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La trayectoria singular de Leonora Carrington dio como resultado una obra llena de simbolismo y atisbos hacia los sueños, la fantasía y la sexualidad

Entre las artistas asociadas con la historia del arte en México, una de las más originales es sin duda Leonora Carrington. Carrington es figura clave del surrealismo, artista de vanguardia y de talento amplio que desarrolló una obra singular y, de alguna manera, inesperada para los cánones de la cultura mexicana, por ello mismo con un alcance e influencia notables, así como con un grado importante de reconocimiento nacional e internacional.

De origen inglés (Carrington nació en Lancashire, Inglaterra, un 6 de abril de 1917), la artista comenzó su trayectoria en Europa, en donde adquirió las bases que definirían buena parte de su obra. En su niñez vivió en Florencia y en París, en donde, a pesar de su corta edad (no rebasaba los diez años), tuvo contacto con las expresiones del arte europeo más señaladas, tanto del pasado como de su época. En París, por ejemplo, vio su primera exposición de arte surrealista. De hecho, fue esta corriente la que marcó su obra, pues a partir de la década de 1930, su trabajo creativo se encaminó casi exclusivamente hacia esa dirección.

Más o menos por esa época, Carrington tuvo uno de los encuentros decisivos de su vida, el que ocurrió al conocer la obra de Max Ernst durante la Exposición Surrealista Internacional ocurrida en Londres en 1936. Ernst, de origen alemán, es considerado uno de los artistas más representativos de esta corriente, así como del movimiento vanguardista dadá. Algunos meses después de la exposición, Ernst y Carrington se conocieron personalmente, también en Londres, y luego de encontrar coincidencias intelectuales y artísticas, al poco tiempo comenzaron una relación amorosa (aun cuando Ernst estaba entonces casado). Ambos vivieron juntos en París y después en el sur de Francia.

Más allá de lo anecdótico, señalar esta relación es importante porque la convivencia cotidiana entre Ernst y Carrington influyó en la obra artística de cada uno. En el caso de Carrington, en una época en que algunos elementos característicos de su estilo estaban en proceso de consolidación. Si bien los detalles de dichos efectos pueden conocerse con detalle en estudios especializados, la relación con Ernst sumó elementos importantes a su perspectiva como artista, tales como el uso fantasioso de animales en sus obras plásticas, por ejemplo, o la profundización en motivos del surrealismo como el uso de los sueños en la ejecución de algunas obras.

Biográficamente, la relación con Max Ernst también determinó la llegada de Carrington a México, pues fue a través de la combinación aleatoria de circunstancias que la artista se vio obligada a emigrar a dicho país. En efecto: luego de que Ernst fue detenido un par de veces en Francia durante la Segunda Guerra Mundial –primero por los franceses, quienes en vista de su nacionalidad alemana lo acusaron de extranjero hostil; luego por el régimen nazi de ocupación, en razón de su “arte degenerado”–, la pareja vivió una serie huidas por las que recalaron finalmente en España, pero francamente afectados. Leonora fue internada en un hospital psiquiátrico, debido a que a su llegada a Madrid sufrió ataques de ansiedad e incluso un brote psicótico. Sus padres decidieron trasladarla entonces a otro sanatorio en Sudáfrica, pero en el trayecto la artista encontró un punto de escape en Portugal, en donde optó por dirigirse a la embajada de México en dicho país, encabezada entonces por el poeta Renato Leduc, amigo de Pablo Picasso. Tras exponer su situación, Leduc y Carrington acordaron casarse civilmente, pero sólo para que Leonora pudiera beneficiarse del pasaporte diplomático de Leduc. Ernst actuó con propósitos similares con Peggy Guggenheim, con quien se casó en Nueva York en 1941. Curiosamente, aunque de alguna manera ambos encontraron la manera de estar a salvo, ya jamás reanudaron su relación.

En México, Carrington desarrolló la parte más importante de su trayectoria. De hecho, el país es uno de los mejores puntos para conocer su obra, pues museos como el de Arte Moderno resguardan algunas de las piezas más significativas de su obra pictórica y, por otro lado, en el estado de San Luis Potosí (ubicado al norte del país) existe un museo dedicado expresamente a la artista, el cual concentra sobre todo obra escultórica de Carrington y también algunas piezas de sus colecciones personales (tales como grabados, joyas y objetos personales). Cabe mencionar, por último, que la obra de Carrington está a punto de conocer un nuevo punto de exhibición: la Casa Estudio Leonora Carrington que recientemente fue comprada y rehabilitada por la Universidad Autónoma Metropolitana y cuya apertura al público, si bien no está definida, será en una fecha próxima. En esta casa –ubicada en Chihuahua 194, en la colonia Roma de la Ciudad de México– Leonora vivió y trabajó durante cerca de sesenta años, por lo cual será sin duda uno de los sitios más entrañables para acercarse a la vida y obra de la artista.

En esta historia entre México, Carrington y el surrealismo existe además otro nodo del que vale la pena hablar, así sea brevemente: el magnate Edward James. Aunque para algunos este nombre puede ser poco o nada conocido, su papel fue fundamental en la historia del movimiento surrealista, no como artista sino como mecenas. Indagando así sea superficialmente en las redes que se tejieron para hacer posible el surrealismo, el nombre de James aparecerá indudablemente, pues lo mismo apoyó a René Magritte (quien pintó un retrato suyo) que a Salvador Dalí, a Picasso o al propio Max Ernst. En el caso de Leonora Carrington, ya desde 1947 (cuando la artista tenía 30 años de edad), compró varias pinturas suyas y montó una exposición en Nueva York, lo cual significó un gran espaldarazo para la artista. La fortuna de James alcanzó para montar en México (concretamente en Xilitla, San Luis Potosí) un “jardín surrealista” que se conserva hasta la fecha y el cual, curiosamente, fue financiado gracias a la subasta de casi todas las pinturas surrealistas que James todavía conservaba.

La alquimia, la magia, la liberación y la sexualidad de la mujer, los sueños, los animales fantásticos, los laberintos de la mente y los mitos de las culturas originarias de México son algunos de los motivos más presentes en la obra de Carrington. Su estilo y el de Remedios Varo guardan cierta similitud, y no por casualidad, pues ambas coincidieron en México, compartiendo intereses e inquietudes intelectuales a través de la relación que entablaron. 

Teniendo en cuenta esos antecedentes se puede decir que la obra de Carrington es profunda, rica en simbolismos y lecturas múltiples, abierta a la interpretación y aun a la ensoñación, y con todo y todo dotada de cierta ligereza, cierta breve levedad, como la de esos sueños que a veces se tienen y que por más densos y complejos que son en determinado instante, por más cargados de significados y revelaciones como parecen estar, se desvanecen con el primer suspiro de la conciencia, volviéndose polvo mental con la misma presteza con que surgieron, prontos así a alimentar otros sueños. Lo mismo podría decirse de la obra de Leonora Carrington.

 

Para saber más recomendamos la lectura de El cuadro invisible. Mi memoria de Leonora, ensayo biográfico escrito por Gabriel Weisz, hijo de la artista. El libro está editado por Editorial Gráfica Bordes y puede adquirirse en este enlace.

 

Twitter del autor: @juanpablocahz

 

Imagen de portada: Leonora Carrington, Autorretrato (ca. 1937) (CC BY 2.0, Wikimedia Commons)