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El retrato preciso de una generación: la ilustración de Adrian Tomine para The New Yorker

Arte

Por: Jimena O. - 12/02/2020

Una mujer sonríe bella y triunfante a una pantalla aunque todo a su alrededor es un caos… Con esta imagen el ilustrador Adrian Tomine ha retratado con precisión (y talento) una de las escenas por la que esta época será recordada

El momento que vivimos es decididamente histórico. Quizá algunos lo subestimen, quizá algunos lo padezcan, quizá otros no lo tengan en perspectiva o lo nieguen, pero lo cierto es que hace al menos cien años que la humanidad no enfrentaba una circunstancia parecida. ¿Cuántas veces, en eso que llamamos “historia” del género humano, ha ocurrido que una buena parte de los seres que lo componen han sido llevados al confinamiento y la restricción? No muchas, en efecto. Menos aún en condiciones como las de nuestra época, una de cuyas características distintivas es justamente la “conectividad”.

Parte de esta coyuntura ha sido retratada magistralmente por el ilustrador Adrian Tomine en una pieza que ilustra el número más reciente de la emblemática revista The New Yorker.

El retrato preciso de una generación: la ilustración de Adrian Tomine para The New Yorker

En la imagen puede verse a una mujer sentada muy correctamente frente a una computadora apoyada en una pila de libros. La mujer –de peinado impecable, maquillada con discreción pero como para una ocasión especial– sostiene una copa de martini al tiempo que sonríe apaciblemente a la pantalla. Al fondo hay un biombo dispuesto atinadamente para servir de fondo a la transmisión.

Pero más interesante es todo lo que ocurre alrededor de ese fragmento del dibujo. En contraste con la pulcritud de la mitad superior de la mujer (aquella que, presumiblemente, se ve en la pantalla), todo lo demás se encuentra en un punto opuesto. Su propio cuerpo, la mitad inferior, si no está descuidado, al menos sí carece por completo de un arreglo intencional: el short deportivo y las sandalias que viste nada tienen que ver con la blusa fina de holanes que cubre su torso. La sobriedad del biombo parece fuera de lugar en una habitación en donde cubrebocas, guantes sanitarios y envases de jabón usados se mezclan en el piso con un par de mancuernas, cajas de pedidos de Amazon, un plato desechable de comida pedida para llevar y otros restos propios de la vida cotidiana en confinamiento. Destacan también un par de envases de medicamentos en la mesa de la mujer (¿antidepresivos quizá? ¿ansiolíticos?), la pila de platos sucios creciendo paulatina pero incesantemente (reflejo perfecto de la ropa igualmente acumulándose sobre la cama) y las tres botellas de vino asomándose en una de las gavetas de la pequeña cocina.

La ilustración fue recibida con un gran reconocimiento no sólo por su calidad, sino especialmente por su precisión. De algún modo, Tomine supo captar en la imagen algunos de los componentes más indudables del momento que vivimos y por los cuales será seguramente recordado. Hay en la imagen cierto aire de soledad pero también de fingimiento, de no saber qué se hace pero aun así continuar haciéndolo, de resignación, de cierta misteriosa perseverancia (¿por qué continuar cuando todo alrededor parece derrumbarse?), la sonrisa frente a una pantalla que corona ese falso triunfo sobre un caos pretendidamente ordenado…

Al respecto, en una breve entrevista que Françoise Mouly le hizo al ilustrador también para The New Yorker, Tomine dice esto:

Para ser honesto, no sé cómo alguien puede pasar por la vida sin poder disfrutar de esa contradicción. En mi vida personal, a menudo me he sentido muy conmovido por ese acto de encontrar el humor en el dolor. Si alguien puede conseguir eso y ser realmente divertido, eso vale más que cien palabras de consuelo sincero para mí.

 


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