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El gran G. K. Chesterton explica cómo proceder ante esa pregunta existencial: ¿beber o no beber?

La relación entre el ser humano y el alcohol es compleja. El alcohol ha estado con nosotros desde que la humanidad se estableció y empezó a cultivar plantas y a observar su fermentación. Algunos le atribuyen grandes momentos de inspiración e invención. En todas partes, las religiones lo han utilizado para sus ritos y sus símbolos. Para el hombre moderno, es un profundo alivio y un elemento de prácticas de cohesión social. Por otro lado, sin embargo, también es la causa o al menos el compañero constante de la violencia a otros y la violencia autoinfligida, el nihilismo y, hoy algo muy importante, los problemas de salud, incluyendo una clara afectación al sistema inmune humano. 

Sin embargo, el alcohol, que puede ser un veneno, puede ser también una medicina, pero sólo si se consume con moderación, en ciertas ocasiones festivas o como parte de una dieta muy disciplinada.

¿Qué hacer para no negarse a la corriente festiva que puede circular por el alcohol pero no atentar contra la propia naturaleza y el entorno? 

G. K. Chesterton legó algunos sabios consejos al respecto. Chesterton fue uno de los grandes escritores de principios del siglo XX, uno de los favoritos de Borges, un extraordinario narrador y un mordaz y agudo apologista cristiano. Además, a Chesterton le gustaba la cerveza y el vino. No podemos hablar exactamente de qué tan benéficos eran sus hábitos, pero su inteligencia es evidente  y sus consejos son tan sabios como deliciosos (y algunos incluso hablan de canonizarlo). En su libro Heretics escribe: 

Bebe porque estás feliz, nunca porque te sientes miserable. Nunca bebas cuando no puedes estar bien sin el alcohol, o te convertirás en el bebedor de gin de cara gris en el arrabal; bebe cuando puedes estar feliz sin la bebida, y serás como el sonriente campesino italiano. No bebas porque lo necesitas, pues esto es beber racionalmente, y la vía a la muerte y al infierno. Bebe porque no lo necesitas, pues esto es beber irracionalmente, y la salud ancestral del mundo.

No por nada Chesterton era conocido como el príncipe de las paradojas, pero aquí habla de un instinto de vida y no de muerte, y esa es la clave. Es posible que una persona simplemente no tenga la posibilidad de estar feliz y sin apegos. Si no tiene esa ligereza, seguramente lo mejor es no beber. Como todo en la vida, este acto depende del autoconocimiento. Una persona que no se conoce lo suficiente, no debe jugar con fuego ni manipular veneno.

Otra interesante óptica en torno al problema –triste o feliz– de la bebida la proporciona Chögyam Trungpa, un maestro budista poco convencional. En un escrito sobre el alcohol como veneno o medicina, Trungpa habla sobre la posibilidad y la importancia de, si se va a beber, hacerlo como una meditación, siendo consciente de los efectos que tiene el alcohol en el cuerpo y en la mente.

Sólo si somos capaces de ser conscientes de estos efectos sin perder la atención y la capacidad de recordar lo que estamos haciendo –al mismo tiempo que nos soltamos y relajamos el yo– el alcohol puede usarse, paradójicamente, como medicina. 

 

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