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Existe una alternativa a las variantes del lenguaje inclusivo y al lenguaje convencional de estructura machista que no atenta contra la estética ni contra la economía del lenguaje

Muchas personas feministas en vez de escribir «ellas» o «ellos» colocan una «x», una «@» o una «e» en lugar de la «a» y la «o», para que el vocabulario sea neutro y no se distinga el sexo de quienes se nombra. Este lenguaje es válido para el que desee emplearlo, pero personalmente no me agrada porque no es estético y sólo funciona para el ámbito escrito, no para el oral.

Otras personas feministas emplean el lenguaje de manera más convencional, y así, por ejemplo, dicen «todos y todas», «nosotros y nosotras» o «ellos y ellas» en lugar de «todos», «nosotros» y «ellos», con la finalidad de expresarse de forma más inclusiva. También es válido para quienes quieran emplearlo, pero personalmente tampoco me convence. En primer lugar, porque no economiza el lenguaje, dado que se afirma en tres palabras lo que se podría comunicar en una. En segundo, porque coloca el masculino primero y el femenino después, por lo cual continúa teniendo una estructura valorativa machista; en todo caso sería preferible invertir los términos colocando el femenino primero y el masculino después y, así, decir «todas y todos», «nosotras y nosotros» o «ellas y ellos». Aun así no cumpliría con la economía del lenguaje. No obstante, ¿qué es más importante, la economía o la inclusión? Claramente, si hubiese necesidad de sacrificar alguno de ambos elementos, sería la economía frente a la inclusión, puesto que ésta importa más que aquella de acuerdo con mi estándar de valores, pero eso dependerá de la valoración de cada cual.

Sin embargo existe otra alternativa a esas dos y al lenguaje convencional de estructura machista que no atenta contra la estética ni contra la economía del lenguaje, y que por ende no puede ser rebatida por ninguno de ambos motivos. Si los detractores de la innovación lingüística se quejan de la supuesta ausencia de estética en el lenguaje feminista, no pueden renegar de esta tercera alternativa que desde un punto de vista estético acoge la estética convencional del lenguaje. Y si también se quejan de la ausencia de economía en el lenguaje inclusivo (más ético pero menos práctico que el convencional) y aprovechan ese punto débil (quienes estiman más cierto tipo de utilidad que los ideales éticos) para criticar la innovación lingüística y conminar a la gente a quedarse con el antiguo lenguaje falocéntrico, no les es posible renegar de la tercera alternativa en ese sentido, pues su economía es también total.

¿En qué consiste esta tercera alternativa? En emplear el lenguaje convencional pero de forma que el principio femenino sea el eje referencial en lugar del masculino. Si en el lenguaje convencional de estructura machista se dice «ellos» cuando en una habitación hay nueve mujeres y un hombre, y esa falta de equidad y de equilibrio le resulta normal a quienes lo emplean, esta tercera alternativa usa el lenguaje del mismo modo pero al revés: si en una habitación hay nueve mujeres y un hombre se dice «ellas» y si en una habitación hay nueve hombres y una mujer también se dice «ellas»; en un grupo compuesto por mujeres y hombres, en lugar de decir «nosotros» y «ellos», se dice «nosotras» y «ellas». Este empleo me parece mejor y mucho más justo que el convencional, ya que la mujer, que es el principio evidente de vida, ha sido relegada por mucho tiempo y una forma de contrapesarlo es hacer esta inversión del lenguaje.

Una de sus propiedades radica en dejar pésimamente parados a los machistas porque los ofende terriblemente en su egocentrismo viril, más aún que el lenguaje inclusivo o que el vocabulario feminista señalado en el primer párrafo. ¡Es un ultraje para su virilidad! Pero es lo mismo que nos han hecho a las mujeres durante milenios y si eso para ellos es normal, ¿por qué no va a ser normal lo otro?

