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Desde un punto de vista metafísico, el principio femenino es superior al masculino, identificándose el primero con la Divinidad y el segundo con su manifestación alterna y dependiente de la primera que le precede, más que temporalmente, ontológicamente

Comparto un texto que escribí antaño sirviéndome de los aportes de diversos autores y extrayendo las lógicas conclusiones que de ellos se derivan, pese a que algunos de los autores citados, a partir de esos mismos postulados, hubiesen podido llegar a otras conclusiones. He aquí lo que escribí:

El no-ser es principio del ser (al-wujud), lo increado de lo creado, lo preexistente de lo existente y lo no-manifiesto de lo manifiesto, de la misma manera en la cual el silencio es principio de la palabra. ¿Por qué? Porque de las primeras entidades provienen y dependen las segundas, y no al contrario: de lo increado emerge lo creado, de lo preexistente lo existente, de lo no-manifiesto lo manifiesto y del silencio la palabra, dependiendo los efectos por entero de las causas y no las causas de sus efectos. El Tao Te King señala en el capítulo XL: “el ser nace del no-ser”, es decir, lo asible (nombrable) nace de lo inasible (innombrable). La palabra, al ser una manifestación y, por ende, ser asible, se identifica con lo que es, es decir, con el ser. El silencio, al ser la no-expresión de la palabra y, por ende, no ser asible, es inasible y se identifica con el no-ser. ¿Qué es este? “La idea es la de un principio primordial, anterior a toda manifestación, más allá de todo nombre, origen de todo y al cual todo debe retornar” explica Onorio Ferrero en la página 11 de su Introducción al Tao Te King. En la doctrina hindú también se considera este orden jerárquico, como lo explica el Isa Upanishad de Upanishads de la versión Olañeta en la página 21: “¡OM! Eso (lo Invisible-Absoluto) es entero; entero es esto (lo fenoménico visible); del Todo Invisible surge el todo visible. Aunque este todo visible ha surgido de aquel Todo Invisible, el Todo permanece inalterado”. En la página 31 este mismo texto sagrado dice: “El que conoce al mismo tiempo lo No-manifestado (la causa de la manifestación) y lo destructible o manifestado, pasa por encima de la muerte gracias al conocimiento de lo destructible y alcanza la inmortalidad gracias al conocimiento de la Causa Primera (No-manifestada)”. Lo invisible y lo no-manifiesto, es, pues, la causa de lo visible y lo manifiesto, siendo estos sus meros efectos. Asimismo, según la doctrina sufí de la unidad, como nos señala Fazlallah Al-Hindi en las páginas 89, 90, 91 y 92 de su obra El regalo enviado al profeta de la versión Olañeta, lo Inasignable, que se encuentra libre de toda atribución, se corresponde con el nivel superior de la Existencia, mientras que las asignaciones, las que cuentan con atribuciones, se corresponden con sus niveles secundarios. El sufí Jami, a su vez, expresa lo siguiente: “Una manifestación siempre procede de un estado de no manifestación, aunque se trata, aquí, de una anterioridad principal y no temporal” (cita extraída de La sabiduría del sufismo versión Olañeta página 33).

