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El factor de la presencia humana en el mismo espacio es irremplazable

La pandemia mundial, que ha afectado tantas industrias y tantos paradigmas, no ha puesto en duda el modelo dominante de nuestra época: la tecnología o el pensamiento tecnocientífico. Mientras todos los rubros y empresas pierden acciones, sólo las empresas tecnológicas se mantienen a flote y, más aún, recuperan su imagen de actores civiles que hasta hace poco empezaba a ser criticada seriamente. Como ha dicho Erik Schmidt, el ex CEO de Google, las personas deberían agradecerle a las grandes empresas de tecnología que les permiten poder al menos mantener algún tipo de relación con los otros y con el mundo. Más aún, una mayor penetración tecnológica puede impedir sucesos como los que estamos viviendo y en un futuro seguramente la solución será más tecnología. O, como dice Schmidt: "tele-todo".

Así pues, muchas instituciones actualmente estudian la posibilidad de hacer una fuerte apuesta por la educación telemática o tele-educación. Las clases en línea. Por supuesto esto es actualmente una buena solución para un problema extraordinario (la pandemia), pero los planes no son solamente una respuesta inmediata, sino que se considera que el estado de excepción puede perfectamente extenderse e incluso usarse para prevenir y mejorar la educación, hacerla más eficiente, etcétera.

Reiterando que es incuestionablemente útil actualmente poder contar con plataformas que permiten la educación a distancia, es importante notar que a largo plazo apostar por una mayor tecnologización de la educación es un error (aunque el curso de este sendero parece inevitable). Esto no significa que no se puedan o deban usar herramientas tecnológicas para beneficio de la educación, sino que se cuestiona la idea fundamental de que la educación a través de un medio tecnológico, en oposición a la educación presencial, puede ser un buen modo de proceder hacia el futuro, o en otras palabras, que lo que se pierde al hacer este cambio no es algo esencial. Lo que se pierde, postulamos aquí, es el aspecto humano de la educación, en un doble sentido, la conexión humana inmediata y las humanidades, que cada vez han quedado más rezagadas ante la visión tecnocrática del mundo. 

Es importante ser conscientes de que lo que se pierde en la transición digital de la educación no es algo menor. El doctor Joan Pedro-Carañana enlista algunos de los factores claves:

El proceso de comunicación deviene más vertical y menos participativo y dialógico. La autonomía se convierte en aislamiento y menguan las posibilidades para las muestras de respeto y aprecio, el compañerismo y la reciprocidad. Disminuye la empatía y la atención que son necesarias para la cooperación y el aprendizaje. La pantalla y el contexto de recepción dificultan el proceso de aprendizaje por identificación con el emisor e introducen todo tipo de ruido. Se reduce la capacidad de transmisión e intercambio de información y de emociones que tiene la comunicación no verbal (los gestos, las expresiones faciales, el contacto visual) y se abre más espacio a las malinterpretaciones. Se debilita el estímulo del emisor y la eficacia de la escucha. La capacidad de adaptarse a la audiencia y la automonitorización se ven afectadas. Lo mismo sucede con el seguimiento académico de los estudiantes y las competencias sociales que estos puedan desarrollar mediante la práctica discursiva. Los límites del diálogo online suponen una menor diversidad de ideas y dificultan la construcción intersubjetiva de conocimiento.

La tecnología educativa a distancia difícilmente permite el rapport, la atención plena, la camaradería o la mayéutica. Por otro lado, el mismo medio condiciona el pensamiento crítico y creativo y la espontaneidad. Se perfila una educación menos humana, menos artística, menos filosófica. Lo cual es grave, pero es doblemente grave cuando esta tendencia ya traía una poderosa inercia en la educación presencial. 

Dicha tendencia, que ahora se ve reforzada, fue notada ya por Douglas Rushkoff en su libro Team Human:

Cuando concebimos que la ventaja competitiva y la obtención de empleos son los principales propósitos de la educación y no meros beneficios secundarios, algo extraño empieza a suceder. Currículos enteros son reescritos para que se enseñen las habilidades que necesitarán los estudiantes en el espacio laboral. Las escuelas consultan a las corporaciones para saber qué hará a los estudiantes más valiosos.

En otras palabras, se educa para el trabajo, para ser útil en una empresa, y no para la vida. El valor de los individuos es visto como su capacidad de ser productivos y generar valor para una empresa. Rushkoff, quien es profesor universitario y uno de los principales analistas de medios en el mundo, es contundente: "Cuando reducimos la educación a una función utilitaria, puede entonces mejor ser realizada por computadoras". E incluso, por qué no, entonces, dejarla atrás, pues todos saben que las personas aprenden más habilidades laborales en el trabajo, o como pasantes. Pero cuando ocurre esto, alerta Rushkoff, hemos olvidado para qué es la educación. La educación es naturalmente algo que tiene como fin entrenarnos no sólo para un trabajo sino para la vida (y para la muerte) y que puede hacernos descubrir algo que amamos, al tiempo que nos enseña a pensar, no en algo en específico, sino cómo pensar, cómo cuestionar el mundo, leer textos importantes y leer e interpretar la realidad. La educación nos une con una tradición de grandes mentes que son parte de una cultura y por ello una buena educación nunca podrá prescindir de las obras clásicas de la literatura y de la filosofía. E incluso, la educación nos enseña algo que hoy parece totalmente extraño e inapropiado: nos enseña a ser buenas personas. Una educación tecnológica, sin humanidades y sin contacto humano directo, y sin consideraciones morales, es una mala educación. 

Existe también, por supuesto, el tema social, pues es evidente que en muchos países la mayoría de las personas no tienen los suficientes recursos para tener una conexión de buena calidad. Actualmente ya vemos claramente cómo sólo algunos "privilegiados" pueden continuar sus estudios en línea. Pero por otro lado, también podemos pensar en una nueva tendencia, de la misma manera que algunos multimillonarios hoy en día se dan el lujo de poder desconectarse de la tecnología e incluso evitan que sus hijos utilicen aparatos. Quizá en un futuro sólo los ricos podrán acceder a la educación presencial, a espacios lo suficientemente amplios como para mantener la distancia social, a selectos y elitistas jardines del conocimiento. Esperamos, por supuesto, que esto sólo sea una exageración.  

Por último, hay algo que es irremplazable y que atañe al proceso mismo del aprendizaje. El ser humano es un ser mimético y, por lo tanto, aprende imitando. "Un maestro pone el ejemplo encarnando los ideales del aprendizaje y pensamiento crítico. Poseyendo un espíritu de indagación, el maestro actúa en presencia el proceso de aprendizaje que los estudiantes imitan. La mimesis es lo que importa", señala Rushkoff. Resulta imposible mantener con la intensidad suficiente en una plataforma como Zoom el aprendizaje encarnado que el maestro comunica no sólo con sus palabras sino con su tono de voz, con sus movimientos, con su cadencia, con su temperatura, con los signos finos de su rostro, etc. La relación maestro-alumno puede ser y debería ser –¿cómo negarlo?– un erotismo, en el sentido de vínculo y unión: un ejercicio espiritual, una comunicación directa de energía. Marshall McLuhan advirtió que en nuestra era la información reemplazaba al espíritu, se convertía en su facsímil. El espíritu es justamente lo que no alcanza a comunicarse en el medio, lo que queda fuera del programa, lo que ya no se educa. La gravedad de esto no debe ser desestimada. 

 

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