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En esta secuencia de 'El gran dictador', la película de Charlie Chaplin, queda de manifiesto la poderosa y fructífera relación entre el cine y la música

El cine y la música han tenido una relación estrecha casi desde las primeras películas que fueron rodadas. Con una herencia que proviene de las artes escénicas, la música ha tenido en el cine la función de acompañamiento, énfasis, expresividad y otras, sin abandonar su propia naturaleza pero al mismo tiempo entrando en diálogo con el lenguaje del cine.

Esta escena de El gran dictador (Charles Chaplin, 1940) es un buen ejemplo de los alcances creativos que puede tener el vínculo entre música y cine. Chaplin fue desde el inicio de su trayectoria un actor y director de múltiples recursos, y en esta secuencia en especial lo demuestra.

Al ritmo de la Danza húngara nº 5 de Johannes Brahms, Chaplin, en su papel del humilde barbero que se enfrenta al régimen totalitario de Adenoid Hynkel, afeita a un hombre, una acción que gracias a la música adquiere un carácter extraordinario, como si la navaja bailara a los compases de las tonadas folclóricas que Brahms evocó en su obra.

En el documental Guía de cine para perversos (Sophie Fiennes, 2012), el filósofo Slavoj Žižek señala el uso que la música tiene precisamente en esta cinta de Chaplin, en particular la obertura de la ópera Lohengrin, de Wagner, la cual acompaña lo mismo un momento de aparente bondad que otro de sueños totalitaristas:

Esto puede ser leído –dice Zizek– como la redención definitiva de la música, que la misma música que sirvió a propósitos malignos puede ser redimida para servir al bien. O puede ser leído, y creo que debería ser leído, de una manera mucho más ambigua, que con la música, no podemos estar seguros. En la medida en que exterioriza nuestra pasión interior, la música es potencialmente siempre una amenaza.

Y quizá sea sobre todo por esa última cualidad, la capacidad de la música de decir lo indecible, que el cine entró en relación con ella. Después de todo, aun con toda la gama de recursos que tiene para sí el lenguaje cinematográfico, siempre quedará algo por decir. Y ahí estará la música no para nombrarlo, pero sí para indicar el lugar de nuestro interior donde se encuentra eso inefable.

 

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