Desde una visión simbólica de los acontecimientos podríamos interpretar el ser femenino y el ser masculino según el simbolismo genital de cada sexo. El órgano masculino es externo y, por ende, es un símbolo de lo visible, de lo perceptible, de lo manifiesto, de lo asible, del mundo sensible o sensorial, de lo que se ubica en la superficie de la Existencia y en el mundo de lo creado (al-khalq). El órgano femenino, por el contrario, se encuentra velado a la vista, siendo interno y profundo, de suerte que, al encontrarse oculto, no es visible, no es perceptible, no es manifiesto, por lo cual refleja lo inaudible, es decir, el silencio que se corresponde con lo increado y lo preexistente. De ahí que podamos concluir que, en tanto el órgano masculino es explícito, el femenino es implícito, por lo cual el primero representa lo exotérico (ash-shari ah) junto con el aspecto Evidente (Azh-Zhahiru) de la Existencia mientras que el segundo simboliza lo esotérico (at-tasawwuf) junto con el aspecto Oculto (Al-Batinu) de la Existencia, aspectos que corresponden al conocimiento sufí. La vagina, por estar oculta, simboliza el mysterium tremendum o el mysterium fascinans. Dadas así las características femeninas y masculinas, es pertinente identificar lo femenino con el Glifo Interior y lo masculino con el Glifo Exterior que figuran en El tratado de la unidad de Ibn Arabi versión Olañeta página 39. Refiriéndose a Allah dice Ibn Arabi en la página 59 del mismo Tratado: “Su título de Exterior implica la creación de las cosas, como Su título del Oculto o Interior implica la preexistencia”. De ahí que el hombre se identifique con la creación y sea creador por naturaleza, y que la mujer se identifique con lo preexistente y sea contemplativa por esencia; que el hombre esté orientado hacia el exterior, hacia la existencia, hacia el obrar en el mundo, mientras que la mujer se encuentre vuelta hacia el interior, hacia la esencia, tomando un carácter más bien íntimo y privado. El hombre es de naturaleza expansiva mientras que la mujer lo es de naturaleza introspectiva, el hombre es público y la mujer doméstica, el hombre es activo y la mujer receptiva. Todo esto siguiendo sus naturalezas mentales la misma línea de sus naturalezas corpóreas, todas englobadas por el símbolo que las rige bajo un arquetipo celeste. De esa forma, lo femenino se corresponde con lo Inasignable o con el “tesoro escondido” y lo masculino con las asignaciones que le son secundarias, dado que el pene, al ser visible, es asignable, mientras que la vagina invisible o velada es inasignable. Refiriéndose al grado de lo Inasignable el sufí Fazlallah Al-Hindi afirma en la página 89 de la versión Olañeta de El regalo enviado al profeta: “La Unidad pura es el nombre de este grado. Es la quintaesencia misma del Verdadero Dios. No hay ningún grado por encima de este; todos los demás le son inferiores”. Esa es la razón por la cual la feminidad se identifica directamente con la Unidad Indivisible (Al-Ahadiyyah) o la Esencia Divina (Dhat, en árabe femenino), mientras que la masculinidad se identifica con lo divino de forma indirecta en la media en la que participa de o es una extensión, prolongación o evidencia de la feminidad. La masculinidad se corresponde con los grados que suceden como emanaciones al nivel supremo. Al corresponderse el hombre con los seis grados sucesivos se identifica, también, con la multiplicidad, dado que los grados son varios, mientras que la mujer lo hace con la Unidad, dado que ocupa un solo grado en función de su naturaleza implícita.

Las palabras nacen del silencio que las contiene y trasciende. ¿Por qué? Porque antes de las palabras se encuentra el silencio y después de ellas el silencio prosigue (y bajo las mismas palabras el silencio subyace en presente), por lo cual se puede decir que las palabras emergen desde el silencio y se desvanecen en él. Ergo, el genital masculino no es sino una prolongación del genital femenino que es su fuente, dado que el primero se corresponde con la palabra y el segundo con el silencio. De ahí se concluye que el ser masculino debe su ser al femenino del cual emana. Como explica Onorio Ferrero en su Introducción al Tao Te King: “Algo enigmática aparece la razón por la cual el Yin receptivo y oscuro antecede tradicionalmente al Yang expansivo y luminoso”. El Tratado de la unidad de Ibn Arabi afirma refiriéndose a los dos aspectos de Allah: “Su Interior es su Exterior (o Su expansivo, Su evidencia), como Su exterior es Su interior”. Significa que el hombre, como prolongación de la mujer, es su expansivo o evidencia; y la mujer, como fuente del hombre, es su interior. “Lo que está encerrado en el santuario de los Arcanos Se revela en el testimonio de los fenómenos”, dice Ibn Arabi (cita extraída de La sabiduría del sufismo versión Olañeta página 32). El pene perceptible a los sentidos es el testimonio, mientras que la vagina, oculta por un velo (hijab), encierra en su interior el tesoro y es una especie de templo o santuario cuyas puertas se abren y se cierran. “El universo es la expresión visible y exterior de la Verdad, y la Verdad es la realidad interior e invisible del universo”, dice el sufí Jami (cita extraída de La sabiduría del sufismo versión Olañeta página 33). Siendo el pene exterior y visible se identifica con el universo, y siendo la vagina interior e invisible, dado que está velada, se corresponde con la Verdad (al-haqiqah). El espíritu es invisible, increado y preexistente, encontrándose velado u oculto en las profundidades del ser, y la materia es visible, creada y no-preexistente, hallándose en estado evidente en la superficie del ser. Así, la mujer se identifica con el espíritu, realidad análoga al silencio, a lo invisible e inasible, a lo que se encuentra implícito, a la verdad oculta en las profundidades, y el hombre con la materia, realidad análoga a la palabra y a lo que se halla explícito y es visible. El espíritu a su vez se corresponde con la Unidad, mientras que la materia lo hace con la multiplicidad. En conclusión, lo femenino es principio de lo masculino y por esa razón Onorio Ferrero nos explica en su introducción al Tao Te King: “Hay un orden de prioridad que se expresa así: Tao, Yin, Yang”. El Tao trasciende a los opuestos y los contiene. Le sigue el Yin que representa a lo femenino y luego el Yang que representa, finalmente, a lo masculino.

