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Extraer 40 mil litros de agua por segundo del subsuelo de la CDMX podría tener fatales consecuencias que, de hecho, ya comienzan a atisbarse

Ante los recientes sismos con epicentro en la Ciudad de México el jefe del Sistema Sismológico Nacional (SSM), Arturo Iglesias Mendoza, declaró que no hay relación alguna entre los microsismos y la actividad humana. “El origen de los sismos está asociado a las fallas tectónicas, en realidad no hay relación alguna con las excavaciones”, asimismo aseveró en una entrevista que la extracción de agua en el subsuelo “no provoca sismos”1

Sin embargo –y aún aceptando la tesis de que el origen de los microsismos se encuentre en las fallas tectónicas–, esto no descarta la posibilidad de que exista alguna relación entre los sismos y la actividad humana, debido a que ambos fenómenos se pueden relacionar de múltiples formas. Por ejemplo, podemos hablar de la actividad humana ya no sólo como factor que origina un sismo sino también como un factor desencadenante que puede potenciar o acelerar su nacimiento. 

De hecho así lo advirtió hace cuatro años el Centro de Instrumentación y Registro Sísmico (CIRES) a través de su director general, Juan Manuel Espinosa Aranda, cuando declaró que la excesiva extracción del agua y el boom de las grandes construcciones en la Ciudad de México podrían intensificar y disparar los movimientos telúricos2.

Numerosos estudios han documentado la relación entre la actividad humana y los sismos en la actualidad. Por ejemplo, un grupo de geólogos liderados por Pablo González, adscrito a la Universidad de Western Ontario (Canadá), publicó una investigación en la revista científica Nature Geoscience en la que se concluye que existió una relación entre el terremoto ocurrido en 2011 en la región de Murcia, España, y la extracción de aguas del subsuelo en la localidad de Lorca3.

No se puede descartar tan fácilmente alguna relación entre el extractivismo hídrico, la hiperurbanización y los recientes microsismos, menos aún cuando la magnitud de estas actividades es colosal. Si de verdad hay preocupación por los microsismos ocurridos justo debajo del suelo de la Ciudad de México, entonces debería haber también más claridad sobre los factores causales que sí están en nuestras manos y que al atenderlos podrían llevar a salvar miles de vidas en la eventualidad de un gran sismo.

En la ecuación de los sismos y sus efectos demoledores el suelo juega un papel de primer orden. Un sismo no ocurre de igual manera o con las mismas consecuencias en un suelo frágil y débil que en uno firme y fuerte. Actualmente, la Ciudad de México tiene un suelo debilitado que se hunde y socava debido a la intensa urbanización. 

El agua, un ingrediente clave en la salud del suelo, está siendo extraída del subsuelo a una velocidad insostenible. Además, el ciclo vital del agua se encuentra interrumpido. El agua de lluvia no puede humectar al suelo al caer, ni llegar hasta las recargas acuíferas, debido en buena medida a la enorme mancha urbana y múltiples construcciones que van eliminando cada vez más áreas naturales de captación pluvial. Por otra parte, grandes edificios colman la capital, concentrando miles de toneladas de concreto y acero sobre un suelo que se hunde. Todos estos desarrollos requieren a su vez de una enorme cantidad de agua para su funcionamiento, afectando aún más la disponibilidad del líquido.

Por si eso fuera poco, para llevar a cabo toda esta expansión urbana se han retirado millones de árboles y una vasta vegetación, siendo las raíces de los árboles fundamentales para dar firmeza y estructura al suelo, mientras que la vegetación sirve como una gran cobija que protege al suelo de la erosión. Esta eliminación de las áreas verdes es tan acelerada e intensa que, en tan sólo ocho años, la CDMX perdió en dicho rubro una superficie equivalente a 18.7 km2, tal como lo diera a conocer el Centro Transdisciplinar Universitario para la Sustentabilidad (CENTRUS) de la Universidad Iberoamericana4

