos. Lo que sin duda resulta bello es el encanto en las palabras dichas o no por ese hombre venido de Galilea, explicándose así a su mellizo:   

Yo soy la luz que está sobre todos ellos. Yo soy el universo: el universo ha surgido de mí y ha llegado hasta mí. Partid un leño y allí estoy yo; levantad una piedra y allí me encontraréis.

 

Imagen de portada: Benjamin West


Alejandro Massa Varela (1989) es poeta, ensayista y dramaturgo, además de historiador por formación. Entre sus obras se encuentra el libro El Ser Creado o Ejercicios sobre mística y hedonismo (Plaza y Valdés), prologado por el filósofo Mauricio Beuchot; el poemario El Aroma del dardo o Poemas para un shunga de la fantasía (Ediciones Camelot) y las obras de teatro Bastedad o ¿Quién llegó a devorar a Jacob? (2015) y El cuerpo del Sol o Diálogo para enamorar al Infierno (2018). Su poesía ha sido reconocida con varios premios en México, España, Uruguay y Finlandia. Actualmente se desempeña como director de la Asociación de Estudios Revolución y Serenidad.


Canal de YouTube del autor: Asociación de Estudios Revolución y Serenidad


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