“El Tao es una vasija vacía” y “está profundamente oculto”, nos dice el Tao Te King en el capítulo IV. Desde un punto de vista simbólico, la vagina encarna al Tao, siendo su símbolo terrestre, pues es una especie de vasija vacía y se encuentra oculta, a diferencia del pene que es exterior, y se halla saturado de manifestación. El Tao Te King agrega en el capítulo XVI: “¡Crea en ti la perfecta vacuidad!” y “todas las cosas surgen del vacío y regresan a él”. La vagina crea en sí la perfecta vacuidad, es el vacío del cual todas las cosas proceden y al cual todas retornan. El pene, por el contrario, es el opuesto de la vacuidad: en lugar de encontrarse vacío se halla convexo, como el fenómeno frente a su reverso, la vacuidad. “El origen del universo es la madre de todas las cosas”, dice el Tao Te King en el capítulo LII. La palabra “madre” es significativa en este contexto en el que no se hace ninguna alusión al padre. La fuente de todas las cosas es, pues, de carácter femenino. “Algo misteriosamente formado existía antes del cielo y la tierra. Sin sonido ni forma, permanece único e inmutable, lo imbuye todo y nunca se agota. Podríamos llamarlo la madre del universo. Pero desconozco su nombre. Si me veo obligado a nombrarlo, lo llamo Tao”, reitera el Tao Te King en el capítulo XXV. El Tao, por ende, se identifica con el principio femenino. “El Tao está oculto y carece de nombre”, dice el Tao Te King en el capítulo XLI. La vagina se encuentra oculta mientras que el pene se halla expuesto, razón por la cual es ella la que simboliza al Tao. Al identificarse también con lo inaudible, con el silencio, como expliqué en los párrafos anteriores, alude a lo que carece de nombre. El pene, al revés, al identificarse con lo audible, con la palabra exteriorizada, alude a lo que posee un nombre y puede ser nombrado en el mundo. Refiriéndose al Tao, el Tao Te King dice en el capítulo XIV: “Al mirarlo no lo vemos, pues es invisible. Al escucharlo no lo oímos, pues es inaudible. Al palparlo no lo sentimos, pues es impalpable. Estas tres cualidades -invisible, inaudible, impalpable- juntas forman uno”. Todas esas características, como he explicado, aluden lo femenino. También nos dice el Tao Te King en el capítulo XXI: “El Tao es elusivo e intangible. Intangible y elusivo, y sin embargo contiene todas las imágenes. Elusivo e intangible, y sin embargo contiene todas las formas. Profundo y oscuro, encierra la esencia”. Se trata, pues, de una vacuidad de plenitud, no de ausencia: la feminidad goza de plenitud en su vacuidad. La vagina es oscura y profunda, de ahí que analógicamente sea el recipiente donde reside la esencia, el Tao.

Siendo esto así, podemos concluir, desde un punto de vista metafísico, que el principio femenino es superior al masculino, identificándose el primero con la Divinidad y el segundo con su manifestación alterna y dependiente de la primera que le precede, más que temporalmente, ontológicamente.

 

Facebook: Sofía Tudela Gastañeta

 

Imagen de portada: detalle de El nacimiento de Venus, de Sandro Botticelli