A este respecto, diversas fuentes y estudios ofrecen un panorama claro sobre la calidad del suelo de la CDMX y su relación con las grandes actividades humanas que destruyen al medio ambiente. Por ejemplo, el Observatorio de Conflictos Socioambientales (OCSA) de la Universidad Iberoamericana ha documentado veinticinco megaproyectos que han impactado negativamente al suelo de la capital, la mayoría de ellos desarrollos inmobiliarios, aunque también hay registro de diversos casos de extractivismo forestal en los montes y bosques que perviven en la ciudad4

Por todas estas razones, el suelo de la CDMX se encuentra enfermo y en muy malas condiciones. Como decíamos antes, es innegable que un sismo en un suelo con múltiples socavones formándose silenciosamente debajo de nosotros sería más desastroso que un sismo en un suelo sano y fuerte. 

En esta situación, el problema no se reduce a un aspecto de sobrepoblación, como se suele pensar coloquialmente. El problema es la manera en la que nuestra sociedad se organiza. La densidad poblacional de la CDMX (6 163 habitantes por kilómetro cuadrado, con una población total de 9 209 944 según el censo del año 2020 realizado por el INEGI) se debe no tanto a la cantidad de personas que habitan en todo el país como a la concentración de bienes y servicios en la capital. La razón de ser de esta alta concentración urbana es que produce mucho dinero. Una casa que se oferta en una zona que concentra servicios como escuelas, hospitales o plazas comerciales, entre otros, tiene una mayor plusvalía que una casa ubicada en la periferia urbana. 

El dinero tiene mucho que ver en todo este problema. Muchas de las construcciones que se levantan en la ciudad están más relacionadas con el lucro económico que con la satisfacción de las necesidades humanas básicas como la vivienda. Se trata de un modo de vida que beneficia económicamente a unos cuantos a costa de todos y del medio ambiente. 

En este sentido, la única razón que tendríamos para no hablar de la calidad de nuestro suelo en el contexto de los actuales microsismos pareciera ser de orden económico y político. Razón económica porque el solo hecho de iniciar una investigación sobre la responsabilidad de los desarrollos inmobiliarios en el deterioro del suelo causaría un efecto económico adverso inmediato. Y política porque discutir este tema abiertamente, con todos los actores implicados, crearía sin duda más de una dificultad para el gobierno capitalino.

Sin embargo, lo que está verdaderamente en juego es más valioso que todo el dinero y el poder juntos: es la vida misma. Necesitamos poner los pies en la tierra y revolucionar nuestro modo de vida actual y la manera en la que nos relacionamos con la naturaleza.

La CDMX podría tener un suelo más sano si dejáramos de extraer cuarenta mil litros de agua por segundo para sostener un modo de vida capitalista5. Podríamos vivir en menor densidad poblacional y en casas más dignas, hechas mediante técnicas de bioconstrucción en armonía con el medioambiente. En fin, podríamos estar mucho mejor preparados ante un eventual e inadvertido sismo de gran magnitud, si tan sólo comenzáramos por pensar en el suelo que pisan nuestros pies. 

 

REFERENCIAS

1. https://www.milenio.com/politica/microsismos-no-son-generados-por-la-actividad-humana-ssn

2. https://www.cua.uam.mx/news/miscelanea/microsismos-resultado-de-la-extraccion-de-agua-y-excesivas-edificaciones

3. https://www.bbc.com/mundo/noticias/2012/10/121022_terremoto_lorca_yv

4. https://ibero.mx/prensa/estudio-en-ocho-anos-cdmx-perdio-187-km2-de-areas-verdes-centrus

5. https://www.elfinanciero.com.mx/cdmx/2022/03/21/cdmx-a-cuatro-decadas-de-quedarse-sin-agua-manuel-perlo/


Iván Martínez Ojeda nació en 1990 en la Ciudad de México. Es sociólogo por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y actualmente colabora con el Observatorio de Conflictos Socioambientales (OCSA) de la Universidad Iberoamericana. 


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Imagen de portada: SPCCDMX / Twitter