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El milagro estético del cine ha ocurrido de muchas maneras, pero en 'Barry Lyndon' Kubrick hizo una operación verdaderamente mágica e inesperada para conseguir el asombro de todos

De alguna manera, el cine nunca ha perdido la traza del que quizá sea su antecedente más ilustre, la “linterna mágica”, un dispositivo cuyo uso se remonta al menos al siglo XVII pero que quizá fue conocido en su forma más rudimentaria incluso en la Grecia clásica. 

Un artefacto asombroso por al menos dos motivos: la curiosidad sobre los fenómenos ópticos que implicó su desarrollo y los sueños que provocó en las personas que atestiguaron sus proyecciones. Como ha ocurrido con el cine, justamente.

Esta referencia nos ayuda a recordar que el cine todavía tiene algo de magia, pero esta es posible gracias a la técnica. El cine es un arte y muchísimas películas lo comprueban pero sus momentos más excelsos, más increíbles, han nacido del ingenio con que una persona uso instrumentos que, en esencia, son puramente técnicos: lentes, cámaras, objetivos, etcétera.

Tal es el caso de algunas de las escenas más emblemáticas de Barry Lyndon (1975), una de las últimas películas de Stanley Kubrick, peculiar en su filmografía porque se trata de una cinta de época, situada a mediados del siglo XIX en el contexto de la Guerra de los Siete Años, conflicto sostenido por las potencias europeas de la época, especialmente Francia y el Reino Unido. 

Entre otros motivos, la cinta es considerada emblemática tanto por sus cualidades estéticas como por el ingenio técnico que hizo posible el milagro. En este caso se trató de un hecho simple en apariencia pero sumamente difícil para la cinematografía de entonces: filmar escenas a la luz de las velas. ¿Por qué imponerse ese desafío? Porque la película transcurre en una época en que se vivía a la luz de las velas, no de iluminación generada por electricidad

La dificultad de la filmación radicaba en que entonces no existían objetivos fotográficos con la velocidad suficiente para captar escenas con la exposición brindada por la luz de una o incluso muchas velas.

Kubrick y su cinematógrafo entonces, John Alcott (con quien había trabajado en 2001: Odisea espacial y La naranja mecánica), encontraron la solución a este problema en la exploración espacial. 

En algún momento, Kubrick se enteró de los trabajos emprendidos por la Agencia Espacial de Estados Unidos (NASA) para captar el lado oscuro de la luna. Como es sabido, debido a los periodos de rotación de la Tierra y la luna, desde nuestro planeta se observa siempre la misma cara de esta última. De ahí el interés por saber qué hay en el lado oculto del satélite.

En los años 60 del siglo XX, la NASA logró las primeras fotografías del lado oscuro de la luna gracias a lentes del modelo Carl Zeiss Planar 50mm f/0.7, en su momento el objetivo más rápido en la historia de la fotografía. La NASA lo utilizó en el marco de la Misión Apolo de 1966, conociendo las dificultades lumínicas que implicaba aquel propósito. Un dato peculiar sobre el Carl Zeiss Planar 50mm f/0.7 es que uno de sus antecedentes data de 1941, cuando en la Alemania nazi se fabricó un lente muy parecido (70mm f/1) para poder disparar misiles con precisión durante la noche.

Cuando Kubrick se enteró de la existencia de este instrumento, encargó al fabricante algunas piezas. En su momento, la empresa, Carl Zeiss AG sólo había manufacturado diez piezas (que son las únicas que existen en la actualidad), de las cuales seis habían sido vendidas a la NASA. A Kubrick le vendieron tres piezas y la restante quedó en posesión de la firma.

Aun con estos lentes, las dificultades no habían terminado para el director. Originalmente, los lentes estaban diseñados para tomar fotografías (fijas por definición), pero Kubrick los necesitaba para filmar secuencias. Además, los lentes no ofrecían casi ninguna profundidad de campo.

Alcott resolvió parcialmente el problema ubicando las cámaras (que también tuvieron que ser adaptadas) donde habían montado los lentes, a una distancia siempre exacta de aquello que sería filmado. Además, las cámaras debían estar colocadas a 90º con respecto a la cámara de cine. Por si esto fuera poco, el encargado del enfoque de la película, Douglas Milsome, cubrió el monitor donde llevaba registro de la filmación con una cuadrícula transparente para medir el movimiento de los actores en la escena. 

Estas y otras soluciones tanto o más ingeniosas son descritas con mayor detalle por Brad Gullickson en el sitio Film School Rejects. Baste decir que Kubrick y su equipo recurrieron también a otras estrategias para lograr lo que hasta entonces había sido impensable: escenas filmadas únicamente con luz de velas.

La historia es sorprendente por muchos motivos. Acaso uno de los más destacados sea la tenacidad de Kubrick, su empeño por lograr su propósito y su inteligencia para conseguirlo. También sorprende la extraña conexión que subsiste entre todas las cosas y que aflora a veces, en ciertas ocasiones que quizá por eso mismo algo tienen de mágicas. Y no menos importante, la manera en que se fabrica el milagro que ocurre frente a nuestros ojos cuando vemos una película.

 

Barry Lyndon se encuentra en streaming en la plataforma HBO MAX o para su renta o compra en Amazon Prime


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Imagen de portada: FilmAffinity