*

Esta es la razón por la que no progresas realmente en tu meditación

AlterCultura

Por: Jimena O. - 10/26/2019

Sin este fundamento, la meditación no llegará muy lejos

En los últimos años la meditación ha sido asimilada a la cultura occidental, un poco de la misma manera que el yoga. Si bien la mezcla de la ciencia y ciertas cualidades de la mente occidental ha creado algunas innovaciones o transformaciones interesantes, en gran medida se ha extraído a la meditación de su contexto religioso y se le ha incrustado en un contexto meramente psicológico o hasta neurocientífico. Para algunos esto es algo bueno: eliminar todo lo que "apesta" a supersticiones y pensamiento mágico y quedarse sólo con una técnica, una forma de terapia o una herramienta para maximizar la productividad. El problema con esto es que la meditación -incluso si se le quiere ver como una ciencia más que como un arte soteriológico- existe dentro de un cierto contexto filosófico, dentro de ciertos sistemas holísticos, y cuando se eliminan éstos suele dejar de funcionar.

La meditación tiene fundamentalmente la función de conducir a la liberación -moksha o nirvana-. Si se le remueve de este sendero, es difícil de comprender lo que la meditación significa. Podemos quizá adaptar el lenguaje, pues el ser humano occidental no necesariamente concibe el mundo o su propósito existencial e incluso su soteriología de esta forma. Pero lo menos que podemos decir para no traicionar la esencia es que la meditación tiene como función conducir a la felicidad completa, es decir, no a una felicidad que este basada en cosas impermanentes, sino a un estado que no fluctúe o dependa de cosas externas. Por lo tanto, la meditación no sería algo que nos ayude a ser más productivos o a sentirnos mejor con nosotros mismos o a alcanzar cualquier tipo de meta social como obtener un mejor trabajo, una pareja o cualquier tipo de poder mundano. Y es que todas estas cosas son impermanentes. En esto último coinciden el budismo y el hinduismo, las dos principales tradiciones de las cuales se ha extraído la meditación moderna -el mindfulness y demás- en Occidente: el mundo es sufrimiento siempre y cuando se tengan deseos dirigidos hacia cosas impermanentes. La diferencia luego estriba en si se considera que existen cosas permanentes -trascendentes u absolutas o no-, pero esa es una discusión para otro momento.

Así pues, cuando el hombre moderno busca meditar y no tiene la motivación correcta o un conocimiento de una tradición filosófica que envuelva la práctica, está en gran medida condenado a nunca realmente aprender a meditar. Quizá consiga calmar su mente un poco y relajarse -quizá le suceda lo contrario-, pero realmente nunca progresará mucho si no está dispuesto a comprometerse con ciertos principios esenciales en una práctica meditativa. Y el principio fundamental del que parte la meditación es la renuncia. Como explica Dhammadipa, maestro de meditación y erudito del budismo theravada y mahayana, "la base para el shamata es la renuncia". El shamata, literalmente "estar en paz", es el estado de la pacificación de la mente que se obtiene con la meditación, estrechamente asociado con el samadhi -la forma correcta de la mente de atender a los objetos- y parte central -junto con el vipassana- de la meditación budista. En la tradición contemplativa india, con por lo menos 3 mil años de exhaustivo sondeo de la propia conciencia, el conocimiento del mundo y del propio ser sólo son posibles en una mente calmada, purificada y afilada por el entrenamiento meditativo. De otra manera nuestras percepciones e inferencias de la realidad serán oscurecidas por el ruido de nuestra propia conciencia, por la inestabilidad de nuestro instrumento cognitivo.

Ahora bien, para comenzar a entrenar sobre una base sólida la mente, es necesaria la renuncia. Esto se compagina con el primer pilar sobre el cual se puede cursar el sendero hacia la liberación: shila, la virtud (o disciplina ética) que permite el cultivo de la concentración (samadhi) y del entendimiento de la realidad última (prajna). Es indispensable renunciar a ciertas actividades insanas que harán imposible la concentración, que es la vez una purificación de la mente, pues una mente afligida o atormentada por el pasado o el futuro no podrá nunca mantenerse sobre el objeto meditativo. Dicho de otra forma, el comienzo de la meditación es la renuncia a las distracciones y aquellas fuentes potenciales de distracciones, de estímulos no virtuosos. Esta disciplina que se extiende mucho más allá del cojín de meditación es el límite que crea un espacio para la meditación, una especie de retiro favorable para la concentración, aun dentro del mundo. Pues la meditación no es el dominio sólo de los monjes o los ermitaños; a lo que se renuncia, a grandes rasgos, es al samsara, a la existencia condicionada por el deseo, el deseo engañado por la avidez o aversión hacia objetos que realmente no pueden producir la felicidad duradera. De manera un poco más específica, y dentro del nivel de una mente afligida, esto significa renunciar de entrada por lo menos a todas las cosas que no son conducentes a estados de mayor concentración y salud mental, puesto que nos habitúan a perseguir placeres efímeros o nos hacen perdernos en lagunas de proyecciones y recuerdos. Si bien puede ser más fácil mantener esta renuncia dentro de un lugar alejado del "mundanal ruido", la existencia involucrada en el mundo y en la sociedad en ninguna medida imposibilita el tipo de renuncia del que hablamos y, por otro lado, su logro necesariamente los incluye. Se renuncia solamente a toda "la vanidad que hay bajo el Sol", pero no al Sol mismo; no a la alegría natural de la vida, ni a las relaciones significativas. La renuncia es cuantitativa en algunos casos, especialmente al principio para entrenar la mente y protegerla, pero sobre todo cualitativa, es un modo de existir que reconoce que, paradójicamente, sólo quien renuncia al falso reino de este mundo puede obtener el auténtico reino, el misterioso reino en el cual, sin embargo, ya no hay alguien que obtiene ni algo que se obtiene. Como escribió el poeta Pessoa:

Coge las flores, mas déjalas
caer, apenas miradas.

Al sol siéntate. Y abdica
para ser rey de ti mismo.

 

También en Pijama Surf: La guía del hombre perezoso a la iluminación