Tanto hablan de la estética y la economía del lenguaje, ¡pues bien…! ¡Ya tienen su estética y su economía! ¡Que no se quejen! Con el término «todas» quedan incluidos hombres y mujeres. El principio hegemónico es el femenino, no el masculino, pues aquél es el origen evidente de la vida y de la misma condición de humanidad.

Sin embargo, cada uno está en su derecho de emplear el lenguaje como mejor le parezca. Existen individuos que se quejan y escandalizan de que otros difieran de ellos en su empleo del lenguaje, que hacen un drama de ello y se ahogan en un vaso con agua porque otras personas se expresan de forma diferente… ¡qué horror, hay innovaciones del lenguaje! ¡Ni que fuera el fin del mundo! Sean y dejen a los demás ser.

Y pensar que innumerables personas mueren de hambre o pasan pobreza, y pensar que están ocurriendo miles de cosas en el mundo y estos individuos se preocupan de que las feministas estén usando un lenguaje que a ellos no les gusta. ¿Qué problema tienen? Si ellos no están de acuerdo con ese empleo del lenguaje que sencillamente no lo usen. Pero, ¿por qué andan quejándose y rasgándose las vestiduras porque otros no hablen igual a ellos?

Algunos individuos argumentan que la tercera opción es lingüísticamente inviable, puesto que el morfema genérico es “o” y sería, por ende, incorrecto cambiarlo por una “a”, y niegan, a su vez, que el lenguaje español sea estructuralmente machista, así como toda innovación en el lenguaje. Sin embargo, el hecho de que el morfema genérico se asocie al principio masculino y no al femenino, presuponiendo que éste incluye a aquél y que aquél se deriva de éste (como Eva de la costilla de Adán y como la mujer está incluida en el genérico de «el hombre») ya lo hace machista. De ahí la necesidad del cambio.

Cambiemos el morfema genérico de “o” por el de “a” en vistas de que la mujer es el principio evidente de la vida y del ser humano, pues mujeres y hombres son contenidos por una mujer durante su gestación y nacen de ella. ¡El cambio del morfema y listo!

Las lenguas no son estáticas, ni sus sistemas, sino que han ido variando a lo largo del tiempo y adaptándose a las nuevas circunstancias vitales. Nuestra lengua actualmente está en proceso de cambio y nos es posible precipitar y dirigir ese proceso natural e inevitable de las lenguas en una dirección específica con el propósito de que cumpla cierto cometido.

Los conservadores suelen partir de la creencia de que las costumbres, usos e instituciones no pueden ser cuestionados y modificados, de que son estáticos, definitivos, perentorios, de que son inmunes al tiempo. Pero el principio del que parten es falso y la historia se ha encargado de demostrar la fragilidad y la condición efímera de las costumbres, usos e instituciones. Todo lo que pisa la tierra es perecedero y está en constante devenir. Hoy nadie le dice fermosa a una mujer hermosa.

No se afirma, como algunos han pretendido, empleando la falacia lógica “el hombre de paja”, que la «o» sea machista en sí misma para luego, sin ningún razonamiento, concluir “gratuitamente” que el lenguaje es machista. Lo que sí se afirma es que la “o” ha sido culturalmente asimilada al principio masculino, no al femenino, y que siendo asimilada a aquel principio y no a este, ha sido tomada como morfema genérico en lugar de la “a”, asimilándose el principio masculino con lo genérico y el femenino con lo alterno. Esto, no sólo en el lenguaje, sino también en la religión y la filosofía. Y los elementos de esa tríada, lenguaje, religión y filosofía, se han interrelacionado de forma estrecha colocando al hombre en el centro y en el primer término, y a la mujer en la periferia y en el segundo.

¡Ad occasum tendimus omnes! De no ser así, se hablaría latín en lugar de las lenguas romances.

Sólo la Divinidad es imperecedera.

 

Facebook: Sofía Tudela Gastañeta

 

Ilustración: afiche de Oscar Bluhm