Con estas palabras la filósofa catalana Marina Garcés inicia su libro Nueva ilustración radical, un ensayo de 2017 que hoy podría tener mucha mayor relevancia y eco que cuando fue publicado. En este pequeño ensayo Garcés nos invita a una adoptar una actitud de alerta y acción frente a las credulidades y falacias de la actualidad, en específico frente a todos aquellos discursos anticientíficos o aquellos que buscan soluciones rápidas sin partir de una reflexión o un análisis riguroso del mundo en el que vivimos.
A la luz de la afirmación de Garcés, y del panorama un tanto preocupante que plantea, cabe preguntar: ¿por qué existen actualmente grupos de personas que niegan a la ciencia?
En el mundo hay mujeres, hombres, madres, padres, hijos, hermanos, amigos, etc. Algunos trabajan, otros estudian. Unos practican alguna religión, otros prefieren prácticas espirituales y algunos prefieren no creer en ningún dios. En ese actuar de la vida cotidiana, que es mayormente práctico, ninguno de nosotros está obligado a saber cómo funciona la ciencia, sus teorías, metodologías y técnicas.
Por otro lado, vivimos en un mundo en el que hay cada vez más información, a la cual a su vez tenemos acceso cada vez con mayor facilidad. Sin embargo, información no significa conocimiento. No basta con tener acceso a la información. Lo que realmente importa son las relaciones que podemos establecer con esa información de manera que pueda convertirse en conocimiento, para así, contribuir a la transformación hacia un mundo mejor y más justo.
Ese puede ser uno de los objetivos de la ciencia. En principio, la ciencia en sí misma no sirve para transformar el mundo en una mejor versión sino para tener una mejor comprensión de nuestro mundo (lo cual ya es un gran avance). Lo que resulta problemático es el uso que ciertos grupos han dado y dan al conocimiento científico y sus resultados. En todo caso, ese es un tema para otro tiempo y espacio.
En los últimos años se ha visibilizado la desconfianza creciente que muchas personas en el mundo tienen en la ciencia y su producción. Esta desconfianza o negación, se expresan en posturas como poner en duda el calentamiento global y el cambio climático, rechazar la vacunación como práctica médica y de salud pública, e incluso asegurar que la Tierra es plana.
Más recientemente, en el marco de la pandemia por la covid-19, durante los últimos meses han ocurrido protestas en contra de las medidas sanitarias que han implementado muchos gobiernos. Particularmente en España, Alemania y Estados Unidos, muchas personas niegan abiertamente la existencia del nuevo coronavirus y la enfermedad que provoca. Alegando que la pandemia es parte de un plan de alguna élite para controlar a la humanidad, o que las medidas de prevención de contagios son intentos por vigilar a la sociedad y privar a los ciudadanos su libertad.
En efecto: los gobiernos se han visto rebasados en el manejo y contención de la pandemia, los sistemas de salud han colapsado y, como consecuencia, los políticos y las autoridades sanitarias han perdido credibilidad.
Sin embargo, ello no significa que la ciencia como institución y como forma de comprender y narrar al mundo sea un fracaso. Significa, más bien, que las prácticas políticas han invadido las científicas y la ciencia ha perdido autonomía con respecto a sus propias reglas y lógicas de funcionamiento. Lo cual, es importante resaltar, no invalida ni deslegitima absolutamente ningún desarrollo o descubrimiento científico, en ninguna de sus disciplinas.
Muchos de los grupos de gente que dudan de la ciencia e incluso niegan sus desarrollos y sus descubrimientos, afirman que la ciencia y el “poder” esconden la Verdad (con mayúscula). Habría que preguntar cuál es esa verdad y cuáles fueron los hechos y las relaciones lógicas que se establecieron para llegar a ella.
En este punto cabe hacer una precisión: para ninguna disciplina científica existe la Verdad. En todo caso hay verdades y ninguna de ellas es autoevidente, mucho menos para las disciplinas científicas. Para llegar a conclusiones coherentes, la ciencia hace uso de teorías y metodologías que en sí mismas tienen una lógica propia que contribuye a iluminar aquella parte o fenómeno de la realidad que se quiera investigar, de la cual queremos saber más.
En este sentido, las comunidades científicas están formadas por un gran número de equipos y personas que hacen su parte para tener una comprensión mejor y más amplia del mundo. El desarrollo de la ciencia no es lineal ni acumulativo. Se cometen errores, se llega a barreras, se descubre más, se descubre menos o se descubre una cosa muy distinta de la que se tenía prevista como objetivo principal. Por eso no debería sorprendernos que mucha de la información que nos llega de los campos científicos puede parecer contradictoria (esto forma parte del hecho que muchos de nosotros no somos científicos especializados), pero no lo es en sí misma. Simplemente cada equipo, cada científico, desde sus propias condiciones, aportan e iluminan otro pequeño pedazo de nuestra realidad. Parece una obviedad decirlo, pero no es posible saberlo todo y tampoco es posible controlarlo todo.
Un buen ejemplo de esta cualidad del proceder de la ciencia puede advertirse en la historia del descubrimiento del átomo. La concepción del átomo se ha modificado a lo largo de varios siglos, no sólo por la historia del desarrollo de la ciencia, sino también por la invención de aparatos que ayudan a investigar de manera más precisa. Tan sólo en 1803, John Dalton propuso que los átomos eran esferas diminutas e indivisibles y que, por lo tanto, eran el componente más pequeño de toda materia. Pero más tarde, en 1897, Joseph John Thompson determinó que los átomos estaban compuestos de dos partes: una negativa y otra positiva.
La propuesta de Thompson no negó ni desacreditó el postulado de Dalton, sino que aportó un mejor conocimiento de ese mínimo objeto de nuestro mundo. Así fue posible después transitar a los modelos del átomo de Nagaoka, Rutherford, Bohr y Sommerfeld, llegar a las ideas y descubrimientos de Schrödinger y Dirac e, incluso, llegar hasta los postulados de la física cuántica.
En ese contexto, ¿en qué consiste negar la ciencia? De manera general, puede decirse que las personas que niegan la ciencia establecen relaciones entre diferentes hechos o fenómenos sin realizar un análisis sistemático de cada uno de ellos (cada disciplina científica tiene su propia sistematicidad para comprender y analizar los datos recolectados dependiendo de su objeto de estudio). Como resultado se obtienen conclusiones precipitadas, pues muchas veces las relaciones que se establecen entre los datos al alcance son relaciones a conveniencia, muchas veces planteadas a partir de las afirmaciones de falsos expertos que promueven “teorías” de la conspiración o, en general, versiones incoherentes, incongruentes e incompletas de la realidad.
Como dijimos al inicio, como ciudadanos de a pie, no es nuestra obligación entender por completo cómo funciona la ciencia, y no menos cierto es que también somos libres de creer lo que queramos. El discurso científico sólo es uno de muchos que existen para dar sentido al mundo. Y no debería buscar oponerse ni negar a ningún otro (por ejemplo, los discursos religiosos o espirituales).
La ciencia en sí misma no significa un ataque a las creencias. Las creencias son necesarias en nuestra vida cotidiana y para la constitución del conocimiento. Para la ciencia, no se trata de establecer cuál es el saber más acertado y, por ende, negar los demás saberes. La ciencia trata de establecer las relaciones más acertadas con cada una de las formas de experiencia y del saber. Así, no se trata de erradicar y sustituir a la religión o la espiritualidad por la ciencia y hacer de la ciencia una nueva religión. La ciencia no es el combate contra la religión, ni contra la fe, ni contra la espiritualidad.
Se trata de poder ejercer la libertad de someter a cualquier saber sobre el mundo a discusión y a examen, venga de donde venga. Por ejemplo, el discurso anticientífico sobre la pandemia de la covid-19 y los discursos científicos que han estudiado y analizado cómo se comporta el virus. De manera que los postulados de ambos discursos sean formulados a través de presupuestos lógicos sin ninguna pretensión de autoridad, haciendo que ambos discursos sean susceptibles de crítica bien argumentada. Y así como nos dice Marina Garcés:
La crítica no es un juicio de superioridad. Todo lo contrario. Es la atención necesaria que precisa una razón que se sabe finita y precaria y asume esta condición.
La capacidad de hacer crítica es una muestra de la autonomía del pensamiento, que no la autosuficiencia de la razón.
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